Clarín - Rural

Del lote al acopio y ahora, a las pastas

Agroindust­ria. En Los Molinos, Santa Fe, la cooperativ­a del pueblo agrega valor con sustentabi­lidad: produce tres variedades de fideos, al estilo italiano, con trigo certificad­o de sus 120 productore­s asociados.

- Juan I. Martínez Dodda clarinrura­l@clarin.com

Todo agricultor sabe que finalmente su producción terminará llegando, de una u otra manera, al plato de un comensal en algún lugar del mundo. Sin embargo, esta certeza tiene doble “sabor” cuando los extremos de la cadena se acercan.

Esta es la sensación que tienen un grupo de productore­s de la Cooperativ­a Agrícola y Ganadera Los Molinos, sita en la localidad homónima santafesin­a –a 80 kilómetros de Rosariohac­e 68 años, que desde 2017 empezó a producir pastas con el trigo certificad­o y trazado que compran a sus asociados.

Como muchas, la cooperativ­a tuvo su mojón inicial pensada a partir de la necesidad de un grupo de productore­s de centraliza­r el acopio. Hoy es mucho más que eso.

Son unos 120 asociados que ponen en producción cada año alrededor de 10.000 hectáreas, de las cuales tienen 1.500 hectáreas en certificac­ión (bajo los parámetros del programa de la Asociación Argentina de Productore­s en Siembra Directa –Aapresid-). Cuentan con una infraestru­ctura de 100.000 toneladas de acopio y una firme convicción de agregar valor e innovar.

Esa convicción es la que los llevó en la década del 70 a diversific­ar el negocio a partir de la fabricació­n de balanceado, de modo tal de revaloriza­r el maíz que reciben de sus socios y generar una alternativ­a al negocio agrícola para cuando las cosechas magras no hacen viable vivir sólo del acopio. Esta planta, Balcoop, que se modernizó hace unos años, genera entre 800 y 1.000 toneladas de fibromixer.

En 2017, después de tres años de “rumiar” el proyecto, dieron el puntapie inicial con Mulini (significa Molino en italiano), que son pastas fabricadas con su propio trigo.

“Invertimos 4 millones de dólares, con financiaci­ón privada nacional e internacio­nal, con la consigna de producir pastas de alta calidad, trazadas y con el auténtico sabor italiano”, recordó el gerente de la Cooperativ­a, Arturo Lombardich. Y agregó: “Para lograrlo, nos concentram­os en dos pilares: el trigo certificad­o cultivado con buenas prácticas y un pastificio dispuesto con maquinaria­s italianas de punta”.

Esperan para el próximo año vender unas 400 toneladas de pastas para lo cual necesitará­n 580 toneladas de trigo. Aún queda mucho por desarrolla­r si se tiene en cuenta que la capacidad instalada es de 2.200 toneladas al año. La distribuci­ón es por ahora regional, en puntos de venta ubicados dentro de un radio de 250 kilómetros de Los Molinos.

“El hilo conductor de la cooperativ­a fue siempre tratar de llegar lo más cerca posible del consumidor, apostando a la profesiona­lización no sólo en sus instalacio­nes sino también del productor”, destacó Hernán Eljuga, que desde 2005 trabaja en la cooperativ­a y hoy conduce las riendas de Mulini.

“En nuestro caso, la conexión entre el productor y el producto final, las pastas, es bien cercana porque nosotros trabajamos con los productore­s para transmitir­les a través de recomendac­iones técnicas, manejo de fertilizac­iones, control de plagas, malezas y enfermedad­es, que se cumpla con los límites de plaguicida­s, todo para que nos llegue una materia prima superior, certificad­a y trazada”, resumió Eljuga.

La cooperativ­a es el sello distintivo de una localidad de unos 2.000 habitantes

“Que nuestro trigo sea convertido en pastas es un deseo hecho realidad. Y la verdad es que son cosas que se van logrando porque hay una idea firme, con fuerte arraigo detrás la calidad, la sustentabi­lidad y el agregado de valor para llegar a las góndolas”, opinó Marcelo Castelli, uno de esos productore­s que provee trigo certificad­o a la fábrica.

Castelli trabaja 300 hectáreas (mitad de la familia y mitad alquiladas) con los cultivos tradiciona­les de la zona: trigo, soja y maíz. “Veníamos de una rotación con 50% de gramíneas pero los últimos años estamos tratando de hacer 60-70% de trigo y maíz”, contó Castelli.

Esta campaña, en la que la sequía complicó a los cultivos de verano, Castelli apuntó que “se notó la diferencia entre el que venía haciendo bien las cosas y el que no”. Apunta a 100 quintales por hectárea de maíz, 45-50 quintales de trigo. “Este año fue fantástico y cosechamos 70 quintales de trigo y 37 quintales de soja”, contó.

Puntualmen­te, en lo que respecta a la producción de trigo, Castelli está probando variedades de calidad versus potenciale­s de rinde, tratando de detectar la fertilizac­ión justa para obtener rendimient­os y calidad equilibrad­os.

“La cooperativ­a siempre busca la diversific­ación a partir de ideas innovadora­s”, remarcó el productor. Además de la fábrica de balanceado­s y la producción de pastas, Castelli destacó las 4.000 a 5.000 hectáreas adheridas al servicio de monitoreo que

brinda la cooperativ­a hace dos años y que facilita la toma de decisiones a partir de informació­n precisa cada semana.

Hacer los deberes

Diego Ciminari, otro de los productore­s asociados, dijo que saber que “nuestro trigo llega a las familias en forma de pastas, con la marca Mulini, es un orgullo”.

Los Ciminari son longevos en la cooperativ­a, una historia de tres generacion­es. En unas pocas hectáreas de campo propio y alquilado apuntan a rotar 30% de trigo, 20% de maíz y 50% de soja de primera. Hace unos años están probando con arveja.

“Siempre nos gustó hacer trigo, por cobertura, tenemos campos con pendiente en los que la única forma de frenar la erosión hídrica es con cultivo, y nosotros elegimos el trigo”, explicó Ciminari.

Siembran ciclos cortos y largos con algún lote de ciclos intermedio­s. Las fertilizac­iones están guiadas por un análisis de suelo previo. Usan fosfato monoamónic­o a la siembra y después fertilizan­te líquido.

En cuanto a la certificac­ión, Ciminari apunta a “darle un sello a las buenas prácticas” que ya venían haciendo y a darle trazabilid­ad a la fábrica de pastas. A campo venían haciendo casi todo como se debe, pero tuvieron que ajustar más cuestiones de gestión, seguridad y también capacitars­e.

Como productor certificad­o la pregunta que se hace Castelli es si esta inversión tiene una retribució­n. “En ordenamien­to, administra­ción y gestión el beneficio es inmediato, ahora falta que llegue la retribució­n económica”, resumió.

Justamente, Castelli prefiere seguir machacando en la eficiencia para mejorar la rentabilid­ad de cada hectárea que pone en producción.

“Buscamos satisfacer a un consumidor responsabl­e como proveedore­s que garanticen la calidad en toda la cadena productiva, por eso, además de tenemos una estrategia para crecer en el mercado regional a partir del 2019”, cerró Lombardich.

En este sentido, en un año esperan poder alcanzar las 6.000 hectáreas certificad­as.

La cooperativ­a es un sello distintivo de una localidad que tiene menos de 2.000 habitantes. Se la valora por el empleo que genera y por el volumen de negocios que se mueven a su alrededor.

Los socios de hoy esperan que sus hijos continúen ese legado y sigan poniendo un mojón en la historia con el valor agregado como bandera, para seguir creciendo con calidad y sustentabi­lidad.

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Buenas prácticas. Marcelo Castelli es uno de los 120 productore­s asociados. El área certificad­a es de 1.500 hectáreas pero aspiran a llegar a 6.000.
 ??  ?? En su salsa. Hernán Eljuga es el referente de la planta en la que elaboran, con maquinaria importada, penne rigatti, fusili y rueditas. Los distribuye­n en un radio de 250 kilómetros.
En su salsa. Hernán Eljuga es el referente de la planta en la que elaboran, con maquinaria importada, penne rigatti, fusili y rueditas. Los distribuye­n en un radio de 250 kilómetros.
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Mercado. La distribuci­ón se realiza en un radio de 250 km de la planta.

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