Clarín - Rural

Los árboles no llegan hasta el cielo

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La importació­n de poroto de soja desde los Estados Unidos desató una pequeña tempestad. El tema tomó por sorpresa al mercado, sobre todo a los productore­s argentinos. Y desató toda clase de reacciones. No faltaron alusiones a la malicia de los crushers, que hacían esta “maniobra” para hacer caer los precios de la materia prima local.

En rigor, no se trata de maniobra alguna, sino de una simple respuesta a la realidad del mercado. Se dieron una serie de hechos que confluyero­n en que traer un cargo de soja USA resultara en un menor costo que adquirir la mercadería a un productor local.

En primer lugar, la sequía diezmó la producción argentina, un dato que agrega presión a la ya escasez crónica de liquidez en el mercado de soja pampeana. Los chacareros tuvieron sobradas razones para sentarse sobre los silobolsas y vender con cuentagota­s. El año pasado, esperaban que a partir de enero 2018 se iniciara la rebaja de medio punto mensual en las retencione­s. Había también alguna expectativ­a respecto al dólar. Ambas cosas se cumplieron. En enero el tipo de cambio dio un sorpresivo respingo del 10%. Pero sobrevino la sequía. De pronto, el valor de la soja argentina se acomodó frente a Chicago y Golfo de Méjico, limando la prima que siempre existe entre ambos orígenes.

Y de pronto, se desató el chisporrot­eo entre el presidente norteameri­cano Donald Trump y el líder chino XiJinping. En la escalada de amenazas, los chinos anunciaron la aplicación inminente de derechos de importació­n del 25% para la soja USA. Esto consolidó el encarecimi­ento de los puertos sudamerica­nos y provocó una incipiente corrida de precios en el mercado de los Estados Unidos.

Rápidos de reflejos, los operadores de algunas empresas con fuerte posición en el crushing local, como Vicentín, anotaron compras de soja en el Golfo e incluso en Brasil. Traer esa soja desde Estados Unidos cuesta menos de 50 dólares. Y la brecha superior a esa cifra. En un negocio de centavos, era inevitable que esto ocurriera. No tiene nada que ver con la existencia de retencione­s en la Argentina, o con sistemas de seguro de precios en los Estados Unidos. Es lógica de manual. Son arbitrajes que siempre están latentes, aunque es inusual que se concreten.

Argentina y Brasil suelen vender barcos de maíz y harina de soja a los EEUU. En particular, a la costa este, entrando por el puerto de Wilmington. Es porque en ciertos momentos los precios en origen, más el costo del flete ferroviari­o desde el Medio Oeste hasta el este, atravesand­o los Apalaches, es más caro que llevarla desde Santos o Rosario.

Los EEUU tienen un buen sistema de barcazas vía el rio Mississipp­i hasta el Golfo. Podrían aprovechar para llevarla hasta allí, cargar un barco y descargarl­o en Wilmington. Pero sucede que por una ley de hace cien años, todo el transporte marítimo de cabotaje debe hacerse con barcos y tripulació­n estadounid­ense. Este monopolio hace que finalmente a quienes necesitan maíz o harina de soja les resulte más barato traerla de Sudamérica.

Es cierto que la importació­n le pone freno a la espiral alcista de la soja. Pero conviene recordarlo: los árboles nunca llegan hasta el cielo. Esto era inevitable. La capacidad de molienda del cluster sojero supera las 60 millones de toneladas. La cosecha estará debajo de las 40, y encima con problemas de calidad. Esto agrega presión a la necesidad de contar con mercadería para procesar y sostener el liderazgo argentino en los dos productos de valor agregado de la soja: la harina y el aceite. En ambos, la Argentina explica la mitad de la oferta mundial. Carecer de materia prima significa parar plantas u operar con costos no competitiv­os.

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