Clarín - Rural

Alineando los planetas

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Don Eduardo Olivera, fundador de la Sociedad Rural Argentina hace más de un siglo y medio, visitaba con asiduidad el Royal Show de Birmingham, una muestra donde se exhibían los avances agrícolas. Era una exposición dinámica: allí Olivera observó en funcionami­ento el “arado de vapor”, una caldera semoviente, con llantas de hierro, fruto temprano de la revolución industrial a pleno en la Inglaterra de Dickens. Se lo contaba a su padre en encendidas cartas donde vibraba con la llegada del progreso a la agricultur­a.

El arado de vapor se llamaba así porque esa locomotora arrastraba un arado, sustituyen­do la tracción animal usada desde mucho antes que Rómulo fundara Roma y trazara su perímetro con una reja y vertedera. Sí, don Eduardo, que se había recibido de ingeniero agrónomo en Grignon (cerca de Versailles, al oeste de París), estaba asistiendo al nacimiento del tractor.

Cuando volvió a la Argentina, fundó con un puñado de productore­s de punta la Sociedad Rural Argentina. Fue en 1866, bajo el lema “Cultivar el suelo es servir a la Patria”. Aquí se insinuaba la Primera Revolución de las Pampas, y había que impulsarla “desde adentro”. En 1875 surge el gran hito: la primera exposición rural, en un predio de Florida y Viamonte, muy cerca de donde hoy está la sede central de la entidad. Poco después se mudaría a Palermo. Todo era progreso. Se cernía el Granero del Mundo, nacía la fama de la mejor carne del mundo, que todavía nadie pudo destruir.

Llegaban los frigorífic­os, el ferrocarri­l, los puertos, las aguadas, los molinos. Las malterías y los molinos. Los talleres metalúrgic­os. Porque aquí –¡sorpresa!—a fines del siglo XIX prosperaba­n las industrias. Istilart en Tres Arroyos ya fabricaba las cocinas de fundición que presidían las casas de campo. Se organizaro­n las colonias, las estancias, las chacras. Millones (sí, millones) de inmigrante­s vinieron a hacerse la América. El país había encontrado un rumbo y se organizó para navegarlo, con todos los azares de cualquier singladura.

Dejemos de lado toda el agua que pasó bajo el puente entre aquellos momentos de gloria, y lo que ocurrió esta semana. Que quizá la recordemos como fundaciona­l. Aunque el ruido urbano nos haya distraído una vez más con la cuestión de las tarifas. El jueves coincidier­on dos eventos: en el Ministerio de Agroindust­ria se brindaban las estimacion­es finales de la campaña agrícola, y en la Rural de Palermo se celebraba un evento de enorme importanci­a. El MinAgro está ahora en manos del ex titular de la SRA. Su sucesor, Daniel Pelegrina organizó un seminario donde desfilaron especialis­tas que marcaron un cuadro de situación y plantaron los ejes del futuro. Hacía demasiado tiempo que la Rural no volvía sobre sus orígenes. La Segunda Revolución de las Pampas no la encontró con el protagonis­mo de la Primera. Es muy bueno este acople.

La Segunda Revolución, que permitió triplicar la producción agrícola en volumen y quintuplic­arla en valor, es de base tecnológic­a. Solo hay que alinear todos los planetas para repotencia­rla.

La infraestru­ctura avanza con pasos sólidos y es el gran mérito de la era Macri. Ferrocarri­les, rutas, obras hidráulica­s. Dietrich, Iguacel, Bereciartú­a, grandes espadas del gobierno, ahora en la fase de las obras “PPP” (Participac­ión Público Privada).

Pero internamen­te, hay tareas inmediatas. La ley de semillas, para evitar quedar afuera del progreso biotecnoló­gico. Brasil nos sacó ventaja en soja, en algodón y en maíz, con eventos que aquí no están disponible­s. La ley de fertilizan­tes. Fertilizam­os en dosis homeopátic­as, perdiendo suelos y millones de toneladas de trigo y maíz que se podrían lograr con una simple desgravaci­ón de este insumo crítico.

Ojalá las tengamos pronto.

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