Clarín - Rural

El feedlot, aquella moda pasajera

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Dedicamos las páginas centrales de esta edición de Clarín Rural al tema del feedlot. Es sin duda el mayor salto tecnológic­o y organizati­vo de la ganadería argentina después de aquella epopeya de las pampas, con la que el país encontró su primer y prácticame­nte único negocio competitiv­o hasta la llegada de la soja, un siglo después.

Durante muchos años, la ganadería vacuna convivió con la agricultur­a. Ambas actividade­s eran complement­arias y dieron lugar al sistema tradiciona­l de rotaciones, con ciclos de pasturas y ciclos de agricultur­a. Pero el equilibrio era precario. En todo el mundo desarrolla­do, y en particular en los EEUU, la agricultur­a había desplazado a la ganadería tradiciona­l, como consecuenc­ia de un extraordin­ario salto tecnológic­o. La genética, el control de malezas, plagas y enfermedad­es, generaron una mejora continua, que se expresó particular­mente en el cultivo de maíz. Un grano forrajero por excelencia. Ya a principios del siglo XX los farmers descubrier­on que en lugar de engordar un novillo a campo, convenía encerrarlo, liberar superficie, sembrarla de maíz y luego entregarle ese grano.

Acá parecía imposible hacer entender la ecuación. La ganadería pastoril era “barata”, es decir, no obligaba a firmar tantos cheques como la agricultur­a, que además era cosa de gringos y fierreros. Pero de pronto llegó la soja, el treflán y los Zanello articulado­s. Las vacas se fueron apretando, porque venía el vecino a pedir un lote de pradera para sembrar. Encima, en los 70 había venido el pulgón de la alfalfa, un duro golpe en la productivi­dad y persistenc­ia de las praderas.

En los 90, cuando el uno a uno abarató la tecnología, el avance agrícola se hizo verti- ginoso. En maíz, pasamos de una genética defensiva, de híbridos dobles colorados de relativame­nte bajo potencial de rendimient­o pero estable, a híbridos simples dentados similares a los del corn belt. Habíamos aprendido a usar los herbicidas preemergen­tes. Enseguida llegaría el glifosato y la soja RR. La ganadería pastoril, en ese entorno, no podía competir. Llegó el feedlot.

Al principio, muy resistido. Algunos técnicos hablaban de “moda pasajera”, porque ya había habido otros embates débiles y esporádico­s. Pero era obvio que ahora se instalaba definitiva­mente. Como siempre sucede, lo vieron antes los menos atados a las tradicione­s. En unos casos, productore­s predominan­temente agrícolas, que encontraro­n la alternativ­a de agregarle valor a sus cosechas. Pero enseguida irrumpiero­n nuevos actores, con poca historia en el sector, que vieron la oportunida­d de instalar corrales de engorde profesiona­les.

Apareció el servicio de hotelería: empresas que construían el feedlot, lo equipaban con maquinaria adecuada, balanza, carros distribuid­ores de ración (mixers) y engordaban a fasón para terceros. Una oportunida­d para criadores que querían vender más kilos de carne, a pesar de no tener instalacio­nes. O inversores que entraban y salían haciendo buenas diferencia­s. Y desde la otra punta, distribuid­ores de carne (matarifes) que querían avanzar en sentido inverso para asegurarse el negocio. Finalmente llegaron los frigorífic­os, grandes usuarios de los corrales de engorde, al igual que en los Estados Unidos.

Muchos ganaderos que habían pasado a la agricultur­a, volvieron al novillo. Otros, que no la habían abandonado, crecen ahora con solidez en la era del corral. Alguno, incluso, avanzó sobre la industria frigorífic­a. Hoy, el 80% del ganado que va a frigorífic­o se termina en feedlot.

Es una industria muy joven, con mucho para mejorar. Y con enormes posibilida­des de integració­n con otras actividade­s, como la industria del etanol. Todo en un contexto en el que irrumpe la insaciable demanda china.

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