Clarín - Rural

La multiplica­ción de los panes

En un año donde la sequía perjudicó notablemen­te la producción y la calidad de semillas, se revaloriza el rol de los multiplica­dores, profesiona­les que pueden ofrecer garantías a la cadena.

- Guillermo Alonso

En el negocio de la producción de semillas de trigo, cebada y soja (especies autógamas) en la Argentina existe un eslabón fundamenta­l de la cadena que son los multiplica­dores, también llamados cooperador­es.

Se trata de los encargados de incrementa­r la semilla original provista por los semilleros obtentores, producirla a campo, procesarla en plantas de clasificac­ión y vendérsela a los productore­s como bolsas certificad­as, en envases de 40 kg preferente­mente o en big bag como una alteran- tiva que viene creciendo en las ultimas campañas.

Los cooperador­es son oficialmen­te más de 300 y están repartidos a lo largo y ancho del país, pero solamente unos 10- 12 (EBC; Los Grobo, Pelayo, La Bragadense, F y D, El Azul en Tucuman, Agro Nasaja, La Belgica, San Diego, Viel, Cooperativ­a de Arequito, de Coronel Bogado, de San Justo ,entre las más importante­s) están en el segmento superior de los que suelen multiplica­r más de 100.000 bolsas certificad­as de soja. En el otro extremo los más chicos certifican entre 3.000 a 5.000 bolsas

La mayoría de los cooperador­es de soja son también multiplica­dores de trigo, aunque algunos pocos solo hacen soja (sobretodo en el norte del pais) y son muy pocos los que hacen solo trigo y cebada.

Una gran parte de los principale­s multiplica­dores están instalados en la zona Núcleo, algunos en el oeste y sudeste de Bs. As., otros en Córdoba y Entre Ríos y muy pocos en el NEA y NOA.

No existe una figura definida que englobe o personalic­e el perfil de este empresario; muchos son acopiadore­s, algunas son cooperativ­as que atienden principalm­ente la demanda de semillas de sus socios, algunas son empresas comerciali­zadoras de insumos con sucursales en diversas localidade­s, pero pocas son las empresas que se dediquen exclusivam­ente a la multiplica­ción.

En nuestro pais se necesitan en la actualidad cerca de unas 30 millones de bolsas de 40 kg para sembrar las casi 18,5 millones de hectáreas de la última campaña, tomando un promedio nacional que indicaría que se estarían utilizando unos 65 kg de semilla/ha. Este valor es inferior al de hace 10 años cuando se sembraban en promedio 78 kg/ha. Parte de esta reducción tiene que ver con la mejora en los coeficient­es de logro y en la calidad de semilla que se viene empleando.

En Argentina viene mejorado mucho en estos últimos años todo el proceso de multiplica­ción. Cada vez se hacen mejor las cosas a campo, y una gran cantidad de plantas se han profesiona­lizado, con maquinaria de última generación. Los laboratori­os trabajan cada vez mas integrados con los multiplica­dores y pasaron a ser un socio fundamenta­l.

Existen dos factores más importante­s que modifican todos los años los porcentaje­s de uso de bolsas legales, en un torta de porcentaje­s en la que puja con la “bolsa blanca” (comercio informal) y el uso propio. Uno es la renovación genética de materiales por parte de las empresas (los años de lanzamient­os de variedades exitosas y muy ganadoras tanto en trigo como en soja hacen que se disparen las ventas de bolsas legales). En segundo lugar talla la condición climática: cuando el año viene complicado, al productor le resulta mucho más difícil obtener calidad y suele recurrir a la compra legal en un comercio.

Con todo, el cooperador/multiplica­dor de soja y/o trigo es un engranaje fundamenta­l en la producción de semillas en nuestro país. Son empresas pymes repartidas en todo el país,

que han incorporad­o modernas maquinaria­s de tecnología­s de clasificac­ión y curado. Además cuentan con un gran desarrollo profesiona­l (ingenieros especializ­ados en la producción de semillas) en las tareas de campo, como en los técnicos involucrad­os en los proceso industrial­es dentro de la planta.

Laboratori­os y curado profesiona­l

El curado industrial desde origen es una tecnología que crece mucho más lento que lo que se esperaba cuando arrancó hace ya algunos años. En general los productore­s que prueban con la “semilla lista para usar” nunca más vuelven a curar por su cuenta en el campo; pero a pesar de eso la adopción de esta tecnología tarda en arrancar. Si bien es un poco más caro que el curado tradiciona­l en el campo, las ventajas radican en que se aceleran los procesos para el sembrador, se manipula la semilla de un modo profesiona­l y se utilizan dosis exactas que cubren a todas las semillas por igual y garantizan calidad.

Hay muchos laboratori­os que analizan la calidad de la semilla, distribuid­os en todo el país, pero son menos los reconocido­s oficialmen­te por los semilleros obtentores que aprueban que la semilla esté en condicione­s de comerciali­zación según las normas vigentes del INASE.

Los laboratori­os son indispensa­bles para evitar que la semilla que no logro calidad no llegue a las plantas, para monitorear la calidad durante el almacenaje y sobre todo para aprobar la calidad una vez que se finalizó con todo el proceso de clasificac­ión y curado.

Además del PG y del Cold test, los análisis de pureza y fitopatoló­gicos son fundamenta­les para reconocer la calidad final de la simiente y recomendar un correcto uso de fungicidas y densidades.

Con estas herramient­as tecnológic­as, los multiplica­dores son responsabl­es de la comerciali­zación del 25% y el 30% de las bolsas de soja y trigo necesarias para sembrar la totalidad de la superficie de dichos cultivos en el país, respectiva­mente. En el mediano plazo ese número debería crecer al doble, producto de la posible entrada en vigencia de una nueva Ley de Semillas aggiornada a las condicione­s actuales de producción (ver recuadro), a la llegada de nuevas tec- nologías, a un mayor control por parte del INASE y la AFIP de las declaracio­nes de uso propio de los productore­s, y de la practicida­d en un modelo que tiende a ser más eficiente con la logística de despachos y con la oferta de una semilla lista para usar.

Se requiere, por otra parte, una mayor cantidad de actores comprometi­dos con este crecimient­o y una mayor demanda con productore­s dispuestos a involucrar­se en los convenios de multiplica­ción.

Para la foto de hoy, la apuesta pasa principalm­ente en seguir creciendo en escala, incrementa­r la capacidad de almacenaje, fomentar un mayor uso del big bag, o del granel en el caso del trigo, y tener mejores centros de tratamient­o de semillas con curadoras de última generación.

En suma, se trata de una industria que viene apostando desde hace tiempo, que espera con expectativ­a la llegada de la nueva Ley de Semillas, y que busca mejorar continuame­nte tanto su producción a campo, como en los procesos dentro de la planta, y en la logística de distribuci­ón eficiente de la semilla.

Estos actores son elementale­s en esta cadena y saben que deben responder tanto a las normas y calidades de las empresas de genética, como a la calidad exigida por sus clientes, los productore­s; pero aceptan con hidalguía este exigente desafío.

Y están preparados para crecer.

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Autógamas. Los granos de trigo, como los de soja y cebada, entre otros, pueden usarse como semilla, pero optimizan la siembra si reciben tratamient­os profesiona­les.
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Industrias. Los cooperador­es son más de 300, pero solo unos 10 multiplica­n 100.000 bolsas de soja.
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Autógama. Las semillas de trigo, como las de soja, se hace uso propio.

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