Clarín - Rural

El campo juega su propio mundial

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

A esta altura del año, los mercados agrícolas debieran estar moviéndose al compás del clima en el Medio Oeste de los Estados Unidos. Imaginemos: hoy, 30 de junio, es el equivalent­e al 30 de diciembre en estas pampas. Ya está cubierta toda el área de maíz y queda muy poca soja por sembrar, mientras el trigo de invierno (Kansas, Oklahoma, Texas) ya se está cosechando y el de primavera, en plena siembra.

En estas condicione­s, la mirada se posa en la situación hídrica y las perspectiv­as de lluvias y temperatur­a. La curva de precios se dibuja como en un sismógrafo en medio del temblor. “Weather market”, dicen en la jerga de Chicago.

Pero resulta que este año nadie está mirando el clima. Hace un par de meses, parecía que un invierno interminab­le iba a complicar la siembra. Alberto Mendiondo, vendedor de silobolsas argentinas, reportaba en abril la demora desde el Belt. Todo el agro twitter seguía sus comentario­s y fotos.

Ahora volvió. En dos meses se encontró con todo sembrado, evoluciona­ndo de manera extraordin­aria, con el maíz “superando la altura de las rodillas”. Dicen que cuando esto sucede antes del Día de la Independen­cia (el 4 de julio) es porque todo está perfecto. A todo esto, el monitor de sequía emitido el jueves por la NOAA (servicio meteorológ­ico de los EEUU) puso en color blanco todo el corn belt, lo que significa que no hay un solo manchón de sequía.

Pero, de nuevo, nadie está mirando el clima. Porque la cosa no pasa por la oferta, sino por la demanda. Ya no importa tanto si tendrán o no una gran cosecha. La gran cuestión es la guerra comercial desatada entre la administra­ción Trump y el gobierno de la República Popular China. El ataque de proteccion­ismo del presidente nor- teamerican­o, retaliando el acero, el aluminio y una serie de productos industrial­es, provocó la réplica china. Le aplicaron aranceles de importació­n del 25% a la soja estadounid­ense, pegándole en la línea de flotación a los farmers. Conviene remarcar que los agricultur­es constituye­n un bastión republican­o, así que el gobierno chino metió la pica en Flandes.

La consecuenc­ia fue inmediata. La soja en el Chicago Mercantile Exchange, la principal referencia mundial de precios, cayó un 20%. Y arrastró en el alud a sus derivados, el aceite y la harina. Ambos son los principale­s productos de exportació­n de la Argentina, con embarques por 20.000 millones de dólares por año. Es cierto que los derechos de importació­n se restringen a la soja de los EEUU, y que tanto la provenient­e de la Argentina como la de los socios del Mercosur están liberados. Pero igual es difícil zafar del efecto sobre el precio internacio­nal.

China puede darse el lujo de castigar a EEUU precisamen­te porque consigue soja de otros orígenes. El panorama es confuso, y los analistas debaten distintos escenarios. Habrá un “revolving”: la soja y derivados que iban a China se orientarán ahora a Europa, mientras Brasil, Paraguay y Uruguay mandarán más poroto al gigante asiático, que de ninguna manera puede prescindir de esta fuente de proteínas para su enorme sistema de producción de carnes.

La Argentina exporta muy poca soja sin procesar. Y menos este año, donde se perdieron 20 millones de toneladas. Las 35 que quedan alcanzan para pocos meses de molienda (la capacidad de crushing es el doble). Por eso suena ridículo que en ciertos ámbitos se haya seguido meneando la cuestión de las retencione­s, a pesar de las múltiples desmentida­s del propio presidente Mauricio Macri.

Lo que hay que hacer es digerir la pérdida, prepararse para un escenario de precios deprimidos (si China y EEUU mantienen la beligeranc­ia comercial) y apostar a la próxima. Es lo que se vive y se vibra en estos días, en los que el campo está jugando su propio mundial.

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