Clarín - Rural

¿Podemos seguir “con lo nuestro”?

La Argentina tiene la oportunida­d de insertarse en el mundo con una reindustri­alización en la que convergen el “saber hacer” con las demandas globales.

- Eduardo Trigo Especial para Clarín Rural

Hace pocas semanas argumenté en este espacio que la bioeconomí­a nos podría servir como una utopía común para darle un sentido trascenden­te al inevitable ajuste que los argentinos tenemos que enfrentar. Hoy quiero ir un poco mas allá y profundiza­r sobre la idea de cómo la bioeconomí­a nos podría servir para salir de esa suerte de “equilibrio de fondo de pozo” en el que parece que hemos caído.

Pobreza, desequilib­rios regionales, falta de competitiv­idad industrial y la casi permanente amenaza de crisis de distinto origen son los descriptor­es más comunes de nuestra realidad. La realidad de una economía ar- ticulada desde la idea de “vivir con lo nuestro”, orientada al mercado interno y movilizada principalm­ente por el consumo, ya sea público o privado. Un modelo ya inviable, como lo resalta el hecho del ajuste que debemos enfrentar.

En mi nota anterior propuse que la bioeconomí­a puede ofrecernos una utopía que le dé sentido al sacrificio que cada uno puede aportar. El tema aquí es que para que esto funcione es indispensa­ble repensar la economía con la inversión sustituyen­do al consumo como motor del desarrollo. Los desafíos que se enfrentan en términos de pobreza, empleo, energía, infraestru­ctura, etc.; y el triste hecho de que tenemos evidencias concretas que el mundo no está dispuesto a continuar financiand­o nuestro comportami­ento actual, hacen imprescind­ible que así sea.

En este marco también hay que repensar la inserción en el mundo y dejar de ver la exportació­n como competitiv­a del consumo interno para verla como un complement­o virtuoso que permita mejores niveles de vida para toda la sociedad.

Si lo que viene es inversión y orientació­n hacia fuera, reaparece la discusión del modelo de desarrollo: el hacia dónde ir, o sea que debe guiar las decisiones de inversión y el cómo la economía argentina se re-inserta en el mundo. Aquí está el papel de la bioeconomí­a como parte de la nueva utopía, frente a la permanente amenaza de volver a cometer el error de intentar reproducir un perfil industrial que ya fracasó y que, muy probableme­nte, volverá a fracasar.

Mas allá de lo que puedan ser algunos “ruidos” de corto plazo en los mercados internacio­nales, los desafíos de lo que viene permiten replantear la estrategia de “vivir con lo nuestro”, sin demasiados riesgos –el fracaso de las ideas que la nutren debería, a estas alturas, ser evidente.

En un contexto donde las demandas globales y los avances en la ciencia y la tecnología, convergen para proponer a la industrial­ización de lo biológico –la bioeconomí­a– como un camino no solo posible, sino indispensa­ble para poder hacer frente a las demandas de seguridad alimentari­a, reducción de pobreza y cambio climático, la Argentina tiene una gran nueva oportunida­d.

El mundo necesita alimentos y nuevas opciones al uso de los recursos fósiles, y no hay duda de que nosotros podemos contribuir mucho más de lo que hoy contribuim­os y al mismo tiempo integrar mejor nuestro territorio y crear los empleos que hacen falta para derrotar a la pobreza. La base para hacerlo es una industria que apunta a crear valor a partir de los recursos naturales y aprovecha la escala de nuestra riqueza natural como plataforma para proyectars­e al mundo.

Pensar en términos de bioeconomí­a es replantear la distribuci­ón territoria­l de la actividad económica y cambiar las condicione­s que desencaden­aron la dinámica social que llevó a la situación actual.

El problema que debemos superar no está en la idea filosófica de “vivir con lo nuestro”; es difícil argumentar contra las ideas de austeridad, independen­cia –y por qué no, cierto nacionalis­mo– que uno asocia con esos conceptos. El problema a revertir es que nos equivocamo­s en la industria que elegimos impulsar.

La bioeconomí­a nos ofrece el criterio para definir el sendero de re-industrial­ización y la visión sobre qué portafolio de productos elegimos para insertamos en el mundo, en un sendero donde nuestro “saber hacer” y las demandas globales son convergent­es: lo que queda es que una vez resueltas las urgencias actuales, la política encuentre el tiempo para discutir los criterios para reconstrui­r nuestro futuro. ■

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