Clarín - Rural

Shorthorn argentinos pisan fuerte en EE.UU.

Una cabaña local logró filtrar su genética en el creciente mercado estadounid­ense de ganadería pastoril.

- Lucas Villamil clarinrura­l@clarin.com

Una cabaña local logró filtrar su genética en ese creciente mercado de ganadería pastoril.

Con perseveran­cia y algo de ingenio, la raza Shorthorn sigue sumando cucardas en la historia de la ganadería argentina. En 1826, de la mano del toro Tarquino, fue la primera raza bovina de pedigrí en llegar a estas pampas y aportarle al rodeo criollo la impronta carnicera británica. Más cerca en el tiempo, en 1994, la Asociación Argentina de Criadores de Shorthorn realizó su primera exportació­n de cuota Hilton tras invitar a un empresario alemán a que conociera sus sistemas de producción a pasto. Y ahora, de la mano de la cabaña trenquelau­quense Santa Cecilia, da un paso más, sofistica sus aspiracion­es y posiciona la genética argentina en el pujante mercado estadounid­ense.

Este capítulo de la historia empezó en 2013, cuando una cabaña importante del estado de Michigan, Estados Unidos, compró el 50 por ciento de dos terneras de un año, explica el propietari­o de Santa Cecilia, Héctor Mario Eyherabide, en diálogo con Clarín Rural.

Como en Estados Unidos no está permitida la importació­n de animales ni de material genético de Argentina, los socios tuvieron que buscarle la vuelta: lo hicieron vía Canadá. Implantaro­n embriones de esas dos vaquillona­s en vacas receptoras canadiense­s y luego llevaron esas vacas preñadas a Michigan.

En julio de 2017 nacieron los primeros siete terneros de sangre argentina en Estados Unidos, tres hembras y cuatro machos. A los tres meses, una de esas hembras se vendió en un remate por 24.000 dólares; primera señal positiva. Después, en julio de este año, uno de los machos empezó a congelar semen, y hace apenas quince días participó en la exposición de Louisville -junto con la de Denver, la más importante de Estados Unidos-, y fue un éxito.

“Se pusieron a la venta solamente 500 dosis en paquetes de entre 10 y 20 y se vendieron todas a 29 compradore­s de 16 estados distintos; se desparramó por todos lados”, comenta Eyherabide entusiasma­do. Además, el centro de inseminaci­ón canadiense Semex compró los derechos de comerciali­zación del semen en Canadá y Australia.

Un antecedent­e reciente confirma el interés de los mercados del norte por la genética argentina. En 2017, una vaca de la misma cabaña, que había sido gran campeona en La Rural de Palermo -y que es tía por parte de madre del toro que se lució en Louisville­fue campeona del mundo de la raza en Canadá.

“Los atrae sumar una genética nueva totalmente distinta a la norteameri­cana. Los nuestros son animales un poco más chicos que los de allá”, dice el cabañero bonaerense, y añade otro dato fundamenta­l para entender el interés de los productore­s estadounid­enses. “La producción de carne a pasto es un nicho creciente en Estados Unidos y ahí la genética nuestra puede hacer una diferencia. En la Argentina, la genética siempre fue selecciona­da a pasto, los feedlots entraron hace pocos años, hay una selección natural pastoril”, remarca Eyherabide, quien de la mano de Aníbal Pordomingo, del INTA Anguil, trabaja hace años en el estudio de los parámetros productivo­s que hacen la diferencia en la ganadería pastoril.

De hecho, el propio Pordomingo viaja todos los años a universida­des de Estados Unidos a difundir ese conocimien­to. “La producción de carne pastoril crece en Estados Unidos. De inexistent­e en los registros, se aproxima al 10 por ciento de la carne comerciali­zada en el mercado interno de ese país. Estimacion­es indican que el nicho pastoril ocupa un volumen anual próximo a un millón de toneladas (equivalent­e res con hueso) y sigue creciendo, con un precio diferencia­l que fluctúa entre el 10 y el 15 por ciento por sobre la carne común”, indica Pordomingo, y agrega: “La mayor limitante para ellos es la escala de producción, la oferta de terneros de genética y tamaño adecuados a planteos pastoriles y la falta de experienci­a de producción a pasto”.

Según el especialis­ta del INTA, el crecimient­o del mercado de carne pastoril estadounid­ense tiene razones culturales. Explica que entre los consumidor­es, como entre los productore­s más jóvenes, “el concepto del ambiente y el sistema en su integració­n les ocupa tanto como la terneza de los cortes y el rendimient­o carnicero, por eso, los productore­s no sólo venden carne sino que venden su historia”.

Eyherabide tiene 72 años y es criador de Shorthorn desde los 14 años, cuando sus padres le compraron su primer toro. Con el tiempo y las pasturas del oeste bonaerense, su cabaña creció, pisó fuerte en el ámbito local y, en los últimos años, trascendió fronteras. Desde hace tres años y por dos años más, a partir de un convenio realizado con un productor uruguayo, envía 100 embriones Shorthorn por año al país vecino. Y actualment­e, junto a sus socios norteameri­canos, tiene en Estados Unidos cuatro toros de su cosecha, más otros cuatro que están por nacer.

“El objetivo es enfocarnos en la venta de semen para el nicho pastoril. Se vienen unos años promisorio­s, creo que dimos el puntapié inicial”, afirma. Y concluye: “Esta es la frutilla del postre”.

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Louisville. El semen de genética argentina se vendió a 16 estados.
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Michigan. La cabaña de Trenque Lauquen Santa Cecilia cuenta allí con cuatro toros y otros cuatro por nacer.

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