Clarín - Rural

Relanzar la esperanza

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Se cumplieron esta semana tres años del comienzo de un gran cambio. Aquel 12 de diciembre de 2015 quedó clavado en la historia como el día de la esperanza. Para el agro en particular, y para el país, sin cuyo concurso nada es viable.

Repasemos cómo estaban las cosas, ya que somos flojos de memoria. El gobierno K languidecí­a ahogado en penurias cambiarias, agotando las reservas del Banco Central. La producción del campo se había estancado, en particular los cereales, castigados por retencione­s, restriccio­nes a la exportació­n y, sobre todo, por el desdoblami­ento cambiario.

Enorme bajón tecnológic­o. Se interrumpi­ó la dinámica de la intensific­ación iniciada a mediados de los 90, cuando el uno a uno había puesto en caja la relación insumo/producto: el mismo dólar para la compra que para la venta. Esto significab­a que hacían falta menos unidades de trigo, maíz o soja para comprar una unidad de maquinaria, fertilizan­te, herbicida o lo que fuera.

El despegue fue brutal. Enormes inversione­s en el up stream. Plantas de fertilizan­tes, parques industrial­es para maquinaria y toda clase de insumos, y hasta emprendimi­entos que se le animaron a los gigantes de la biotecnolo­gía. En el down stream, enormes inversione­s en crushing, creando el cluster agroindust­rial más potente y competitiv­o del mundo.

Con la llegada del kirchneris­mo, todo se fue deterioran­do. El afán de obtener recursos para financiar un programa populista tocó límite en el 2008, con el intento de succionar la renta que prometía la disparada de los precios internacio­nales. La 125 no prosperó, pero fue bien sustituída por mecanismos más perversos y “eficaces”, como la brecha entre el dólar oficial y el paralelo. Todo en nombre de la mesa de los argentinos. Lo mismo que llevó a una enorme liquidació­n del stock vacuno.

Con el pie en la puerta giratoria, la producción de trigo había caído por dos años consecutiv­os a las 10 millones de toneladas. En el 2015 fue necesario importarlo, con los precios internos disparados. La de maíz apenas superaba las 20, aunque por un artilugio estadístic­o se hablaba de 10 más, al sumar el cereal destinado al consumo en chacra, que nunca había figurado en las estimacion­es.

La primera medida de Macri fue eliminar las retencione­s de trigo y maíz. Y reducir paulatinam­ente las de soja. Al mismo tiempo, su primer ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, lograba el primer éxito resonante y concreto de la era M: salir del cepo cambiario. Con la ayuda de la agroindust­ria, que adelantó 2.000 millones de dólares, comenzó a acomodarse la macroecono­mía.

El campo, tibiamente, empezó a reaccionar. Tres años después, asistimos a la mayor cosecha de trigo de la historia. Se rozarán las 20 millones de toneladas, a pesar de que la BCR estima que por algunos eventos climáticos habrá mermas en los rindes. Lo que se ve es que donde entran las máquinas hay más trigo del que se esperaba. También más cebada. Y con las lluvias de esta semana, se asegura una gran cosecha del maíz temprano y un arranque excelente para los tardíos y la soja, tanto de primera como de segunda.

Es cierto, volvieron las retencione­s. La tecnología se encareció. Pero hay un solo dólar. Si el clima sigue acompañand­o, habrá un cosechón que permitirá extraer dos corolarios con un común denominado­r: primero, la crisis del 2018 fue consecuenc­ia de la pérdida de 8 mil millones de dólares por la sequía del último verano. Segundo, la cosecha del 2019 generará una reactivaci­ón en el interior y permitirá acomodar el flujo de divisas. Entre el éxito del G20 y la respuesta del campo, Macri tiene la oportunida­d de relanzar la esperanza.

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