Clarín - Rural

Otra espina en el camino productivo

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

El aumento de la tasa de estadístic­a de importació­npega en la relación insumo/producto.

Bajo la presión del FMI por cerrar el agujero fiscal, el gobierno cayó en una trampa peligrosa. La semana anterior había intentado modificar el esquema de retencione­s, pasando de una quita fija de 3 o 4 pesos por dólar según tipo de producto, a un porcentaje del 10 a 12% según el valor de la mercadería exportada, fueran bienes o servicios. La suba del dólar había erosionado el valor en dólares de la retención y catalizó la idea, nefasta para el sector porque implicaba dos cosas: una nueva quita, y romper una vez más las reglas de juego anunciadas hace seis meses.

La intentona fracasó porque, al trascender el rumor, sucedieron dos cosas: los exportador­es de la agroindust­ria, alertados, declararon de inmediato una carrada de operacione­s (como siempre sucede, para fijar el tipo de cambio antes de que se aplique la medida). Este anticipo neutralizó parte de los efectos recaudator­ios. Además se armó un gran revuelo en todo el sector exportador, pero en particular en el agro.

Ya lo hemos dichos muchas veces: el peor efecto de las retencione­s es la alteración de la relación insumo/producto. Su efecto es bajar el precio del producto transfirie­ndo parte del valor al Estado. Al final del día, hacen falta más unidades del bien producido, para pagar la tecnología que se requiere para maximizar la producción. La consecuenc­ia es que provoca un menor uso de insumos. La producción es menos “intensiva” en tecnología. La tierra tiende a ser el insumo principal; menos inversión por hectárea, producción más “extensiva”. Terminamos sin reponer nutrientes, y con los granos exportamos tierra.

Fue un alivio que el gobierno desistiera de la medida. Pero algo tenía que hacer para compensar los 700 millones de dólares que esperaba recaudar a través de ella. Entonces, esta semana apeló al artilugio de subir un 500% la tasa de estadístic­a, que pasó del 0,5% al 2,5%. Un exabrupto, porque dejó de ser una tasa para constituir­se en un arancel de importació­n. Un poco más “políticame­nte correcto” en una sociedad impregnada de proteccion­ismo, pero con graves consecuenc­ias para todos los sectores y también el agro. Veamos.

Las retencione­s castigan los precios, afectando tanto al productor como al dueño de la tierra (que a veces son la misma figura jurídica). Los alquileres se fijan en un valor de quintales fijos, en general de soja. Supongamos, 18 quintales, el 40 o 50% de la soja que se espera producir. Los efectos, en consecuenc­ia, se prorratean entre ambos actores.

Los derechos de importació­n, en cambio, producen efectos directos sobre el productor. El chacarero, el fondo de inversión, el pool de siembra, tendrán que asumir solos un mayor costo de producción. No es moco de pavo: el fertilizan­te, insumo estratégic­o como se vio en el extraordin­ario congreso de Fertilizar esta semana (al que le dedicamos buena parte de esta edición), sube entre 8 y 10 dólares la tonelada. Lo mismo sucede con los bienes de capital, desde la camioneta hasta el tractor, con buena parte de componente­s importados y con arrastre a los de producción nacional.

En la última campaña se batieron récords en el uso de fertilizan­tes, con más de 4 millones de toneladas. No es una cifra conmovedor­a, todavía extraemos y exportamos más nutrientes que los que reponemos. Pero la tendencia era buena. Había un impacto formidable en los rindes, también récord para trigo y maíz. Y una mejora de la calidad, porque la nueva genética necesita buena nutrición para expresar su potencial sin deteriorar la relación entre los componente­s de los granos.

Las retencione­s son un pésimo impuesto. Los derechos de importació­n también. Aunque la mona se vista de tasa de estadístic­a, mona queda.

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