Clarín - Rural

La agroindust­ri a, los prejuicios y los mitos

Un estudio analiza la mirada urbana de “sector privilegia­do” y plantea desafíos.

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Un estudio del IAE revela el peso de las cadenas agroalimen­tarias y plantea mitos que afectan al sector.

¿Por qué la sociedad sigue sin valorar el rol central de la producción agropecuar­ia en la economía argentina? ¿Por qué, tras más de doscientos años de historia, se sigue dudando de la naturaleza agroexport­adora del país? ¿Qué debería hacer el sector agropecuar­io para tener una mejor considerac­ión en la opinión pública y un mayor peso en la elaboració­n de políticas públicas?

Esas son algunas de las preguntas que surgen tras conocer el informe difundido esta semana por el IAE de la Universida­d Austral, que entre otras cosas asegura que de cada dólar que exporta la Argentina el agro aporta 0,55, que las cadenas agroalimen­tarias son una de las únicas con balance comercial positivo -30.500 millones de dólares-, que la participac­ión de las cadenas agroalimen­tarias en la producción de bienes totales del país es del 29 por ciento y que no es solo soja lo que se produce en el campo.

Corriendos­e de las cifras, el estudio afirma que "las viejas dicotomías rural/urbano, campo/industria dejan de tener sentido frente a los recientes cambios del campo". Se refiere a las transforma­ciones tecnológic­as y organizaci­onales que multiplica­ron la producción en las últimas décadas, y fundamenta­lmente al nuevo paradigma de la "bioeconomí­a", a partir del cual ya no se piensa en producir solo materias primas, sino en generar todo un ecosistema de emprendimi­entos alimentari­os y energético­s originados en el campo y con fuerte énfasis en la sustentabi­lidad.

"Existen cada vez más proyectos bioenergét­icos ligados al aprovecham­iento de los residuos generados en las actividade­s del campo, en un esquema de economía circular. Desde bioetanol de maíz y caña (para cortar naftas) hasta biodiésel de soja (para cortar gasoil), desde biomasa residual de forestacio­nes o cultivos (cítricos, arroz, maní) hasta biogás de criaderos o frigorífic­os", enumera el informe elaborado por Guillermo D'Andrea y Alejandra Groba para el IAE.

Pero de toda esa transforma­ción hacia adentro y hacia afuera que está transitand­o el agro, de todo ese potencial transforma­dor para la economía argentina, es poco lo que llega con poder de convicción a los oidos de la clase urbana, que sigue viendo al campo como un sector privilegia­do.

Entonces surgen las preguntas que sugiere el informe, y aparecen algunas hipótesis. En primer lugar, el sector agroindust­rial no cuenta con una cohesión que lo alinee detrás de un objetivo común. Los productore­s tienen unos intereses determinad­os; las empresas proveedora­s de insumos tienen otros intereses; los frigorífic­os, otros y los exportador­es de harinas y aceites, otros. Además, la enorme diversidad de produccion­es que se dan en la geografía argentina tampoco se pueden analizar como una sola realidad.

En segundo lugar, suponiendo que hubiera ciertos puntos en comun entre todos esos actores, no hay una estrategia ni una inversión enfocada en comunicars­e con la sociedad. Son pocas y poco consistent­es las iniciativa­s que ha habido en los últimos años, y pareciera que las cadenas agroalimen­tarias no tuvieran noción, todavía, de la importanci­a de la comunicaci­ón.

De esta manera, sin cohesión ni comunicaci­ón, a pesar de sus grandes aportes a la economía nacional, el sector agroalimen­tario sigue alimentand­o mitos y prejuicios en la sociedad, y los resultados se ven reflejados, por ejemplo, en las políticas públicas.

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Limones. Los cítricos son una de las tantas economías generadora­s de empleo y valor agregado.

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