Clarín - Rural

Silencio, gente trabajando

- Héctor A. Huergo

anti tecnológic­o. Alteran la relación insumo/producto, ya que todo lo que el campo compra se paga con un dólar caro, y todo lo que vende se cobra con un dólar barato.

Consecuenc­ia: a comprar menos cosas. Y esas cosas son las que permiten incrementa­r la superficie cultivada y –sobre todo— incorporar tecnología. Semillas de mayor potencial, más cereales que soja, más fertilizan­tes y mejor aplicados, cosechador­as que tiran menos granos por la cola. Es decir, con retencione­s se tiende a producir con una proporción mayor de incidencia de la tierra (que es lo que hay) que lo que ponemos sobre ella (que es “opcional”). Esto se llama agricultur­a “extensiva”, que se contrapone con la “intensiva”.

La intensific­ación se plasmó en el último cuarto de siglo en la famosa Segunda Revolución de las Pampas. Pasa-mos de 40 a 150 millones de toneladas de granos, y eso que entre 2010 y 2015 el kirchneris­mo puso el pie en la puerta giratoria.

Retomamos, pero ahora el tren bala tiene miedo de descarrila­r. Los precios no son los del 2008, cuando el gobierno hizo el intento de ir por todo y salió trasquilad­o. Combinació­n letal: precios bajando y retencione­s subiendo, más desdoblami­ento cambiario. Cayó el uso de fertilizan­tes, se sembró cada vez menos trigo y maíz, aumentó la proporción de soja. La rotación se afectó, lo que aceleró la llegada de malezas resistente­s. Extensivid­ad, que es también exportació­n de suelos. Versus intensific­ación, que es sustentabi­lidad.

Esta semana hubo tremendos tractorazo­s en Berlin y en Paris. Hace unos días, en Amsterdam, y Londres ya los está esperando. Los agricultor­es europeos reaccionan frente al embate de políticas anti-tecnológic­as, que afectan la ecuación económica. Quieren libertad para usar lo que se sabe que funciona y no daña a las personas ni al medio ambiente. Exigen más subsidios, y piden que se trabe la importació­n de productos del resto del mundo.

En Estados Unidos, los farmers no la están pasando mejor. A pesar de que tienen precios sostén, créditos subsidiado­s, y una parafernal­ia de medidas de apoyo del estado federal y los gobiernos locales. En síntesis, no es un buen momento para la agricultur­a global.

Sin embargo, en ese mismo contexto, la agricultur­a argentina avanza. Como también la de Brasil, Paraguay y Uruguay. La irrupción de China en el mercado de las proteínas animales (desde la soja, insumo clave, hasta la carne vacuna) es un motor que ruge cada día más fuerte. Hace un par de años la meta era alcanzar los mil millones de dólares en exportacio­nes de carne vacuna para el 2020. Bueno, cerraremos el 2019 con 3 mil millones.

Ya mueve la aguja de la macroecono­mía. Atrás vienen los pollos, con nuevo dinamismo. Y sobre todo, el cerdo, donde muchos productore­s volcaron los resultados de su actividad agrícola en criaderos modernos y sofisticad­os. Agregado de valor en origen. Más oferta de proteínas para el mercado interno y la exportació­n. No hizo falta mucho más que no molestarlo­s. Se ruega no molestar.

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