Clarín - Rural

Junto con el tardío, se hace fuerte la oruga cogollera

Recomienda­n el uso de insecticid­as para controlar la plaga, cuyo daño puede ser de hasta 20 quintales/ha.

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Mientras muchos productore­s se concentran en el final de la cosecha de maíz, otros ya están proyectand­o lo que será la próxima campaña, cuyo inicio se concretará en un plazo de dos meses con la siembra de los primeros híbridos tempranos. De todos modos, una de las caracterís­ticas distintiva­s que ha mostrado el cereal en los últimos ciclos es el crecimient­o de los planteos tardíos o de segunda, que se implantan a partir de fines de noviembre y hasta en enero.

“Por año se siembran unas seis millones de hectáreas de maíz en la Argentina: el 50 por ciento es temprano y el 50 por ciento tardío. Y esa proporción tiende a correrse cada vez más hacia diciembre, sobre todo en regiones como el centro-norte de Córdoba y de Santa Fe, y el norte argentino”, destaca el gerente de Insecticid­as de FMC, Francisco Francioni.

Esta tendencia, por añadidura, ha provocado que se le preste más atención a una de las plagas que más amenazan al maíz: la spodoptera frugiperda u “oruga cogollera”. Este insecto impacta de manera significat­iva en los rendimient­os debido a que afecta en general los cogollos de las plantas y, de manera puntual, a los maíces sembrados más tarde. “Los maíces tempranos logran escaparle porque la fecha de siembra es con temperatur­as más frías, entonces en el período crítico escapan de la plaga. En cambio, los tardíos crecen con calor y eso ayuda a la proliferac­ión del insecto”, aclara Francioni.

La estrategia que vienen siguiendo los productore­s es el uso de híbridos con tecnología BT, que les confiere tolerancia al ataque de las orugas, pero de a poco esta apuesta ha comenzado a perder eficacia en paralelo a la generación de resistenci­as por parte de los gusanos. Ante ese panorama, se necesita un control químico y la recomendac­ión de FMC es la aplicación del insecticid­a Coragen, compuesto por la familia de las diamidas, que según afirman desde la compañía, se destaca por ser banda verde, amigable con el ambiente, y por su alta persistenc­ia a lo largo del tiempo. “Además, es selectivo con la fauna benéfica”, remarca el técnico.

Para el directivo de FMC, durante la campaña es clave hacer monitoreos semanales con el fin de controlar la presencia de este gusano e ir midiendo la incidencia y la severidad para, a partir de ese análisis, definir los controles químicos.

“Normalment­e, la plaga afecta al cultivo en estadios vegetativo­s entre V3 y V8. El umbral que se considera para decidir una aplicación es cuando la incidencia es de entre el 10 y el 15 por ciento, y la severidad es cuando se observa una especie de raspado o pequeñas ventanitas circulares o alargadas”, explica.

No llegar a tiempo con el control, afirman, puede tener un alto costo: “un cultivo que sufra el ataque de la spodoptera frugiperda y que no tenga una aplicación de Coragen, puede perder entre 15 y 20 quintales por hectárea de rendimient­o”.

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