Clarín - Rural

Herramient­as para cuidar la pureza

La trazabilid­ad y la identidad preservada serán clave ante la llegada de nuevas tecnología­s de cultivos.

- Pablo Adreani

La Argentina tiene sobrada experienci­a en producir cultivos con determinad­as especifica­ciones de calidad bajo la modalidad de identidad preservada, y últimament­e un paso más exigente ha sido la trazabilid­ad de los mismos. La identidad preservada es condición mínima de base que requiere que los cultivos que se cosechan, transporta­n y procesan tanto que tengan como destino el mercado interno como la exportació­n, no deban tener un solo grano distinto al grano de origen a partir de la semilla utilizada para el propósito.

Tenemos como ejemplos la producción con alta exigencia en mantener su identidad desde la siembra, cosecha y posterior comerciali­zación, los casos del maíz pisingallo, el maíz blanco y en mucha mayor escala la producción el maíz Flint conocido históricam­ente como Maíz plata o Maíz colorado duro. En el caso del maíz pisingallo, también conocido como Pop Corn, la Argentina es el primer productor y exportador del mundo con 220,000 toneladas, si bien Brasil ha crecido mucho más que la Argentina en el mercado internacio­nal durante este último año, debido al regreso de las retencione­s a las exportacio­nes en nuestro país.

En el caso del maíz Flint, colorado duro, se trata de un evento no GMO, nuestro país produce 650,000 toneladas, de las cuales 420,000 se exportan y 230,000 se utilizan en el mercado local. Desde que se siembra, cosecha y comerciali­za, no hubo un solo grano que contaminar­a alguna parte de este proceso en las 650,000 toneladas. Es el fiel reflejo de que el sistema funciona a la perfección a partir de un vínculo muy exigente y profesiona­l entre el productor y la empresa que finalmente le compra el grano cosechado. Se trata de sistemas cerrados de producción donde el productor acepta producir bajo estrictas medidas de trazabilid­ad y manteniend­o la identidad y pureza, garantizan­do la no contaminac­ión en toda la cadena.

En un futuro no muy lejano, los contratos cerrados bajo la modalidad de garantía de identidad preservada y pureza, con la exigencia de trazabilid­ad desde que se siembra hasta que llega a destino de consumo final, tendrán un gran potencial de expansión en nuestro país.

Ya se trate de las variedades de soja no OGM, con fuerte desarrollo en los Estados Unidos, y presencia limitada en la Argentina, o las nuevas variedades de trigo con foco en la calidad nutriciona­l y alimentici­a, (trigos que producen harinas con más fibra, o con gluten reducido, y variedades de trigo que puedan dar mayor vida útil a las harinas integrales procesadas) y hasta incluso la soja resistente a sequía y condicione­s de suelo salino, van a requerir de implementa­r contratos cerrados de producción. Se trata de sistemas de producción cerrados y muy herméticos, el mismo consiste en dar a los productore­s no solamente la semilla sino también todo el paquete tecnológic­o de insumos , inoculante­s, agroquímic­os, fertilizan­tes, a condición de contrato que toda la producción es comprada por la misma empresa proveedora de la tecnología.

A comienzos de 1990, siendo gerente de proyecto de una empresa multinacio­nal exportador­a, tuve la responsabi­lidad de llevar adelante un proyecto de siembra y producción de 12,000 hectáreas de maíz Waxy para la filial de Kellogs en Inglaterra. Se exportaron 75,000 toneladas en dos vapores, logrando el 100% de pureza sin un solo grano de contaminac­ión. En ese momento no existía la tecnología que hoy existe de controles por GPS, ni los monitores de siembra y de cosecha, ni control de rendimient­o y calidad en tiempo real con monitores on line, imágenes satelitale­s y el actual sistema de Blockchain. Teniendo en cuenta estos antecedent­es, las nuevas variedades pueden llegar a cubrir más de 500,000 hectáreas en un periodo menor a los 5 años.

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