Un camino de mil millas
Julieta Lastra, Viviana Galli, Melisa Holhman y Sofía Padilla cuentan cómo se fueron abriendo paso en el sector en sus respectivas actividades.
gobierno cohabitan dos corrientes: la que quiere aprovechar la bolada y manotear estilo retenciones móviles. Y los de la onda Martín Guzmán, que dijo que dejando el nivel de retenciones como está, se va a recaudar más y es suficiente.
Unos y otros toman lo ajeno como propio. Las retenciones son una exacción y deben erradicarse de una vez. Pero hasta la dirigencia ruralista entiende –quedó bien explícito en las ponencias de la Mesa de Enlace en un zoom de la Fundación Libertad de Rosario el jueves pasado— que no están dadas las condiciones para borrarlas de un plumazo. Pero como esto es materia opinable, voy a opinar un poco.
Ya he propuesto múltiples alternativas para terminar con los derechos de exportación, el impuesto más regresivo y anti tecnológico que existe. Hemos propuesto que se los considere como un anticipo de ganancias. También que se los convierta en una especie de ahorro forzoso, entregando un bono valor producto o dolarizado por el monto de las retenciones. En mi barrio, si alguien necesita pide prestado. Si no existieran los sojadólares, el gobierno gastaría menos y pediría préstamos aquí y afuera.
Pero la realidad es que este año la recaudación por retenciones promete unos 7.500 millones de dólares. Esto es, 2.500 más que en el 2020. Sin resignar el principio de que los derechos de exportación deben eliminarse, valdría la pena ensayar una idea: invertir la carga de la prueba y convertir el concepto de las retenciones móviles en algo a favor del sector.
Concretamente, exigir que esos 2.500 millones adicionales vuelvan al sector que le dio origen. Es decir, que si el año pasado recaudaron por esta vía 5.000 palitos “posta” (no son dólares oficiales sino billetes reales), este año deberían arreglarse con lo mismo. El campo tendrá que esperar el momento de la reparación histórica para que se le devuelvan los 5.000 millones del peaje que paga por el derecho a producir.
Pero el excedente tiene que volver. Un estudio que la Fundación Por Pergamino, liderada por César Belloso (uno de los mejores talentos de la generación que produjo la Segunda Revolución de las
Pampas), le encargó al think tank riocuartense FADA, demuestra que tres partidos de la zona núcleo en la provincia de
Buenos Aires transfirieron al Estado nacional 400 millones de dólares por año. Y explican lo que podría hacerse en esos tres municipios (Pergamino, Rojas y Salto) si ese dinero quedara en la región.
Bueno, no seamos tan ambiciosos. Pidamos que sólo quede el excedente que genera la bonanza de los precios. Serían unos 150 millones. Una cifra imponente, que permitiría la reconstrucción de miles de kilómetros de caminos rurales, hospitales, escuelas, más lo que podrían hacer los privados con la construcción de criaderos de cerdos, plantas agroindustriales (etanol, biogás, frigoríficos, lácteas).
Es muy difícil lograr convencer al partido de gobierno, entretenido en otras tareas menos altruistas, de que avance en esta dirección. Pero es el momento de plantear un cambio. Sin resignar el principio de que las retenciones deben terminar. Como dice un proverbio chino, un camino de 1000 millas se inicia con un primer paso.
La revolución femenina ganó visibilidad en todos los espacios de la sociedad durante los últimos años, pero la búsqueda de las mujeres por hacerse valorar y respetar es una lucha constante y silenciosa que rige desde siempre y que nunca descansó. Esto también sucede en el campo, un terreno que refleja el nervio mismo de los procesos argentinos. recorre las historias personales de cuatro mujeres que día a día se destacan entre una mayoría de hombres y muestran que nada es casualidad, en el marco de la celebración del Día Internacional de la Mujer que se celebrará este lunes 8 de marzo.
Sensibilidad artística y espiritual Julieta Lastra cuenta que hace 17 años, cuando ella decidió ir a trabajar al campo, ser mujer le daba cierta ventaja porque la mayoría de los hombres no estaban acostumbrados a negociar con una mujer, pero remarca que hoy ya es más común encontrar mujeres al frente de un emprendimiento agropecuario.
“Creo que el mayor impedimento es que las familias rurales son tradicionales y tienden a que los hijos varones se ocupen del campo. Yo por suerte vengo de una familia de hombres seguros y mujeres fuertes, así que no tuve que lidiar con eso. Hoy hay muchas más mujeres en el ambiente, no solo al frente de las empresas, sino también profesionales ligadas al sector”, asegura la productora de 9 de julio, provincia de Buenos Aires, con un recorrido personal y profesional bastante particular.
Cuando terminó el colegio, Lastra estudió medicina por un tiempo y luego fue monja de clausura durante ocho años en un convento de las Carmelitas Descalzas. Después estudió Bellas Artes, se dedicó a la escultura, hizo fotografía y, finalmente, recaló en el campo familiar para convertirse en una productora agropecuaria de punta que busca la mejora constante en materia de productividad y sustentabilidad.
“El campo está en la familia desde 1879, es una pyme y soy la primera mujer al frente. En mi trabajo, el hecho de ser mujer, aporta algunas diferencias que no se si lo hacen más o menos eficiente, pero lo hacen más humano”, afirma la productora, y detalla: “A mí me importa cómo está la gente con la que trabajo, me gusta conocer sus problemas y acompañarlos en los procesos, no solo de los que trabajan dentro de la empresa sino también de aquellos con los que tengo más relación comercial. Me gusta tomarme un tiempo para escuchar y acompañar a las personas en sus situaciones. Me gusta que mis equipos de trabajo se sientan como una familia”.
Lastra, quien además de dirigir la empresa agropecuaria lidera en el mismo campo un haras de caballos Silla Argentino, pertenece a la Red de Mujeres Rurales, un grupo de más de 200 mujeres ligadas a la ruralidad que surgió en el ámbito del G20 que se realizó en Argentina.
“El objetivo del grupo es generar canales de diálogo, con agenda y propuestas concretas en temas sensibles como educación, desarrollo local, conectividad, medio ambiente”, comenta entusiasmada.
Desde los 13 arriba del tractor
La contratista Viviana Galli (48 años) nació en un campo cercano a Juan Nepomuceno Fernández, un pueblo de 3.500 habitantes que está 80 kilómetros al noroeste de Necochea.
Creció ayudando en los potreros a su padre Mario Roberto Galli (76 años), productor y contratista. “A los 13 años manejaba el tractor Deutz 55 y transportaba el sinfin para ayudar en la cosecha. También vacunaba a los animales, participaba de las yerras y andaba a caballo todo lo que podía”, contó en una entrevista con Clarín Rural.
Sabe en primera persona lo que es el compromiso con el trabajo que está en el ADN de los contratistas. “A papá lo contrataban para trabajar en el norte de la provincia de Buenos Aires y se perdió un montón de fiestas importantes”, recordó.
Como los caminos eran intransitables cuando llovía, cuando comenzó cuarto grado se quedó a vivir en el pueblo con sus abuelos Juan Ferrari el relojero de Juan Nepomuceno Fernándezy Olga Suárez. “Lo increíble es que cuarenta años después los caminos siguen igual”, aseguró.
Al terminar el secundario se formó como docente y enseñó informática e inglés en una escuela de Nicanor Olivera, un pueblo al que todo el mundo le dice Estación La Dulce. “Trabajaba como maestra suplente en la primaria y en la secundaria y en el 2016 me quedé sin trabajo porque obligaron a los docentes titulares, que estaban en otros roles, a retomar sus cargos”, explicó.
En la encrucijada apostó por el oficio de su padre y su familia, porque su esposo Cristian Milano también es contratista. Con su hermano Fabio le pusieron un ultimátum a su padre. Le dijeron que había llegado la hora de que descanse y que ellos iban a tomar la posta. Viviana se especializó en la siembra (trigo, verdeos, pasturas y soja) y Fabio en la cosecha.
Lleva cinco años arriba del tractor y la sembradora, muchas veces durmiendo en la casilla junto a su esposo aunque tienen las empresas separadas. Sabe perfectamente que es imperativo invertir. “Los contratistas vivimos empeñados porque el productor te exige tecnología de punta y está bien. Acabo de cambiar la sembradora para que tenga paralelogramo y pueda copiar las lomas y desniveles del terreno y sembrar siempre a la misma profundidad”, destacó.
La preocupa mucho la erosión del margen de rentabilidad de los contratistas. Todos los insumos están dolarizados (fierros, repuestos y combustible) pero la tarifa se cobra en pesos. “Y con cheques a tres meses muchas veces”, contó.
También las incertidumbres de un tipo de cambio volátil y una economía que no termina de cambiar el rumbo. La escalada del dólar obligó a su marido a devolver una cosechadora y tuvieron que trabajar muy duro para recuperarse, pero siguen apostando al campo y a su comunidad. Galli es la presidente de la cooperadora del hospital municipal, integra la comisión directiva del Centro Cultural, participa de un programa de radio en Necochea y escribe columnas para un diario de la zona.
Entre tanta siembra y cosecha tienen un acuerdo familiar: estar en las fiestas importantes. “Cuando bautizamos a mi hijo Jonatan, mi marido dejó los fierros y vino. Y yo tengo la misma prioridad. También tengo claro que es preferible hacer menos hectáreas, pero hacerlas bien”, insistió.
En un laburo tan asociado a los hombres, Galli nunca sintió diferencias. “Me conocen de toda la vida y saben que sé hacer este trabajo”, concluyó.