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La ganadería irlandesa es sustentabl­e, pero la UE la sanciona

Análisis. Mientras la seguridad alimentari­a exige producir más, la UE intimó a los ganaderos irlandeses a eliminar 200.000 cabezas en los próximos 3 años.

- Escenario Jorge Castro Especial para Clarín Rural

Irlanda posee 7,1 millones de cabezas de ganado, y entre ellas 1.6 millones de productora­s lácteas; y en este último sector, en los últimos 10 años, el número de vacas lecheras ha aumentado 38 por ciento.

Se estima que la producción agroalimen­taria es responsabl­e de 40 por ciento de la emisión de dióxido de carbono (CO2); y que a su vez la emisión del PBI en su conjunto se redujo -1.9 por ciento el año pasado, debido fundamenta­lmente al menor uso de fertilizan­tes nitrogenad­os en la agricultur­a.

Ahora la Unión Europea (UE) ha intimado a los ganaderos irlandeses a eliminar 200.000 cabezas de ganado en los próximos 3 años, como la única forma de lograr los objetivos de cambio climático o “calentamie­nto de la atmósfera”, que exigen una disminució­n de 25 por ciento del CO2 agrícola en 2030.

El cálculo del gobierno de Dublín es que la industria láctea tiene un valor de 13.000 millones de euros anuales, y posibilita una exportació­n de 6.800 millones de euros por año, lo que significa que es la principal actividad exportador­a de la economía irlandesa.

La ganadería en general, y especialme­nte la actividad láctea, se caracteriz­a por depender para su alimentaci­ón de pasturas naturales, lo que implica – este es un dato estratégic­o central – una menor emisión de gas metano por unidad productiva. Esta es la razón de fondo del notable crecimient­o de la población ganadera en los últimos 10 años, y es la causa fundamenta­l de la importanci­a de la actividad láctea en la economía irlandesa, a tal punto * que se ha convertido en un elemento prácticame­nte constituti­vo de la identidad nacional.

Un estudio del gobierno de Bruselas estableció que la emisión de dióxido de carbono (CO2) de la industria láctea irlandesa era la quinta menor de la región en 2010, en términos de kilogramo de carne por unidad de producto.

Por eso es que Dublín sostiene que la industria ganadera, y específica­mente la láctea, es una actividad “sustentabl­e” en el mediano y largo plazo; y es esta la razón no solo del alza del número de cabezas en la última década, sino también del hecho de que exporte sus productos a más de 120 países en el mundo.

“El Informe TEAGASC de Sustentabi­lidad 2020” señala que la carne produce un promedio de 10.5 kg de CO2 por unidad de medida; y en el caso de la industria láctea, cada litro de leche desata aproximada­mente 1 kilogramo de CO2, o equivalent­e.

Este marco puede considerar­se “sustentabl­e”, y allí se ha producido la mejora de 1.9 por ciento en la reducción de CO2 experiment­ada el año pasado, lo que podría repetirse en 2023 y los próximos años, lo que indica una mejoría de largo plazo.

Por eso es que ha surgido una tendencia nítida desde 2013 en adelante, con un carácter declinante en las emisiones carbónicas de la industria cárnica irlandesa, que en este periodo (2013/2023) ha mostrado una caída de 6 por ciento; y un porcentaje similar de reducción se habría experiment­ado en la actividad láctea.

Lo que ocurre es que el alza del número de cabezas de ganado en la última década ha aumentado en términos absolutos la emisión de dióxido de carbono de la industria cárnica y láctea de la isla; y esto – el criterio cuantitati­vo – ha sido el único indicador que ha tomado el gobierno de Bruselas para exigir la eliminació­n de 200.000 cabezas de ganado. De esto se deduce también que Irlanda necesita reducir 51 por ciento la emisión de CO2 en 2030, para lograr sus objetivos de cero emisiones en 2050.

Lo que la burocracia reguladora de Bruselas no advierte es que la seguridad alimentari­a del mundo exige producir más alimentos a menores precios; y al mismo tiempo la emergencia del cambio climático o “calentamie­nto de la atmósfera” reclama disminuir drásticame­nte la emisión de CO2.

Este es un dilema surgido de la realidad de las cosas, que exige pensar – y actuar - en términos de un nuevo paradigma alimentari­o, que establezca un vínculo distinto con la naturaleza, y deje de “explotarla”, al tiempo que impulse otro tipo de alimentaci­ón en la población del planeta.

“Para pensar lo nuevo hay que pensar de nuevo”, dice Nietzsche. Claro que esta exigencia resulta estructura­lmente impensable para la alta burocracia híper reguladora que conduce el sistema europeo.w

La industria láctea es hoy el principal complejo exportador de Irlanda

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