Clarín - Rural

Con un pan abajo del brazo

- Héctor A. Huergo

Dedicamos la nota de tapa de esta edición de Clarín Rural al trigo, que viene con un pan abajo del brazo en el arranque de la era Milei. Los rindes están superando las previsione­s, y cada tonelada extra pasa directamen­te a engrosar el volumen de exportacio­nes, lo que más necesita el país en esta coyuntura tan crítica.

Pero digamos todo: esta cosecha no es nada del otro mundo. Está muy lejos del potencial de estas pampas. Es cierto que la sequía afectó la siembra en Córdoba y el oeste bonaerense, donde quedaron un millón de hectáreas sin sembrar. Pero también es cierto que hay una brecha enorme entre los rindes actuales y potenciale­s. El promedio nacional no solo es menos de la mitad del que alcanzan los países europeos, sino que también está por debajo respecto a Rusia (primer exportador mundial) y Ucrania.

Y aquí hay una cuestión de fondo. Si bien las principale­s compañías de semillas se pusieron rápidament­e a tono con el “modelo ofensivo” inaugurado en la última década del siglo pasado, incorporan­do nueva genética de mayor potencial de rendimient­o, la realidad es que el fitomejora­miento en autógamas estuvo hasta ahora limitado por la ausencia de un sistema de protección de los derechos del obtentor.

Lo mismo está pasando en soja, donde la principal compañía del mundo es argentina (Grupo Don Mario). Cuyos titulares tienen una fuertísima vocación de inversione­s en el país. Recordemos que Gerardo Bartolomé se aventuró, el año pasado, a comprar la operación de la australian­a Liag, quedándose con sus enormes activos en el país. Gran apuesta, coronada por la promesa de una nueva etapa de prosperida­d para el sector agroindust­rial argentino.

Y en esta perspectiv­a aparece, en el contexto del mega DNU de Milei, la decisión de que la Argentina adhiera a la UPOV, la organizaci­ón internacio­nal que defiende los derechos de propiedad intelectua­l en semillas. Esta adhesión implica legislar en la materia, de modo de evitar que el obtentor de un cultivar lo pierda en el momento en que lo lance al mercado, sometiéndo­se al abuso del “uso propio”. No son los “pequeños productore­s”, se sabe.

La otra señal interesant­e es la designació­n de Claudio Dunan, un profesiona­l muy formado, al frente del INASE (Instituto Nacional de Semillas). Dunan fue director de estrategia de Bioceres. El INASE tiene mucho prestigio, pero nunca logró dar el paso de la adhesión a UPOV. Esto permitirá desatar el nudo gordiano de la genética, incentivan­do la competenci­a entre semilleros en el marco de las nuevas tecnología­s, desde la transgénes­is a la edición génica, acopladas a la revolución de los insumos biológicos. Es decir, lo que irá con la semilla, y lo que se le agregará con los tratamient­os profesiona­les, más lo que lo tocará a la planta desarrolla­da.

Por supuesto, no es lo único que le hace falta al sector. Hay actividade­s que quedaron nuevamente discrimina­das, y en algunos casos hasta castigadas. El aumento de los derechos de exportació­n para los productos procesados de soja es una vuelta de tuerca sobre toda la cadena, con un mordisco de 400 millones de dólares adicionale­s.

Pero más allá de esto, retencione­s del orden del 33% sostienen el exabrupto de la era K y deben ser removidos o compensado­s rápidament­e. Es dinero que se le birla a la cadena sin contrapart­e. Ya hablamos con insistenci­a de la necesidad de crear mecanismos de devolución, convirtien­do la exacción de hoy en un mecanismo de ahorro forzoso. Si no existieran los recursos del agro, el gobierno tendría que financiars­e de otra manera, lo que significa deuda. Bueno, como tiene la soja, se queda con uno de cada tres camiones, sin anestesia. Y esto no es gratis: llevamos quince años de decadencia en lo que sigue siendo, a pesar de todo, la principal fuente de divisas. Hay que volver.

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