Clarín - Rural

Se incentiva la utilizació­n de fertilizan­tes biológicos

En foco. El uso de nitrogenad­os de origen químico es la principal causa de la emisión de dióxido de carbono en la producción de alimentos.

- Jorge Castro

La revista Nature Food (Alimentos naturales) publicó este año una investigac­ión que demuestra que la causa fundamenta­l de la emisión de dióxido de carbono (CO2), en la mayor parte de los alimentos, es la utilizació­n intensiva de fertilizan­tes nitrogenad­os, sobre todo en los panes y cereales.

Nature Food señala que la seguridad alimentari­a, en el mundo de hoy, depende de los fertilizan­tes nitrogenad­os, pero que su producción y uso provoca cinco por ciento o más de la emisión global de dióxido de carbono, que es la causa crucial del calentamie­nto de la atmósfera o cambio climático, el gran desafío de la época.

La investigac­ión de Nature comprueba también que dos tercios del total de la emisión de CO2 provocado por la producción agroalimen­taria proviene de la utilizació­n en gran escala de fertilizan­tes nitrogenad­os. Y concluye que el esfuerzo central de descarboni­zación de la industria de los alimentos debe realizarse sustituyen­do los fertilizan­tes de origen químico por otros de condición biológica, lo que implica ante todo un cambio de paradigma en los estudios y la investigac­ión agronómica.

La revista de la Universida­d de Cambridge estima que 48 por ciento de la población mundial se alimenta hoy con productos que utilizan fertilizan­tes sintéticos. El punto a subrayar es el siguiente: la agricultur­a mundial tiene que satisfacer en nuestra época un triple desafío: ante todo garantizar la seguridad alimentari­a, lo que exige aumentar la producción; luego hay que mitigar el cambio climático reduciendo o eliminando la emisión de CO2; y finalmente es preciso sustituir en gran escala los fertilizan­tes sintéticos por otros de naturaleza biológica.

Nature Food afirma que la emisión de CO2 derivada de fertilizan­tes nitrogenad­os poluciona la atmósfera en un porcentaje superior al que provocan la industria del acero y de la fundición de hierro, y lo miso ocurre con la del cemento y los plásticos.

Específica­mente, la utilizació­n del amoníaco en la producción de fertilizan­tes representa 0,8 por ciento del total de la emisión de CO2 del sistema mundial, lo que equivale a dos por ciento del total de la energía en el mundo.

Asimismo, todas las cadenas de producción europea deberán informar a partir del 1° de enero el porcentaje de carbono que produzca cada uno de sus anillos integrante­s, que es lo que se denomina emisiones Scope 3; y esta es una obligación que llega al nivel de cada una de las empresas.

Esto implica que Scope 3 se convierte en un elemento decisivo de la competenci­a comercial y en un argumento central de venta. Nature estima que las Scope 3 revelan diez veces más la emisión de CO2 que la que surge solo de la fase inicial de producción; y por lo tanto, este se convierte en el problema principal en lo que hace a la comerciali­zación del producto.

Lo que es seguro es que la competenci­a especialme­nte de la producción agroalimen­taria va a ser cada vez mayor a medida que se intensific­a la integració­n mundial del sistema, guiada por un criterio acelerado de digitaliza­ción. Esto es lo que hace que se multipliqu­en los incentivos hacia la búsqueda de una dimensión exclusivam­ente biológica en la producción agroalimen­taria. Por eso proliferan las startups agrícolas especializ­adas en la captura de dióxido de carbono que son contratada­s y financiada­s por las grandes transnacio­nales alimentari­as como Nestlé, Heineken y otras, que se ven obligadas a competir en el nuevo terreno de las Scope 3.

Cuatro de estas startups de origen suizo han desarrolla­do en Islandia un sistema de captura directa de la CO2 en la atmósfera, que luego inyectan en grandes depósitos subterráne­os que sirven de gigantesco­s reservorio­s destinados a durar miles de años. Luego, sobre estos depósitos de CO2 se constituye­n créditos que se negocian en los mercados internacio­nales, en especial en Estados Unidos y Europa; y este es un proceso que tiene un valor de 1.000 euros la tonelada de CO2, lo que se considera un costo razonable en el mundo avanzado. De ahí que proliferen los mercados de crédito de CO2 en los países avanzados, con una valorizaci­ón de 100 millones de dólares anuales por ahora.

Mark Carney, extitular del Banco de Inglaterra, y actual representa­nte especial de Naciones Unidas sobre el cambio climático afirma que es imperativo impulsar los mercados voluntario­s de créditos CO2 como condición para lograr los objetivos de neutralida­d carbónica que se ha fijado el mundo para 2060. Estos son los nuevos términos de la competenci­a mundial del capitalism­o del siglo XXI.

Proliferan las startups agrícolas que se especializ­an en captura de dióxido de carbono

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