Clarín - Rural

Tambo techado, cerdos y valor agregado en solo 150 hectáreas

Una empresa familiar que empezó de abajo y evolucionó con base en el manejo eficiente, la tecnología y el bienestar animal. Un modelo para imitar.

- Kitty Vaquero

Cuando la empresa de Miguel Massello (79), un metalúrgic­o de toda la vida dedicado a la fabricació­n de silos y secadoras hidráulica­s, quebró allá por 1993, él tuvo que empezar de cero. Lo único que le quedaba eran sus 150 hectáreas de campo agrícola ganadero en el partido de Pergamino y, aunque desconocía por completo el negocio, decidió encarar el desafío de la producción láctea de abajo, pero siempre con el foco puesto en el agregado de valor. Por ese entonces, sus hijos y actuales socios en el establecim­iento El Quebrachal, Fernando (51) y María Carolina (49), habían partido a La Plata a cursar sus estudios universita­rios de Veterinari­a y Odontologí­a.

“Cuando compramos las primeras vaquillona­s no teníamos infraestru­ctura y estábamos sin plata, así que se hipotecó el campo para edificar el tambo. Papá de vacas lecheras no tenía ni idea, pero desde el primer momento apuntó a buscarle valor agregado a la producción, nunca entregamos leche fluida, desde el primer día, con las primeras diez vaquillona­s que entraron a ordeñarse, se empezó a hacer masa de muzzarella que vendíamos a una usina de Pergamino”, repasa Fernando.

El tambo apenas tenía ocho bajadas y trabajaban de manera casi artesanal. El silo de maíz lo hacían con una máquina de un surco y un pequeño tractor, demoraban diez días para confeccion­arlo, picando aún por las noches, y lo suministra­ban a mano con horquilla. Como contaban con suero provenient­e del tambo, paralelame­nte empezaron a incursiona­r en el engorde de capones, con apenas tres pistas de cerdos, volcando el alimento con baldes. “Los comienzos fueron años difíciles”, recuerda.

Poco tiempo después, se plantearon elaborar su propia muzzarella y con ese objetivo, en 1996 se asociaron con otros dos inversores para crear la fábrica Pergalac donde hoy elaboran queso y manteca.

En 2012 apostaron a dar un nuevo paso y engordar sus propios cerdos, para lo cual construyer­on una maternidad para 180 madres con genética de punta. “En el 2015 era muy rentable el negocio de cerdo y ampliamos las instalacio­nes para llegar a 400 madres”, cuenta Fernando.

En 2018, en un viaje a Campo Nueve, Paraguay, conocieron las ventajas de tambos estabulado­s de tecnología alemana y decidieron transforma­r su sistema lechero. “Nos asesoraron y nos convencier­on de que la producción láctea iba por el confort animal. Nosotros la genética, el alimento, el manejo, la gente lo teníamos, pero si no le dábamos confort a la vaca, no iba a expresar su máximo potencial”, rememora el empresario.

Todas las inversione­s que hicieron salieron del mismo campo. “No vino plata de afuera, solamente accedimos a los créditos normales que puede tener cualquier persona, créditos que a veces cuando ibas al banco te decían, vos no tenés carpeta”, aclara el productor. “Yo no puedo decir que crecí gracias a crédito, yo crecí gracias al esfuerzo y a meterle todos los días con un objetivo, que era producir y de forma eficiente, esa es la realidad”, subraya.

Actualment­e, las instalacio­nes del tambo y la granja de cerdos ocupan solo cinco hectáreas de las 150 totales, se trata de un planteo muy intensivo. El resto se destina al maíz bajo riego para consumo animal. Y como con ese cereal no llegan a cubrir la demanda de los rodeos, compran más cantidad afuera así como heno, malta, pellets y otras materias primas.

Hoy, 20 personas trabajan en El Quebrachal y la empresa cuenta con el asesoramie­nto de un veterinari­o y dos ingenieros agrónomos.

Un tambo techado. El tambo estabulado, que se inauguró en 2021, es una estructura techada con paredes de 80 centímetro­s de altura que se despliega en una superficie de una hectárea. El modelo es conocido como galpón de compost barn. Allí, cada una de las 320 vacas dispone de un corral de 13 a 15 metros cuadrados, con un piso de cáscara de maní. Las instalacio­nes apuntan a ofrecer el mayor confort a los animales. “Encerrar a las vacas, que tengan espacio para caminar, que estén con ducha, que estén durmiendo en una cama sin barro, con ventilador­es, les permite expresar su máximo potencial, eso es increíble”, destaca Fernando. Aún parece sorprender­se de que su producción promedio haya pasado de un máximo de 26 litros diarios por vaca al aire libre a 38 o 39 litros con el nuevo sistema de tambo bajo techo.

En el día se hacen tres ordeñes, uno cada ocho horas. Cada vaca lleva un collar en el que se monitorean la rumia, los celos y el momento óptimo para inseminar. El

Con el nuevo sistema estabulado, llegaron a una producción de 39 litros diarios por vaca.

“Hice un maíz muy de primera y un maíz muy de segunda. El de primera agarró toda la lluvia, ya hice un silo y voy a hacer otro, zafé. El de segund está floreciend­o y viene muy mal”, relata. En comparació­n con lo que pasó en 2023, está feliz. “Me cambió la perspectiv­a del negocio, porque yo licuo mucho precio con el maíz propio”, explica.

La alimentaci­ón representa el 70 por ciento del costo total de El Quebrachal, por eso, su afinada gestión es clave. “Hoy las produccion­es no están andando bien en Argentina, no están siendo rentables por el precio de los granos. Aumentaron el 200 por ciento, teníamos un cereal con un dólar de $ 350 y de un día para el otro se fue a $ 900, y a nosotros la leche nos la siguen pagando casi lo mismo”, expone.

El empresario señala que hoy su rentabilid­ad sigue siendo negativa por el arrastre de la sequía. “Yo no tengo cosecha nueva todavía, sigo comprando y lo poco que me mandan lo pago caro”, dice. El silo que hizo la semana pasada, recién podrá comerlo en 25 días, cuando se estabilice, aunque se va a adelantar porque no tiene comida.

En el negocio porcino, en tanto, el precio que recibe cayó un 12 por ciento en los últimos 15 días. “Todo me viene aumentando y lo que yo vendo, me lo bajaron. Pero no hay venta, no hay consumo, es complejo. Y eso que lo que nosotros producimos es comida, que es lo último que se deja de consumir”, lamenta.

Presente y futuro. “Estamos muy contentos por lo que hemos logrado en el transcurso de la vida, en todo sentido, como familia y como comunidad de trabajo. Para el que le gusta la producción, son desafíos permanente­s, es muy polifactor­ial lo nuestro, todos los días tenemos algo diferente, algo que se rompe o que hay que cambiar, tenemos que buscarle la vuelta, es así”, expresa.

Cuando se le pregunta si está pensando en alguna nueva inversión, Fernando exhibe cierto desaliento. “No, yo estoy con pocas ganas realmente. Hace dos o tres añitos que venimos laburando nada más para mantener. Yo pienso seguir muchos años más con la actividad, pero me preguntas hoy, y no”, sostiene. Es que “ahora todo es a base de mucha plata, han cambiado muchísimo los números, te asusta”, confiesa.

“Creeme que no podemos hacer una inversión para seguir agrandando el campo, estamos con lo justo, afirma.

Sin embargo, rescata el “enorme potencial de Argentina” para producir y generar empleo a partir del campo. Él y su familia pudieron hacer mucho en tan solo 150 hectáreas en base a trabajo, esfuerzo, uso de la tecnología y agregado de valor, y sabe que el sistema se puede replicar con éxito en todo el país.

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Confort. Alimentaci­ón ajustada, duchas, ventilador­es, espacio para caminar y piso de cáscara de maní, para que las vacas de Fernando Massello expresen su máximo potencial.

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