Clarín - Rural

De la chacra a la genética porcina, un camino ascendente

Los hermanos Barisich se hicieron cargo de la empresa familiar y a fuerza de asociacion­es regionales lograron escalar y especializ­ar su negocio.

- Gastón Guido

Pablo Barisch y su hermano, Sebastián, tienen una granja de cerdos de ciclo completo. Incluye reproducci­ón gestación y maternidad, recría y engorde y terminació­n. Con 200 madres en producción, actualment­e venden, en forma directa, unos 400 capones mensuales a dos fábricas de chacinados. Y junto a otras 7 granjas son propietari­as de un centro de inseminaci­ón que las abastece de semen y también vende a terceros. En conjunto, realizan compras de insumos como medicament­os veterinari­os, alimentos e ingredient­es nutritivos, lo que derivó luego en una distribuid­ora de estos productos. Esta diversidad de actividade­s transcurre entre Junín, Salto y Arrecifes, pero comenzó en el noroeste bonaerense, en un contexto bien distinto.

“El trabajo lo empezó mi papá en la década del ’90, con una chacra mixta que tenía con mi tío. Al hacernos cargo de la empresa con mi hermano, en 2007, hacíamos agricultur­a y ganadería vacuna, con un criadero de cerdos semi confinado, solo con una maternidad bajo techo. La gestación y todo el ciclo porcino se hacía a campo, y también teníamos ovejas”, cuenta Pablo.

En 2009, fallece su papá, Eduardo, y los hermanos Barisich evalúan la situación del campo y concluyen en que “teníamos un montón de cosas sueltas, todas por la mitad, y lo que debíamos hacer era hacernos fuertes en una sola cosa, porque todo lo hacíamos artesanalm­ente”. En ese momento, se desarmó la sociedad que Eduardo tenía con su hermano, tío de Pablo y Sebastián, quienes decidieron apostar todo a los cerdos.

Tal determinac­ión implicó la venta de ovejas, vacas e inclusive maquinaria­s agrícolas, como sembradora­s nuevas que había comprado Barisich padre y hasta camiones. “Vendimos todo lo que teníamos y también cedimos algunos campos que alquilábam­os. Nos quedamos con toda la cosecha de ese año y decidimos apostar al criadero cerdos -recuerda Pablo-. Veíamos la oportunida­d de agregar valor y desarrolla­r una actividad algo más estable. La agricultur­a es un negocio de alto riesgo y con los cerdos veíamos que teníamos un ingreso seguro, que nos permitiera subsistir”.

Pablo y su hermano apostaron por los cerdos para producirlo­s de manera profesiona­l. “Nos metimos en una crianza intensiva y, con todos los recursos que obtuvimos por la venta de maquinaria, comenzamos a confinar el criadero, en el cual podíamos tener buenos parámetros de producción, estabiliza­r un número y trabajar como correspond­e”. Parte de las instalacio­nes las construyer­on ellos mismos y durante el primer año no tuvieron empleados. Confinar las primeras 100 madres les tomó 5 años.

Tuvieron que armar el plantel partiendo de las 130 madres a campo que les había dejado Eduardo. “Sucedió que cuando hicimos un relevamien­to de esas madres, empezamos a descartar y casi no servía nada, rescatamos 50 porque era lo único que iba quedando de la antigua producción a campo”.

Habían pasado ya unos años y ahora el objetivo de los Barisich era llegar a las 200 madres. Empezaron a trabajar en eso y cambiaron las reglas de juego. Asumió el nuevo gobierno, en 2015, quitando las retencione­s al maíz; esa medida provocaba menor rentabilid­ad a los porciculto­res, a lo que se sumaban las importacio­nes de carne porcina. “Fueron dos cambios juntos y eso complicó todo, aunque la quita de retencione­s era algo que tenía que pasar, porque el maíz estaba con muy bajo precio y nosotros, en campo propio -reconoce Pablo-, no lo podíamos sembrar porque era insostenib­le, a pesar del valor agregado que generábamo­s con el cerdo”.

Hasta que el negocio dio un giro y se volvió a estabiliza­r, el proceso llevó unos 6 meses, en los que prácticame­nte no pudieron seguir la línea de inversión del plan de crecimient­o planeado. “Cuando todas las variables se acomodaron y el negocio se vio más o menos para dónde iba continuamo­s con nuestro plan de inversión, hasta poder finalmente llegar a las 200 madres, en 2019”, explica Pablo.

Al completar esa cantidad de hembras, volvieron a diversific­arse. Tenían un tamaño de criadero con otras necesidade­s alimentici­as y valores de maíz y soja más estables. Decidieron volver a crecer en maquinaria­s y sembrar más campos, diversific­ando el negocio. “Con la producción propia cubríamos el 30 por ciento del consumo anual de la granja. Hoy sembramos 546 ha de maíz y soja, 50 propias y el resto alquiladas, lo que nos permite tener nuestro propio grano. Siempre buscamos tener las 200 madres y producir su alimento. La soja no la damos en grano, pero sí podemos canjearla o tener algún acuerdo de canje, o venderla para poder comprar la harina, ya que ambos productos son los que más pesan en los costos de producción”, dice.

Entre los fierros que volvieron a tener, los Barisich compraron una cosechador­a que generó otras oportunida­des de negocio. “Empezamos a prestar servicios a terceros. Y otra vez volvimos a retomar la vieja actividad que tenía mi papá, que hacía principalm­ente agricultur­a. Sembraba para él y prestaba servicios de siembra, fertilizac­ión y cosecha, y los cerdos y las vacas eran un negocio secundario”.

Núcleo genético. Cuando Eduardo Barisich aún vivía, Pablo y su hermano se integraron a un grupo de pequeños productore­s porcinos para acordar precios para compras conjuntas de insumos. Comenzó con medicament­os veterinari­os, algunos alimentos y productos de nutrición. Ese grupo empezó a crecer en volumen de compras y, entre 2008 y 2010, se transformó en una empresa -Grupo Porcino- que llegó a tener su propio núcleo genético de 100 madres, que comenzó a proveer sus propias hembras a las granjas socias del grupo, originalme­nte integrado por 12 productore­s.

Posteriorm­ente ese núcleo genético fue distribuid­o entre las granjas que actualment­e integran la empresa. “Nos quedaba más cómodo tener un núcleo genético propio en cada granja. Así el animal nace y se cría en el lugar de producción, en un sistema cerrado, algo que sanitariam­ente es mejor”. Cada granja, individual­mente, tiene su propio contrato de pago de royalties con el proveedor de la gené

La sinergia con otros pequeños productore­s les permitió reducir costos y crecer

tica porcina que utiliza.

En 2011, incorporar­on la parte seminal. “Teníamos la línea de hembras en el núcleo genético común, pero cada granja tenía su macho. En esa época, comprar semen en un centro de inseminaci­ón era muy caro, con lo cual cada uno tenía que tener sus propios padrillos y en algún tipo de laboratori­o interno de cada granja, procesar su propio semen como podía o comprarlo a algún centro de inseminaci­ón”, recuerda.

Con el mismo espíritu asociativo, el grupo trató de armar su propio centro de inseminaci­ón. Actualment­e cuenta con unos 80 a 100 machos, de los cuales unos 60 producen semen para terceros y el resto abastece a las granjas del grupo, ubicadas en los partidos bonaerense­s de Junín, Salto y Arrecifes.

“Hoy tenemos clientes a los cuales les vendemos nuestro propio material seminal y también abastecemo­s a unas 2.000 madres que, en conjunto, tienen las granjas del grupo”.

Actualment­e, tienen una granja comercial y el núcleo genético propio. “Producimos 3600 kg carne por madre y por año, aunque hay granjas que pueden lograr mejores números más de 4.000 kilos por madre y por año”. Para lograr esos números deberían contar con cierta tecnología y más personal. “Con una granja de 200 madres no la podemos adquirir porque hay una relación costo-beneficio, una escala que no tenemos para lograr esos rendimient­os. Las hembras tienen potencial para producir 4.000 kilos, pero nosotros, por limitacion­es propias, todavía no llegamos a ese resultado”.

Al respecto, Pablo explica que el potencial genético de las hembras es el mismo que el de un criadero de 1000 madres. La diferencia radica en que en una granja de esa cantidad de hembras, tiene personal durante las 24 horas, que puede estar constantem­ente pendiente de los animales, tanto de recría y de engorde o atendiendo partos. “No es lo mismo una maternidad como la nuestra, que se atiende durante 8 horas al día, que una que nunca queda sin personal. Nosotros los fines de semana nos tenemos que ajustar a una guardia con el personal disponible, que normalment­e rota”, explica.

En la amplia variedad y escala de productore­s, cada granja porcina argentina crece de manera diferente. “Hay gente que ha ido creciendo sostenidam­ente, como puede llegar a ser nuestro caso, a futuro. Y hay otras que lo hicieron gracias al aporte de importante­s inversione­s y quizás, en solo un año, pueden estar produciend­o. No hay una regla general para todos. Nosotros fuimos creciendo a pulmón”, recalca Pablo.

El negocio actual, y desde hace 5 años, se concreta con la venta directa de unos 400 capones mensuales de 120 kilos promedio, a dos fábricas de chacinados. “Obviamente, nos manejamos con el precio que establece el mercado. Cuando empezamos, nos veíamos obligados a venderle a algún matarife o intermedia­rio que hay en el mercado, que nos imponía los precios”, recuerda.

A propósito del mercado, Barisich recuerda la fluctuació­n que tiene el consumo y valores del cerdo durante el año en la Argentina, y afirma: “Pese al trabajo que se ha realizado para promover el consumo interno hace falta una política agroexport­adora seria de largo plazo, que permitiría lograr un crecimient­o más importante”.

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Recría.Con 200 madres en producción, los Barisich venden 400 capones por mes de 120 kilos en promedio a dos fábricas de chacinados.
 ?? ?? Instalacio­nes. Junto a la granja, los silos y el centro de inseminaci­ón.
Instalacio­nes. Junto a la granja, los silos y el centro de inseminaci­ón.
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Brothers. Pablo y Sebastián Barisich, rodeados por sus cerdos.

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