Clarín - Rural

El farmacéuti­co que volvió a su campo natal y venció a la sequía

A los 84, cuando se murió su hijo en un accidente rural, se hizo cargo de las pasturas recién implantada­s y dio una lección que sus nietos aprendiero­n.

- Mauricio Bártoli

“No vayas Alejandro, ya estás grande para eso”, le dijo Héctor Seta a su hijo de 56 años. A las pocas horas, un accidente en medio de un paleteo (competenci­a de destreza rural en la cual se arrean vacas encimándol­a con “la paleta” de los caballos) le dio lamentable­mente la razón al veterano farmacéuti­co, de 84 años. Su hijo perdió la vida por los golpes sufridos tras un revolcón inesperado.

Así, sin ninguna enfermedad que anticipara el “impacto grande” que la muerte de un hijo provoca en cualquier ser humano, Héctor se chocó con el dolor más profundo en el alma y el vacío que dejaba su heredero, que en la plenitud de sus edad amanejaba toda la actividad agropecuar­ia de la familia.

Pero Héctor, que nació en el campo, en una chacra rural cercana Pinzón, uno de los 12 pueblos satélites de la ciudad de Pergamino, sacó a relucir lo que había aprendido de chico para ayudar a los nietos veinteañer­os ante el desafío.

“Alejandro dejó una pastura recién plantada y nadie se quería ocupar del mantenimie­nto de ese cultivo forrajero, y de los costos que había que asumir por la semilla y las labores. Entonces decidí hacerme cargo y continuar con esa planificac­ión. En otros lotes, había un rodeo de cría que esperaba alimentars­e con esa pastura”, cuenta.

La pastura se sembró en abril de 2021, Alejandro falleció en agosto y en diciembre se hicieron los primeros cortes, hasta ir acumulando muchos rollos, vitales en un contexto de sequía.

“Una vez pagados los costos de semillas y de las labores de implantaci­ón, hubo que esperar que el pasto creciera, nomás”, dice Héctor. Y se apoya en los números: en ese momento, un año atrás, el valor de los rollos se duplicó en pocos meses; más allá de la inflación general, por la escasez del producto, que el abuelo experiment­ado pudo anticipar.

Era una pastura mezcla, con alfalfa, rye grass y cebadilla. Se implanta todo junto. Pero debido a la fuerte sequía lo único que quedó fue la alfalfa, por su particular­idad de desarrolla­r raíces hacia abajo en invierno de manera de captar la humedad del suelo y desarrolla­r hacia arriba en primavera/verano.

“La alfalfa además es una pastura de destacado valor nutriciona­l. El rendimient­o de un rollo de buena calidad no es el mismo que con otras especies. Y para eso hay que tener en cuenta el proceso: después del corte hay que dejarlo estacionar 24-48 horas (ni más ni menos porque si se lo enrolla fresco se fermenta y si se seca mucho pierde volumen), explica.

Su intención principal fue enseñarles a los jóvenes, sus nietos, que pese a los contratiem­pos no convenía desaprovec­har algo que estaba implantado. “Hay que entender los ciclos biológicos que en definitiva brindan sostenibil­idad”, dice. Y tiene la satisfacci­ón de haber visto que sus nietos aprendiero­n la lección: al año siguiente sembraron una pastura para garantizar la previsibil­idad que les inculcó el abuelo.

El aprendizaj­e de Héctor de chico se basó en “el ejemplo dado por mis padres, italianos que vinieron a trabajar la tierra sin la tecnificac­ión disponible ahora”. Valora que las tecnología­s modernas han mejorado el bienestar y el confort de las familias rurales pero considera que “no han podido reemplazar “el valor de la actitud humana y la experienci­a de manejo”.

Don Seta lo disfruta con pasión. “Cuando voy al campo no sólo tomo mate, agarro la azada, hago quinta de verduras, una mini granja, junto huevos, ordeno las herramient­as, doy de comer a los animales”.

Respecto de su infancia, recuerda que prácticame­nte lo único que se compraba era arroz, porque hasta la polenta se molía en las chacras familiares. Los tiempos cambiaron, pero Héctor trata de “despuntar el vicio” haciendo muchas cosas en su granja.

El día que hicimos la entrevista para esta nota mi hijo disfrutó verlo como un auténtico Zenón, saliendo simbólicam­ente de la historia de ficción para zambullirs­e en una realidad animada con vacas Lola, caballos Percherón y otros tiernos ejemplares de distintas especies.

Un poco por hobby y alguna vez por necesidad también mantiene vivo el hábito que siempre invoca su tocayo Huergo: “todo bicho que camina va derecho al asador” o al frasco en escabeche.

Se ha inspirado incluso para poner esa cultura en letras de versos:

“Lo que la naturaleza ofrece, a mi freezer va a parar, para luego preparar

sabrosas y ricas comidas. Sabido es que en esta vida, todo hay que aprovechar. Y si querés saber más, de peludos y de iguanas, no te quedés con las ganas, venite y acompañame, a saborear lo que hice, que también con unos cuises, se prepara una cena. Y agregando unas perdices, te queda la panza llena. Si quedaste satisfecho, podés volver una vez, Una liebre al chocolate, es una exquisitez.

En otra poesía, dió “cátedra artística” sobre manejo ganadero.

“El trabajo con la hacienda, me resulta divertido, Me gusta estar presente y demostrar lo aprendido. Apartando en el corral la vaca con su ternero Y a no errarle compañero Me haría quedar muy mal. En el arreo, mi amigo, siempre hay que estar atento porque a falta de alimento y de alambrados deshechos se puede arruinar un trigo. Y después para sacarlas te la debo, amigazo”. Buen caballo y un buen lazo, es la única manera porque a la vaca mañera, no podés darle un abrazo. Y si por casualidad pasa el dueño de lo sembrado lo vas a ver enojado con toda seguridad.

Para tratar de no sufrir tanto la la muerte de su hijo, también exorcisó con poesía el accidente que sufrió en medio de una riesgosa pasión rural por el caballo, que fue su circunstan­cial victimario.

Tengo ganas de escribir recordándo­lo a Alejandro por todo lo que ha hecho dedicándol­e al caballo. El esmerado cuidado haberlos disfrutado hasta el último momento que la muerte y la tración, jugaron un revolcón No sé si te diste cuenta que era este tu destino, dejándome en el camino a cada paso que doy tus recuerdos más queridos Tus amigos resolviero­n que quede para la historia dar tu nombre al campo y homenajear tu memoria.

“A esta altura de la vida, lo que uno tiene que hacer fundamenta­lmente es enseñar y tratar de que las nuevas generacion­es aprovechen lo que uno puede legar de su experienci­a”, dice con humildad.

Las dos grandes pasiones de Héctor son el campo y la farmacia. Si bien tuvo una larga trayectori­a, incluso como directivo del Colegio de Farmacéuti­cos de Pergamino, Héctor nunca dejó de desplegar su cariño por las actividade­s rurales y acompañó toda la vida a su hermano Omar, que quedó a cargo del establecim­iento familiar.

Y tuvo la suerte de que cada uno de sus hijos tomara por uno de esos dos caminos. Mariela es farmacéuti­ca y heredó no sólo la bonhomía de su papá sino también la pasión por la química sanadora.

El hijo de Mariela, Renzo Picarelli, mantiene ese cordón umbilical con el campo, pese a haberse formado como un calificado técnico de básquetbol de nivel nacional, tras haber seguido la pasión de su padre.

Ha dirigido equipos de distintas provincias pero siempre vuelve a Pinzón y se retroalime­nta de sus raíces. “Gracias, abuelo, por hacerme gaucho”, estampó en un cuadro del austero pero siempre hospitalar­io casco de la chacra.w

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Planificac­ión y anticipo. Antes de la sequía,sus nietos no valoraban las pasturas, pero Héctor Seta se hizo cargo y al final les dio una lección.

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