La chica que cumplió el sueño de vivir viajando
Vende fotos Polaroid que le saca a la gente en los lugares que visita. Así cubre sus gastos y recorre el mundo.
“Algún día me voy a poner un bar en la playa”. ¿Cuántos hemos escuchado o dicho- una frase del estilo, que encierra el sueño de vivir de vacaciones? La argentina Maia Failchijes (29) lo logró. No se puso un bar, pero encontró una manera original de vivir viajan- do. En siete años recorrió 23 países y asegura que cubrió gran parte de sus gastos vendiendo fotos que les saca a la gente que encuentra en cada lugar. Lo más llamativo es que no son fotos digitales ni profesionales, usa una vieja cámara con la que toma instantáneas Polaroid y entrega una copia impresa.
La aventura comenzó en un momento muy especial de su vida. Cuando tenía 17 años falleció su mamá y sintió que tenía que hacer un cambio. “Tenía ganas de escaparme y ver todo desde otro lugar”, cuenta. Cuatro años más tarde decidió, junto a tres amigas, emprender un viaje de tres meses por Guatemala y México. Dejó la casa en la que vivía con sus tíos en el barrio porteño de Caballito, abandonó el terciario que cursaba en producción de televisión, renunció a su trabajo en el área de atención al cliente de una empresa y se fue en busca de nuevas experiencias.
Unos días antes de regresar a Buenos Aires, Maia decidió perder su vuelo para -sin saberlo- convertirse en una viajera permanente. “Aún no sé qué fue lo que me llevó a tomar esa decisión. Creo que fue esa sensación de libertad que tengo hasta el día de hoy. No todos tenemos esa suerte y es una de las cosas que agradezco todos los días”. Como Siddharta, el personaje de Hermann Hesse, optó por animarse a seguir sola.
Recorrió países caribeños, el frío europeo, y el Estados Unidos pre Donald Trump. Trabajó como mesera, bartender, niñera, profesora de español, relacionista pública, “extra” de televisión, vendedora de tortillas de papa, empleada en hostales y granjas. “Como no tengo ningún gasto fijo (como alquiler o los gastos que requiere vivir en una casa), todo lo que genero lo uso para moverme y comprar comida”, relata. Y da un dato que hará que más de uno se ponga a hacer cuentas. Suele quedarse en casas de amigos o gente conocida, o trabaja en posadas a cambio del alojamiento. Los primeros tiempos se movía mucho más. “Iba con mi mochila de un lado para el otro, pero ahora viajo más despacio y me quedo entre dos y tres
meses en cada lugar para aprovechar talleres o tomar cursos, vivir el lugar y no ser una turista de paso”, explica.
Durante esta gira se enamoró, claro. Tuvo un novio español que la acompañó en algunos tramos. Pero fue hace dos años, justamente cuando se separó, que nació la idea del proyecto fotográfico, al que llamó Project Photo Nómada. Como el agua del río que fluye y renueva, después de muchas lágrimas, encontró una vocación. “En la era de las cámaras digitales, los smartphones y las Gopro, me propuse que cada persona recuerde su ‘aquí y ahora’ con una foto tangible”. Se compró una cámara, abrió una página en Facebook y salió a caminar por las playas de Tulum, México. “’¿Quién querría una foto instantánea si todo el mundo se saca fotos con sus teléfonos?’, pensé. Pero funcionó. A la gente le gusta y, gracias a ellos que escuchan mi historia y me compran su foto, financio mis viajes desde 2015”, narra Maia, quien calcula que sacó más de cinco mil fotos polaroid y, desde hace unos meses, además, lo hace en casamientos y cumpleaños. “Hoy todo se volvió tan tecnológico y efímero que cuando ven el revelado se emocionan y recuerdan el valor de una
foto impresa, que no se pierde en la nube. Hay algo nostálgico con este tipo de imagen que se asemeja a los libros. Por más e-books que descarguemos, nunca será lo mismo que uno impreso”, opina.
No todo es color de rosa y, como el yin y el yang, en todo lo bueno hay algo malo (y viceversa). “Muchas veces me siento sola, perdida, y me pregunto qué estoy haciendo de mi vida. Pero sólo sé que estoy disfrutando mi presente y, si hago lo que siento y quiero, sé que no voy por mal camino”, reflexiona. Reconoce que varias veces tuvo miedo, como la primera vez que hizo dedo en Bulgaria. Iba con su ex novio, y el hombre que los llevó a destino paró en el medio del camino para hacer una llamada. Hablaba en búlgaro y los miraba constantemente. Ella llegó a imaginar un secuestro pero, al final, el conductor le había pedido a su mujer que les preparase la merienda. “Es muy loco cómo te puede engañar la mente y hacerte crear situaciones totalmente diferentes a las que estás viviendo”, concluye hoy.
En abril retornará a Buenos Aires para reencontrarse con amigos y familia. Se quedará unos tres meses y volverá al ruedo: su próximo destino a explorar será Asia.