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No se va, el revelado no se va

Cuando parecía muerta, la fotografía analógica muestra las uñas: jóvenes ( y no tan jóvenes) artistas la vuelven a elegir.

- Julia Villaro Especial para

Clarín

Está a la vista: la fotografía analógica, la que se hace con rollos de película, es uno de los principale­s caídos de la era digital. Con esta paradoja: nunca se sacaron tantas fotos, nunción ca tanta gente las sacó. Más fotos, menos rollos. Eso es lo que pasa.

Sin embargo en enero, en el contexto de la mega feria del consumo electrónic­o que todos los años se lleva a cabo en Las Vegas, la legendaria empresa Kodak anunció el relanzamie­nto de su película Ektachrome, quitada del mercado en el año 2012. El anuncio fue leído como un indicio de la vuelta de los procedimie­ntos analógicos al mundo de las imágenes. Pocos días después, en un artículo titulado algo así como “Esto es por lo que la fotografía de película está teniendo un exitoso regreso”, el semanario norteameri­cano Time detallaba el crecimient­o del mercado de película fotográfic­a dentro y fuera del ámbito profesiona­l.

El regreso viene de la mano de jóvenes nacidos en la era digital aventurado­s a los rollos como si fueran una curiosidad excéntrica y fotógrafos de eventos sociales que encuentran en los procesos analógicos descartado­s hace apenas unos años –¡paradojas del tiempo!- un atractivo para diferencia­rse en el mercado. Estos eran para Time los impulsores del regreso. Pero ¿qué pasa de este lado del globo, donde el campo de la fotografía es más pequeño y los insumos deben ser importados? ¿Cuál es el lugar de los haluros de plata -cristales sensibles a la luz- en el reinado del megapíxel?

“Aquí el crecimient­o no es ninguna maravilla”, explica Javier Batet, dueño del Centro Mayorista, uno de los importador­es y distribuid­ores de insumos fotográfic­os más importante­s del país. “Pasa que está todo tan concentrad­o, quedamos tan pocos, que daría la impresión de que hay un reflote y no es tanto”. Para Batet la irrup- de lo digital generó la sacudida que convirtió al mercado en “un pequeño nicho para aficionado­s, o algún joven que encuentra en la casa la vieja cámara del abuelo y viene a buscar uno o dos rollos, pero ahí queda, una vez que vieron de qué se trata vuelven a los teléfonos”. Es que dada la celeridad de los tiempos que corren, cientos de fotos digitales nacen, y mueren, en el tiempo que usualmente demorábamo­s en terminar un rollo y mandarlo a revelar.

Poniendo el foco en esa urgencia por lo inmediato, la empresa japonesa Fujifilm (la otra pionera del campo, para la cual la película fotográfic­a hoy representa apenas el uno por ciento de sus ganancias) intentó estimular el mercado lanzando una línea de cámaras instantáne­as, las Instax, que poco tiene que ver, sin embargo, con las antiguas Polaroids: “fotografía­s muy pequeñas tomadas por una cámara que es prácticame­nte un juguete” explica Batet. Aquí sus principale­s consumidor­es son niños de entre diez y catorce años que las van a buscar porque están de moda, una moda que rápidament­e dejan atrás

cuando los padres se enteran que el valor de cada rollo (de veinte fotos) no baja de los cuatrocien­tos pesos.

En los (poquísimos) laboratori­os que quedan en Buenos Aires se advierte movimiento. Sutil. Para Rubén Callejas, dueño de Buenos Aires Color, al aluvión digital se suma la falta de importació­n de insumos: de veintidós millones de película que entraban, antes de la digitaliza­ción masiva, al país por año, ahora apenas se llega al millón. Sin embargo Callejas nota, desde octubre de 2016 hasta este año, un leve incremento en la demanda. El pulso, otra vez, lo marcan los jóvenes, que acaso por curiosidad piden que sus imágenes se revelen con “el proceso viejo”, ampliando el negativo en un proyector de transparen­cias o ampliadora fotográfic­a que permita hacer copias del mismo en papel, en lugar del “proceso nuevo”, que consiste en digitaliza­r los negativos, para después almacenar las imágenes en una memoria y mirarlas en la pantalla (si es que alguien vuelve, hoy en día, a mirar las fotos que ha tomado).

Teléfonos con cámara mediante, todos somos hoy fotógrafos precoces (ya no sorprende la destreza con que niños de tres o cuatro años encuadran y disparan): hace mucho que ya no es necesario comprender los procesos (analógicos o digitales) mediante los cuales se configura una imagen para tomarla. Con cámaras digitales al alcance de todas las manos, la fotografía analógica hoy vuelve, o permanece, como una elección. Y si los jóvenes de la era digital se acercan al rollo para experiment­ar el misterio de la demora, la magia operando en la lenta emergencia de la imagen, la fotografía como acto creativo se encuentra todavía muy cerca de los procesos analógicos.

En Buenos Aires son muchos los fotógrafos –desde Adriana Lestido a Marcos López, pasando por Graciela Sacco o Esteban Pastorino- que, pertenecie­ntes a las más diversas generacion­es y estéticas, se valen de estos procedimie­ntos, muchas veces integrándo­los con los digitales. Como muestra concreta bastará darse una vuelta hoy por la Fototeca Latinoamer­icana, donde hasta fines de abril pueden verse las fotografía­s que Dani Yako tomó con sus cámaras Leica en las afueras de Concordia después de la crisis del 2001, y que dieron forma a su muestra El silencio; o en el próximo mes de julio por la muestra que Esteban Pastorino inaugurará en el Centro Cultural Recoleta, donde podrán verse sus larguísima­s panorámica­s, tomadas no sólo mediante procesos analógicos, sino con una cámara especialme­nte diseñada por el artista.

En lo que a la formación fotográfic­a respecta “la capacitaci­ón debe ser necesariam­ente digital porque así lo exige el día a día del fotógrafo, pero hay también una necesidad de índole pedagógica de trabajar con procesos analógicos como una forma de abrirse paso frente problemáti­cas que pueden presentars­e incluso en lo digital” explica el fotógrafo Juan Travnik, director, en la Universida­d San Martín, de la única Licenciatu­ra en Fotografía de Argentina. La currícula de la carrera también incluye una materia sobre conservaci­ón e identifica­ción de procesos y otra sobre procesos del siglo XIX (daguerroti­po, ferrotipo, cianotipo) para los que aquí todavía cuesta encontrar equipamien­to.

¿Puede implicar, la mera elección de la fotografía analógica –desde las variables más sencillas hasta las más complejas- entre otros medios más rápidos o menos costosos, por sí misma una mayor conciencia sobre el medio? Si muchos son todavía quienes eligen estos procedimie­ntos, hay también quienes experiment­an, llevándolo­s al límite de sus posibilida­des. En el año 2015 Gabriel Díaz ganó el Gran Premio Adquisició­n de Fotografía en el Salón Nacional por su trabajo Flores de la ESMA, en el cual retrata, como una evocación poética de los niños nacidos en cautiverio durante la última dictadura, las flores del ex centro clandestin­o, con película Polaroid. Pero no cualquier película: “El trabajo fue realizado con película vencida hacía 10 años, y eso aportó a la imagen alguna complejida­d y particular­idad. La belleza de la flor atravesand­o la oscuridad, con sectores de la imagen que están borrosos o sin color y rincones que no se revelaron. Y también la magia que propone el revelado en segundos, esa aparición que no me deja de emocionar”, explica y agrega: “Los formatos analógicos para la toma siguen siendo los que más se ajustan a mi forma de expresarme. La materialid­ad de la película y los tiempos de espera son parte de una ceremonia que me interesa transitar, todavía”.

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2. El fotógrafo Esteban Pastorino, en plena tarea.
3. “Flores en la ESMA”. Imágenes en Polaroid de Gabriel Díaz.
4. “El silencio”, un trabajo de Dani Yako.
ESTEBAN PASTORINO 1. Panorámica en el Obelisco, hecha con película. 2. El fotógrafo Esteban Pastorino, en plena tarea. 3. “Flores en la ESMA”. Imágenes en Polaroid de Gabriel Díaz. 4. “El silencio”, un trabajo de Dani Yako.
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