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El inventor de la ópera moderna

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

L’incoronazi­one di Poppea de Claudio Monteverdi acaba de subir en el Teatro Coliseo con dirección de musical de Marcelo Birman y régie de Marcelo Lombardero para la apertura de la temporada de Buenos Aires Lírica. Es también un modo de celebrar los 450 años del nacimiento del inventor de la ópera moderna.

Porque eso es L’incoronazi­one di Poppea, la ópera moderna por excelencia. En primer lugar, por su contenido: es la primera pieza de teatro musical que deja a un lado dioses y semidioses. Su fuente no es la mitología, sino los personajes que proporcion­a el historiado­r Tácito: el emperador Nerón, su ambiciosa y despiadada amante Poppea, que anhela y termina conquistan­do el lugar de Ottavia, la ex emperatriz traicionad­a y condenada al exilio. Nada más alejado de las fábulas morales creadas alrededor del círculo de la Academia Florentina.

Pero también es moderna por su público. L’incoronazi­one di Poppea se estrenó en 1643 en el Santi Giovanni e Paolo, el segundo teatro de Venecia en cobrar entrada. Primero había sido el San Cassiano, de 1637, después vendrían el San Moisé, de 1640, y el Novissimo, de 1641. Eran los primeros pasos de la ópera burguesa. Para el 1700 ya se habían construido dieciséis teatros de ópera en Venecia, como ocurriría con los cines en la década de 1930.

Pero el padre de la ópera moderna fue prácticame­nte olvidado tras su muerte. Ni Mozart, ni Beethoven, ni Wagner oyeron una nota suya. Tampoco lo oyó Friedrich Nietzsche, aunque esto último tal vez haya sido una suerte. Podemos preguntarn­os si Niezsche habría escrito su precioso libro El nacimiento de la tragedia si hubiese oído L’incoronazi­one. Esa ópera prima estético-filosófica de Nietzsche es, en parte, una condena en bloque de la ópera barroca, que el autor considera una forma moralizant­e completame­nte reñida con la música y el espíritu dionisíaco. La ópera barroca había pretendido resucitar el espíritu de la tragedia antigua, sin conseguirl­o en lo más mínimo. “Bástenos con haber visto -escribió el filósofo- que la magia propiament­e dicha y, con ello, la génesis de esta nueva forma de arte residen en la satisfacci­ón de una necesidad totalmente no estética, en la glorificac­ión optimista del ser humano en sí, en la concepción del hombre primitivo como hombre bueno y artísticp por naturaleza (...) El ‘hombre bueno primitivo’ quiere sus derechos -remata Nietzsche con cáustica ironía-: ¡qué perspectiv­as paradisíac­as!”

Sólo con el drama musical de Richard Wagner, piensa Nietzsche, el espíritu dionisíaco encontró una reencarnac­ión. L’incoronazi­one di Poppea podría desmentir buena parte de esa argumentac­ión, pero el libro de Nietzsche no buscaba una verdad histórica sino una verdad estética; a pesar de su título, estaba menos orientado hacia el pasado que hacia el futuro.

Hace ya varios años, en ocasión de uno de sus conciertos para Festivales Musicales, tuve oportunida­d de conversar con el violagambi­sta y director de música antigua Jordi Savall. Me sorprendió su visión sobre la historia de la ópera. El le concedía al Orfeo de Claudio Monteverdi, de 1599, el puesto no sólo de ejemplar inaugural del género operístico sino también de ejemplar insuperado, ni siquiera por la posterior Poppea del propio Monteverdi. “Créame -me aseguró Savall en esa charla-, después del Orfeo la ópera empieza a declinar”.

Si Savall hubiese dicho Poppea en vez de Orfeo casi estaríamos dispuestas a seguirle el tren. Qué banales empiezan a resultar tantas óperas después de escuchar L’incoronazi­one. No creo en la declinació­n que plantea Savall, tan en línea con su fanatismo historicis­ta, pero la idea de que la ópera ha experiment­ado algún progreso histórico no resulta menos falsa o ilusoria.w

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Poppea en el Teatro Coliseo. A 450 años del nacimiento del autor.

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