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LOS 100 AÑOS DE ELLA

El martes se cumple un siglo de su nacimiento. Fue la creadora de un estilo que trascendió las fronteras del género.

- César Pradines Especial para Clarín

La Reina del Jazz cumpliría un siglo el martes. Por qué su voz aún es de las mejores cosas que pasaron en la música.

Fue una de las grandes cantantes del Siglo XX y probableme­nte la voz más importante del jazz. Considerad­a la “Primera Dama de la Canción”, el martes se cumplen cien años del nacimiento de Ella Fitzgerald, una artista de un talento y una calidad vocal absolutos. Nació como cantante de orquesta; sin embargo, su carrera la mostró como una vocalista de una versatilid­ad única, que trascendió a diferentes géneros. Fue galardonad­a con 13 premios Grammy, y durante su prolongada trayectori­a, que comenzó en 1934 y cerró en los '90 vendió más de 40 millones de discos. El 15 de junio de 1996, falleció en su mansión de Beverly Hills, acompañada por su hijo Ray Jr. y su nieta Alice.

Ella fue una artista completa, una virtuosa que manejó su voz como un instrument­o y que ganó así el respeto de una generación de artistas de la talla de Louis Armstrong, Duke Ellington, Charlie Parker y Count Basie, entre otros. Mezzosopra­no de potente proyección vocal y fuerte autoridad rítmica, dominó como nadie el arte del scat (canto onomatopéy­ico y muy rítmico). A los 17 años ganó un concurso amateur de canto en el célebre teatro Apolo, de Harlem, en Nueva York. Hizo Judy, de Hoagy Carmichael, y el éxito fue tan completo que debió cantar una más, The Object of My Afections; ambos temas eran de un disco de las Boswell Sisters que Ella escuchaba en los bares. En realidad se iba a presentar en el concurso de baile, pero al ver lo hecho por las Hermanas Edwards sobre el escenario se desmoraliz­ó y cambió de disciplina. Decidió cantar, y fue lo mejor para todos. Recibió los dólares y el saludo del saxofonist­a y arreglador Benny Carter. Fue él quien la vinculó con el baterista Chick Webb, en cuya orquesta debutó en 1935.

La orquesta de Webb, en el Savoy Ballroom, era endemoniad­amente rítmica. Con arreglos de Edgar Sampson ganó todas las batallas; incluso al “Rey del Swing”, Benny Goodman. A una gran orquesta con la mejor voz del jazz no podía irle mal. Con Atisket, A-tasket, en 1938, vendieron más de un millón de discos, algo inaudito para la época. Su candorosa gracia vocal contrastab­a con la expresivid­ad oscura de Bessie Smith y Billie Holiday. Su entonación impecable, su seguro sentido del swing y su tono inocente, casi infantil, transmi- tían una feliz exaltación que el público supo largamente valorar. A la muerte de Webb, con sólo 22 años, Ella quedó como bandleader de la orquesta, hasta que en 1942 la disolvió para comenzar su propia carrera.

Su infancia había sido tan sombría como muchas otras, en la comunidad negra, más aún siendo pobre. Ella Jane Fitzgerald, nació el 25 de abril, en Newport News, Virginia; su padre las abandonó a poco de nacer y con su madre, Temperance, se mudaron al barrio de Yonkers, en Nueva York, en 1922. Trabajó como “campana” de un burdel y también como “recadera” de un pequeño capitalist­a de juego clandestin­o. Tras la muerte de su madre, en un accidente de tránsito, Ella dejó la escuela y sus problemas con la ley la terminaron por llevar a un reformator­io del que se escapó al poco tiempo.

Su talento y sus valores le permitiero­n desarrolla­r una prolongada carrera alejada de inconvenie­ntes con sustancias o de violencia doméstica, dos asuntos comunes en el mundo del jazz. Mientras que en la Era del Swing alcanzó su primer estrellato, en los '50 extendió su reputación hasta transforma­rse en un nombre familiar incluso en ámbitos no jazzístico­s. Su creativida­d le permitió también adaptarse al bebop, en el que brilló a pesar de todas sus complejida­des. Su participac­ión en la orquesta de Dizzy Gillespie, entre 1945 y 1947, con la que grabó Flying Home y Lady Be Good, dos joyas del jazz vocal, consolidar­on definitiva­mente su fama.

En 1947, Fitzerald se casó con el contrabaji­sta de Gillespie, Ray Brown (de quien se separaría en 1952), con quien adoptó a un niño, Ray Jr. Fue Brown quien la presentó en 1946 al productor Norman Granz, que se convertirí­a en su manager e impulsaría decididame­nte su carrera. Tanto en los tríos de Brown como con la Jazz At the Philarmoni­c, su espléndida voz se lució en el swing, el bebop, lamúsica popular, y abordó con gran nivel diferentes songbooks de compositor­es como Jerome Kern, Cole Porter, Duke Ellington y Gershwin. “Nunca supe bien qué eran nuestras canciones hasta que oí a Ella cantarlas”, admitió un encantado Ira Gershwin.

De su discografí­a se destacan su primer trabajo como líder junto con Ray Brown Ella & Ray (1948), Lullabies Of Birdland (1954); sus tres inolvidabl­es trabajos con Armstrong: Ella & Louis” (1956), Ella & Louis Again (1957) y Porgy and Bess (1958); Mack The Knife, Ella in Berlin (1960) y el célebre Ella At Duke’s Place (1965). Hay otros, como Ella & Oscar, con el pia-

nista Oscar Peterson, en 1974 y Fitzgerald & Pass (1975) con Joe Pass donde Ella brilla en excelente forma. En 1974 actuó durante dos semanas en Nueva York con la orquesta Count Basie y Frank Sinatra. En 1987 recibió en la Casa Blanca la Medalla Nacional de las Artes de manos del presidente Ronald Reagan.

Los problemas de corazón como en su vista la fueron retirando de la escena. En 1991 dio su último concierto en el Carnegie Hall; era su vigésima sexta presentaci­ón en ese escenario. A raíz de la mala circulació­n provocada por la diabetes, que ya la había dejado virtualmen­te ciega, le debieron amputar las dos piernas por debajo de la rodilla. No pudo recuperars­e, y decidió retirarse hasta el final de sus días junto a los suyos. Definía su arte con una sinceridad absoluta: “Canto para transmitir felicidad”.w

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PASEO LA PLAZA
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Auténtica y visceral. Ella cautivaba con su estilo, que la convirtió en una de lás máximas figuras del jazz.

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