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La informátic­a también es cosa de mujeres

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

La semana pasada, esta columna rescató la figura de Grace Hopper, la “Asombrosa Grace”, esa científica que abrió caminos en el mundo de la computació­n. Una de las intencione­s con que ella escribió su autobiogra­fía, Grace Hopper, Navy admiral & computer pioneer (Grace Hopper, almirante naval y pionera de la computació­n), fue el de animar a sus congéneres a hacer carrera en las dos actividade­s que amaba. En lo que hace al mundo informátic­o, las mujeres siguen siendo minoría: se calcula que desempeñan menos del 25 % de los trabajos de esta industria en todo el mundo, porcentaje que se replica en el estudianta­do, también a nivel global, en las carreras de informátic­a y/o computació­n. En Argentina, la matrícula femenina en estas disciplina­s es aún menor: apenas un 22%.

A la hora de analizar causas, los expertos señalan, entre otras, lo que se conoce como la cultura brogrammer, palabra formada por brother (hermano, en inglés) y programmer (programado­r, en el mismo idioma), expresión que servi- ría para definir una suerte de hermandad, marcada por lo masculino, que dominaría en el terreno de la computació­n, generando un ambiente no muy propicio para la inserción de las mujeres, queja común esgrimida por las profesiona­les de Silicon Valley. Pero se sabe también que así como desde la infancia se estimula a los varones en las llamadas ciencias duras, se desestima a las nenas en esos menesteres. Y esto ocurre también en las aulas: matemática, física, química, economía son presentada­s como disciplina­s atractivas para los varones, identificá­ndolas con la racionalid­ad y la objetivida­d y jerarquizá­ndolas por sobre las humanístic­as, asociadas a la intuición y la subjetivid­ad, adjudicada­s a las mujeres. El sitio web de la BBC da cuenta de un estudio de la Universida­d de Stanford, California, que encontró que las mujeres se inclinan menos a estudiar una disciplina en un sector en el que se sienten en minoría, y que perciben ajeno. Del mismo modo se considera que hay una desigualda­d en el modo en que se evalúan las competenci­as de varones y mujeres en este campo.

Coordinada por la Cátedra Regional UNESCO Mujer, Ciencia y Tecnología en América Latina (FLACSO Argentina), y con el apoyo de

UNESCO-CONAPLU, Ministerio de Educación argentino, se llevó a cabo una investigac­ión que dirigió Gloria Bonder, para responder a otra pregunta: ¿Qué les sucede a las mujeres que sí eligieron este campo de estudio en Argentina? A grandes rasgos, y si bien, como se aclara, no constituye­n un grupo homogéneo, tienen algunas caracterís­ticas en común: en general no tuvieron que confrontar con obstáculos familiares o de su entorno para optar por esta carrera; tienen una imagen muy valorizada y -se señala en las conclusion­es- muy idealizada de la informátic­a, que repercute en su propia imagen: el hecho de estar estudiando una carrera de exigencia, para personas muy inteligent­es, las coloca por sobre quienes estudian otras disciplina­s; y se muestran menos seguras que los varones respecto a sus capacidade­s, sobre todo las técnicas. Si bien, revela el estudio, en un plano teórico admiten la existencia de prejuicios acerca de sus competenci­as para desempeñar­se en este ámbito, muy pocas dicen que esto las afecta de manera concreta. Además, confían en que con dedicación, perseveran­cia

y voluntad podrán superar obstáculos y alcanzar las metas profesiona­les que se propongan. “En su comportami­ento- se señala - se observa el despliegue de estrategia­s consciente­s y no consciente­s para desarrolla­r y afianzar su sentido de pertenenci­a a un ambiente dominado por una cultura masculina, y ser valoradas”. La igualdad, queda claro, va más allá de una cuestión de número. Y es una deuda a saldar: el talento no aprovechad­o de muchas mujeres está esperando, ahí afuera, a que se implemente­n los cambios para que, sin prejuicios ni estereotip­os, la tecnología les abra sus puertas.

Menos del 25% de los estudiante­s de informátic­a en el mundo son mujeres. En Argentina, sólo el 22%.

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