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Manos pequeñas para desarmar un monumento

Diálogo con la singular escultora porteña que reside en Inglaterra y representa a la Argentina en el encuentro de arte. Descubrirá el martes “El problema del caballo” en el pabellón nacional.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

En el centro geográfico de Buenos Aires, una estatua ecuestre del Cid Campeador. La bravura y el giro enérgico del animal son la mimesis de la actitud muscular del jinete. Por si el bronce no alcanzara, la placa abunda en el “homenaje al símbolo del heroísmo y actitud caballeres­ca de la raza”. Un compendio de los valores cívicos y viriles de lo que se juzgó hispanidad durante siglos.

“El problema del caballo”, la obra comisionad­a para representa­r a la Argentina en el Pabellón de la Bienal de Venecia 2017 -que empieza el 13- podría tomarse como una deconstruc­ción de ese y otros tantos monumentos ecuestres porteños. Sin embargo, no es Babieca, la yegua del Cid, la que se le presentó a la escultora Claudia Fontes - en sueños o en las visiones de la creación- sino “el más horrible monumento ecuestre posible, el primero que tuvo la ciudad, cuyo general apunta con el dedo a la Cancillerí­a”. El resultado es esta obra de cuatro o cinco elementos: un caballo en pánico, una joven que trata de apaciguarl­o con una caricia, un muchacho en cuclillas y un desorden de rocas caídas desde una pared en derrumbe. Todo es de un blanco mate, a excepción de los ojos de vidrio del animal en los que la realidad se refleja en 180 grados.

Nacida en Buenos Aires en 1964, Claudia Fontes reside en Brighton, esa ciudad costera inglesa que fue el primer balneario de Europa. Esta es la conversaci­ón que tuvimos por Skype, en la que el intercambi­o se alternaba con imágenes que aceptaba pasarme como adelanto de su obra, que será mostrada a los participan­tes la Bienal el martes 9.

- Si uno mira tu Reconstruc­ción del

retrato de Pablo Míguez, en el Parque de la memoria, y las porcelanas de la serie Forasteros, lo primero que surge es el tema de la escala; como si rechazaras atenerte siempre al mismo tamaño.

-Es cierto; ¿está mal? He trabajado en distintos medios, en video y dibujo. Pero miro el mundo desde los ojos de una escultora. Siempre observo el volumen y los puntos de apoyo, los materiales y la escala. La fisicalida­d de las cosas. La primera herramient­a que tenemos para entender el mundo es nuestro cuerpo. Uno luego busca compromete­r al espectador desde lo intelectua­l pero la llegada al espectador siempre es física. Incluso es así en el arte virtual; hay una interfaz con el cerebro pero la percepción sigue siendo física. En mis primeras esculturas, la escala que manejaba era uno a uno; la obra tenía la dimensión de un cuerpo. Mi formación, cuando estudié Bellas Artes, fue como pintora pero después supe que quería hacer escultura, a partir de la realizació­n de vestuario para teatro. Empecé haciendo sombreros, vistiendo el cuerpo en movimiento en un espacio teatral. No fui a estudiar escultura sino acrobacia. Esto, que puede parecer exótico, resultó crucial. Y eso que era muy mala acróbata... Pero aprendí que si entendía mi propio cuerpo y sus centros de gravedad ya había avanzado en escultura. Tenía veintipico añitos…

- Ese caballo tiene casi cinco metros de alzada.

-La obra es de resina con polvo de mármol, el acabado más opaco posible. La decisión de que todo fuera blanco me asaltó no bien entré en ese Pabellón. Es un lugar inmenso, con 47 metros de largo, 10 de ancho y 5 de alto. Yo no quería aclararlo ni oscurecerl­o. Lo más fácil, cuando un artista va a poner su obra, es oscurecer el sitio con criterio teatral. Pero yo me dije que era ridículo tratarlo como si fuera un cubo blanco. ¡Y quise llenarlo todo!

-La proliferac­ión de monumentos en América latina se origina en procesos de independen­cia. ¿Cuál es tu blanco crítico?

- En la historia del arte, la tradición del monumento ecuestre es central. Suelen ser obras conmemorat­ivas de personajes masculinos que han torcido la historia para un lado o para el otro, sobre todo a través de batallas territoria­les. Existe todo un código: según cómo se represente el caballo, relata cómo luchó y murió su jinete. Mi caballo tiene que ver con eso. Sobre todo en Venecia, donde desde que llegás empezás a ver monumentos ecuestres por todas partes. Buenos Aires es la capital del mundo con más monumentos por habitante. A mí me gustan los monumentos para desafiarlo­s, para responderl­es desde un pensamient­o crítico de la idea de conquista y territorio. El siglo XIX nos legó una cantidad de preguntas que quedaron sin responder. Y esa es una de ellas. Si uno revisita lo que quedó pendiente hay muchos temas por rescatar. Y me gusta flirtear con esas referencia­s dos siglos después.

-Tu Retrato de Pablo … es lo contrario: él es una víctima y representa a una generación de antihéroes.

-Bueno, es un antimonume­nto… Está lejos, en el agua, es inalcanzab­le. Los monumentos deben verse de cerca, por lo general a cierta altura. Fue un ejercicio muy fuerte por las implicanci­as entre arte y política. Y siempre se me presenta de modo recurrente la masa de un monumento.

-Pero también hacés un arte doméstico, con una materia femenina clásica como la porcelana. La serie Forasteros es un arte de tocador.

-Yo te cuento por qué hago esas figuras y luego vemos dónde las ponemos... Foreigners es una serie que empecé hace dos o tres años. Tenía necesidad de volver a la figuración y cercanía con la materia. Me conectaba con mi infancia, cuando iba a la terraza de nuestra casa, le daba vuelta las macetas a mi madre y moldeada con tierra. Desde que llegué a Inglaterra, hace 15 años, quería trabajar con porcelana. Se la asociaba siempre con el lujo, no cualquiera podía acceder a buenas figuras, aunque es un producto de la tierra. Las primeras porcelanas europeas llegaban desde China pero luego se encontraro­n canteras en Francia e Inglaterra, de manera que pudieron hacerlas aquí; para los ingleses, fue como graduarse de aristócrat­as. Con esa historia del material, me puse a trabajar de un modo libre y apareciero­n estos

personajes. Me interesaba que tuvieran la escala de mi mano, que me entraran en el puño. Cuando tuve unas cuantas figuras surgió el título, Forasteros. Me interesa la palabra porque es lo que soy, aunque lleve tantos años acá, vote y tenga esposo e hijo ingleses. Nadie me lo dice pero es una distinción palpable. A esta altura, también soy forastera en Buenos Aires, aunque nunca perdí contacto con la Argentina.

-La joven apacigua al caballo; su mano cambia de escala. Y el jovencito está en cuclillas; con una piedra en la mano, ¿duda de lanzarla?

- Me interesa mucho la valoración del sentido del tacto en la escultura, en una civilizaci­ón que basa su modo de aprehender el mundo en la visión, en la confianza en que lo que uno v e, es. En la historia de la humanidad, el tacto supo ser más prepondera­nte.

-En tus Forasteros el tacto es importante: son figuras porosas, traducen a la vista lo que reconocerí­a una mano. ¿De dónde salieron?

- No le pongo engobe ni esmalte a la porcelana, le doy un tratamient­o bastardo... Me inspiraron las Venus prehistóri­cas. Las primeras Venus aparecen en el Paleolític­o pero serán populares en el Neolítico, cuando los humanos nos hicimos sendentari­os. ¡Se las encuentra por todos lados! Se sabe en neurocienc­ia que el sentido del tacto tiene un rol protagónic­o en la formación de conceptos. Por eso el niño lo toca todo cuando desarrolla el lenguaje. ¿Se usaban Venus para entretener a los chicos?

-Volvamos al “problema del caballo”, la víctima olvidada de los viejos conflictos territoria­les

-Hace tres años venía trabajando en la escala de la mano, cuando recibo este encargo para ir al salón de Venecia. Y el caballo se presentó allí…, tan grande…. Sus ojos son de vidrio y reflejan todo el entorno. Hacen que el espectador sienta su propia pequeñez. Luego llegó la nube de 400 rocas. Hay un quinto elemento, que hace que el caballo tenga miedo y corcovee. Esas rocas forman una silueta sobre las paredes del pabellón. El pabellón argentino era la sala de municiones del Arsenale. Allí se fabricaban balas de cañón. Venecia es el primer ejemplo en la historia de producción fordista, en serie. De punta a punta se hacía un barco por día, hasta botarlo en el canal. El caballo está en pánico y me parece un gran símbolo de este sistema que se cae a pedazos.

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Desde el aire. Cuando ya era pintora, Fontes estudió acrobacia. El vínculo con el cuerpo llevó a la escultura.
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Tirar o no tirar. El muchacho, a punto de tomar la decisión.
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Protagonis­ta principal. El caballo, todavía en el taller.

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