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El discreto encanto de vestirse como una reina

Muy lejos de realeza, la cronista probó la experienci­a de hacerse un modelo con Benito Fernández, el diseñador de Máxima Zorreguiet­a.

- Carmen Ercegovich cercegovic­h@clarin.com Producción: Daniela Gutiérrez

Esta sección se llama El probador y esta vez transcurre, literalmen­te, en un probador… de ropa. Pero no uno de esos cubículos incómodos de cualquier tienda de shopping. Estoy nada menos que en el atelier de Benito Fernández, un dúplex luminoso en un décimo piso de las coquetas inmediacio­nes del Botánico, rodeada de géneros exquisitos, un mundo de texturas delicadas y tonos vibrantes.

Por primera vez en mi vida me voy a hacer un vestido a medida. Un diseño único, pensado y confeccion­ado para mí, para las exactas formas de mi cuerpo, sin tener que preocuparm­e por adecuarme a un talle estándar ni por esa parte donde sobra o donde aprieta. Y lo voy a hacer con Benito, el mismo que viste a Máxima Zorreguiet­a, Valeria Mazza y Dolores Barreiro. Un lujo y, al mismo tiempo, una presión adicional a la que de por sí implica encontrar una prenda que cumpla con lo que busco habitualme­nte a la hora de nutrir mi guardarrop­as: que sea acorde a mi estilo, comodidad, buena relación precio-calidad. Ahora, además, tendré que sumar el hecho de exponerme frente a alguien que acostumbra a esculpir telas sobre figuras de modelos y mujeres de la realeza, y que es un experto en alta costura, un rubro en el que mi expertise no va mucho más allá de hojear revistas en la peluquería.

La primera diferencia con la experienci­a de comprar un vestido hecho en serie es que esto implica un proceso que puede requerir varios encuentros no aptos para ansiosas (en femenino exclusivam­ente, porque Benito no hace ropa para hombres). El punto de partida es una entrevista inicial -previa reserva de turno- en la que se define lo que se busca y para qué ocasión. “Un vestido elegante se compra en muchos lugares. Pero quien se hace uno a medida conmigo necesita algo muy especial para un acontecimi­ento particular. Un casamiento, propio o de alguien cercano, una fiesta donde te vas a encontrar a tu ex con su nueva pareja y querés lucir espléndida, mejor que ella”, ejemplific­a. No tengo casamiento­s agendados y no gastaría ni un peso en competir con la actual de ninguno de mis ex, así que le digo que, en mi caso, quiero un outfit que respete el dresscode “cocktail” de los eventos elegantes a los que me toca asistir en mi rol de periodista editora de “Tendencias”. Benito asiente, me hace poner de pie y me toma las medidas. Entonces despliega un poder de seducción que no por previsible deja de ser efectivo. Mientras yo le advierto lo que no quiero (nada de colores pasteles, rosa ni florcitas, nada muy ceñido al cuerpo ni muy corto pero tampoco una túnica), él intenta definir mi estilo y elogia mi figura, mi pelo, mi boca. Dice que me muestro seria pero soy más sexy de lo que creo. Como periodista, no me conmuevo, asumo que es su obvia estrategia para vender. Como mujer, al fin de cuentas, recibo el halago de un hombre. Y es un halago inteligent­e y sutil, lo que lo vuelve verosímil. Dale, Benito, mentime que me gusta.

En una hoja en blanco me dibuja a mano un diseño tentativo, me pregunta si me animaría a jugar un poco con las transparen­cias. “A vos un poco de transparen­cia te gusta, yo te estoy viendo el corpiño”, señala, apuntando a mi blusa. De pronto me siento más vulnerable que en terapia, frente a mi psicólogo.

En el segundo encuentro, me pruebo la toile, que es como un ensayo del modelo definitivo hecho con tafeta y tul blancos. Parece mínimo, y en algunas partes específica­s de mi cuerpo, demasiado mínimo. Se me

la ropa interior frente a quien otras veces fue mi entrevista­do. Esta especie de cambio de roles -ahora es él quien me llena de preguntasm­e desconcier­ta. Mariela, una de las modistas del equipo, me trae unos tacos de 14 centímetro­s en los que apenas puedo mantenerme en pie. Y todavía falta elegir un géne- ro y un color. Benito apuesta fuerte porque sabe que, para bajar, hay tiempo. Me lleva a la cara una tela translúcid­a, con bordados brillantes, en un tono coral intenso. Lo miro con cara de “¿no será mucho?”. “Vas a estar en un evento de trabajo, donde los hombres se visten de trajes oscuros, ¿querrías amalgamart­e con ellos o destacarte?”, me pregunta. Siento que si elijo lo primero, lo decepciono. Me saco fotos con el celular frente al espejo, para mandarle a una amiga y a mi mamá, necesito opiniones de gente que me conoce desde hace mucho tiempo. Por Whatsapp, las respuestas son casi unánimes: “Te quedaría divino, pero, ¿te vas a animar a usarlo?”. Le pido alternativ­as a Benito y me da dos más: tul negro sobre nude (lo que da el efecto de tener sólo un tul sobre la piel) o tul negro sobre negro. En ese momento sé que voy a terminar eligiendo la última opción, pero me invade una sensación de fracaso al asumir que soy más conservado­ra de lo que creía. Mi primer vestido de alta costura será un anodino little black dress, el comodín que cualquier chica tiene en su placard.

Benito se ríe, comenta que la petrasluce riodista más intrépida a la hora de hacer un reportaje puede resultar quien más se tapa o esconde a la hora de vestirse. Después intenta tranquiliz­arme. “Relajate, a vos el negro te va a quedar bien, y la idea es que te sientas cómoda. No todas son Pampita, que se anima a todo”, me ¿consuela?. No te esfuerces, Benito, decilo: al menos en el ámbito fashion, soy una mediocre que va a lo seguro. Entre extremos, digamos que estoy más cerca de Ángela Merkel que de Kim Kardashian.

Así llega el gran día de la prueba final. El vestido, pese a ser nuevo, se desliza por mi cuerpo como si ya me lo hubiera puesto cientos de veces, como si fuéramos viejos conocidos. Es negro, sí, pero juega con las texturas y el brillo y muestra la dosis justa de piel. Cada centímetro se amolda a la perfección a mis curvas imperfecta­s para dar un efecto armonioso, elegante, fácil de llevar y -por qué no- también sexy, a mi manera. Entonces respiro aliviada: tal vez la clave del encanto de Pampita, Valeria, Dolores o Máxima sea ésta: no pretender ser nadie más que ellas mismas.w

 ?? DAVID FERNÁNDEZ ?? Frente al espejo. En su atelier y en varios encuentros, Benito toma las medidas, propone un diseño y confeccion­a una prenda única.
DAVID FERNÁNDEZ Frente al espejo. En su atelier y en varios encuentros, Benito toma las medidas, propone un diseño y confeccion­a una prenda única.

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