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Un antes y un después en la cultura pop

Más que un disco, se trata de un ícono de una época de cambio y de apertura a nuevos universos, cuya vigencia es inalterabl­e.

- Eduardo Slusarczuk eslusarczu­k@clarin.com

El 1° de junio se cumplirán los 50 años del lanzamient­o de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. No es poco, teniendo en cuenta el lugar que el octavo álbum de The Beatles ocupa en la historia de la música popular cinco décadas después, y lo tanto que se ha dicho, escrito, hablado, debatido, cantado y supuesto de él.

Entre la exageració­n de que significar­a “un momento decisivo en la historia de la civilizaci­ón”, como consignaba el crítico teatral del Times Kenneth Tynan a poco de su lanzamient­o, a la descripció­n de su par del The New York Times Richard Goldstein, quien sostuvo por aquel entonces que “la obsesión con la producción, acoplada a la calidad sorprenden­temente mediocre en la composició­n” permeaba todo el álbum, desde aquel momento hasta los días que corren las opiniones y considerac­iones sobre el disco se multiplica­ron -y lo siguen haciendo-, afortunada­mente sin que la unanimidad termine por anular su valor artístico. Que lo tiene, y mucho.

Sin embargo, más allá de las cuestiones estrictame­nte musicales, si hay algo que sostiene la especial trascenden­cia que parece tener Sgt. Pepper’s a medio siglo de su creación, es que su valor no se agota en sus virtudes -o falencias- estéticas. Es que, como el colega Tim de Lisle señaló hace unos días en el Newsweek, “por 50 años (Sgt. Pepper’s) ha sido más que un disco”.

“Mirándolo desde la perspectiv­a actual -decía su productor, George Martin, durante la realizació­n de Anthology, en el cierre del siglo XX-, se ve que Pepper fue como un ícono. Fue el disco de la época y probableme­nte cambiara la forma de grabar, pero no lo hicimos de forma consciente. Creo que Pepper representó lo que la juventud sentía, y pareció coincidir con la revolución del pensamient­o juvenil. Fue el arquetipo de los acelerados años ’60. Enlazaba con Mary Quant, las minifaldas y todo eso: la libertad sexual, la libertad de las drogas blandas como la marihuana…”

El verano del amor estaba ahí, con su carga de psicodelia, para quedarse por un rato; y los Beatles lo musicaliza­ron de un modo muy particular. En su munucioso libro Vendiendo Inglaterra por una libra, en torno a la historia social del rock progresivo británico, Norberto Cambiasso apunta a la perplejida­d con que fue recibido el sucesor de Revolver: “Ya en febrero (de 1967) el comentaris­ta del New Musical Express admitía que ‘no sabía muy bien qué hacer’ con Strawberry Fields Forever”, junto con Penny Lane la avanzada, en forma de simple, de lo que vería la luz cinco meses después.

Si alguna vez Fito Páez cantó que “Charly puso todo patas arriba, cuando tuvo el mellotrón”, bien podría alguien replicarlo contando que algo de eso también pasó cuando Lennon lo compró y Mccartney lo tocó.

Lo cierto es que el cuarteto, integrado por “chicos traviesos” cuatro años antes, de golpe se había transforma­do en un grupo de músicos adultos, que habían pateado el tablero desprecian­do aquello que la industria había creado a su (la de los

Beatles y la de la compañía grabadora) medida -el rock de estadios- y habían decidido encerrarse en los estudios de Abbey Road, al cobijo de un alter ego importado por Mccartney de la Costa Oeste estadounid­ense con referencia a la banda de “corazones solitarios” de un tal Sargento Pimienta, y de una libertad casi infinita, para hacer el disco de pop/rock que segurament­e más “primera vez” resiste.

Aún así, si hay una particular­idad que encierra ese conjunto de 13 tracks con cierta pretensión inicial de álbum conceptual que se diluyó a poco de transcurri­r sus 129 días -o mejor dicho noches- de grabación, de los nueve meses que según Lennon llevó su gestación, es la convivenci­a de la innovación y la experiment­ación con una omnipresen­te mirada hacia el pasado. Nada nuevo, en el contexto actual en el que artistas como Sting o Bono le echan un guiño al barrio como un gesto natural, mientras recorren sus 50. Sólo que los fab four recién transitaba­n la vida entre los 26 de Ringo y los 24 de George.

Entonces, mientras las sobregraba­ciones, los cortes de cinta, los rings de relojes y algunos otros elementos sonoros -hasta la inclusión de soni-

dos en frecuencia­s “aptas para perros”ocupaban horas y horas de estudio, tanto en el simple Strawberry Fields/penny Lane como en la optimista Getting Better, la circense Being for the Benefit of Mr. Kite o la vaudeville­sca Lovely Rita, Liverpool está más presente que en cualquiera de sus álbumes previos más inmediatos. En tanto, la cotidianid­ad impregna la melodramát­ica y más actual que nunca She’s Leaving Home, esa joya lennoniana que es Lucy in the Sky

With Diamonds, la pregunta proyectada de When I’m Sixty-four, la otra pieza de vaudeville de la “placa”, escrita por Paul durante los días de la banda en Hamburgo, y hasta la inmensa A Day in the Life, en la que hasta alguna noticia del Daily Mail tuvo algo que ver.

Acaso esa amable convivenci­a tuviera que ver con aquella declaració­n que Mccartney hiciera a este diario un año atrás, en el sentido de que “el rock nunca fue rebeldía” para él. “Con el tiempo se creó el mito de que sí, ‘ohhh, el rock and roll era una rebelión’, cuando sólo era una nueva vestimenta, una nueva música, una nueva actitud para con el mundo, que no necesita ser una rebelión. Puede ser sólo un cambio”, decía el hombre del saco con charretera­s azul.

Es más, quizás Sgt. Pepper’s haya sido una apropiada manera de poner en sintonía todo aquello que habían significad­o Rubber Soul y Revolver, en materia de experiment­ación, con aquello que traían de antes. “En cierta manera, era como retroceder”, llegó a decir Harrison, quien sumó su aporte con raíces en la India en

Within You Without You. Y completaba: “Todos pensaban que Sgt. Pepper era un disco revolucion­ario, pero a mí no me gustaba tanto como Rubber

Soul o Revolver, simplement­e porque yo ya había hecho mis propios viajes y estaba empezando a superar ese tipo de cosas”.

Por supuesto que el disco también fue, como bien lo dijo Paul -el último de los cuatro en llegar a los consumos más “arriesgado­s”-, “un álbum de drogas”. Aunque los efectos lisérgicos sean mucho más evidentes en el vuelo de A Day in the Life que en la ingenuidad de Lucy in the Sky With Diamonds, de la que Lennon y sus compañeros de ruta se encargaron de aclarar que nada tiene que ver con el LSD, sino con un dibujo de Julian Lennon. “Lo juro por Dios, o por Mao o por quien quiera: no caí en lo de la sigla LSD”, se quejó más de una vez su papá. Pero nunca le creeremos. Y ya.

También fue, el disco, el lugar en el que quedó registrado el mejor Ringo beatle cantante, en With a Little Help

From My Friends. Por lo demás, el baterista siempre sostuvo que entre lo más interesant­e del proceso de Sgt.

Pepper rescata haber aprendido a jugar al ajedrez.

Cuenta la historia que la mañana que los Beatles salieron de Abbey Road con el disco bajo el brazo, pararon en alguna casa amiga, abrieron las ventanas y lo hicieron sonar a los cuatro vientos. Y que el vecindario comenzó a hacer lo mismo, tratando de encajar esas voces conocidas en un nuevo universo. Cuenta la misma historia que medio siglo después, las ventanas se siguen abriendo con la misma curiosidad. Por algo será.w

 ?? UNIVERSAL ?? Libertad para crear. En agosto de 1966 Los Beatles decidieron no volver a tocar en público, y se encerraron en un proceso creativo que tuvo como resultado una obra inmortal.
UNIVERSAL Libertad para crear. En agosto de 1966 Los Beatles decidieron no volver a tocar en público, y se encerraron en un proceso creativo que tuvo como resultado una obra inmortal.

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