Las cuestas porteñas tienen ese no sé qué...
El problema de los que aman correr carreras en la montaña pero deben entrenar en una ciudad casi plana,
Son los runners de montaña. Como San Martín pero en calzas térmicas y zapatillas de suela con aire, cruzan los Andes. O recorren el Cañón del Atuel. O avanzan por Mina Clavero. A campo traviesa, entre bosques, volcanes, senderos, lagos, rocas o cumbres, estos atletas disfrutan de las experiencias extremas. Y cada vez son más. Un numeroso grupo de valientes dispuestos a estirar los límites de la resistencia. Al mismo tiempo, como para confirmar que la de estas competencias es una tendencia en alza, Patagonia Run, la prueba que se disputó a principios de abril en San Martín de los Andes, fue incluida por Ultra Trail World Tour en el calendario internacional. Los corredores, eso sí, muchas veces provienen del llano, de superficies menos escarpadas que una cancha de tenis. Enton- ces, para entrenarse, buscan ámbitos similares a los de las carreras: cuestas, lomadas, cualquier montículo que ayude a curtir las piernas. Los que residen en Buenos Aires, por ejemplo, han armado circuitos en la zona del Tren de la Costa, en Barrancas de Belgrano o en la facultad de Derecho, que nunca tendrán la pendiente ni la rugosidad del Aconcagua pero sirven para la puesta a punto. Podría definirse así: de césped o de cemento, la vida por un espacio inclinado.
Mexicano, Joel Mejía tiene 46 años y, “por trabajo”, vive desde hace 14 en la Argentina. “En Buenos Aires nos entrenamos en diferentes lugares. Uno de los circuitos es el de La Isla, en la zona de Libertador y Agüero. Subimos y bajamos por todas las escaleras, incluidas las de la embajada de Inglaterra”, le explica a Clarín. Y agrega: “Otro circuito que hacemos pensando en competir en la montaña es el que denominamos circuito glamour: arrancamos en el Palais de Glace, en Recoleta, subimos, bajamos, seguimos por la 9 de Julio y llegamos al hotel Four Seasons. La idea es mantener el ritmo. Ese recorrido nos demanda unos 30 minutos”.
Es domingo. Son las ocho de la mañana. El cielo empieza a clarear lentamente. Llueve. Hace frío. En un rato, Joel hará los primeros trotes. A su lado, su mujer, Delia Guadarrama, también mexicana, aporta: “Empecé a correr siguiendo a Joel, a quien veía siempre contento. Eso sí: me lo tomé con calma. Participé en una carrera de diez kilómetros, después en una de 21 y así, de a poco, llegué a la montaña. Ahora me estoy preparando para participar, en octubre, de una carrera de ultra trail de 50 kilómetros en mi país, cerca del DF, en un terreno muy parecido al de Bariloche”.
Profesora de educación física, soltera, con similar devoción por el aerobismo, María Paula Ren también tiene experiencia en competencias de aventura. Entre otras pruebas, corrió el Cruce Columbia, Patagonia Run, El Origen e Indomit. Y va por más. Su idea es estar en Villa Ventana, la carrera de Sierra de la Ventana, y después, en septiembre, pretende llegar a los Pirineos. “Hace cuatro años corrí por primera vez en la montaña, en los 21 kilómetros de North Face en San Martín de los Andes, una competencia organizada por el Club de Corredores. Me encantó. La adrenalina, sobre todo en las bajadas, es incomparable. Es como una montaña rusa: siento un fuerte cosquilleo en la panza. Cuando me entreno en Buenos Aires corro por estas loma-
das y pienso que estoy en Mendoza...”.
Carlos Astul, de 50 años, trabaja en una “consultora de servicios”. Está casado y tiene tres hijas. “En mi familia corremos todos”, dice. “Es un estilo de vida”, agrega. Según él, la facultad de Derecho es un lugar muy apropiado para trabajar el cuerpo porque tiene “muchas escalinatas”. Además, “podés cruzar por el puente a Plaza Francia y, en un terreno inclinado, recorrés en círculo unos 400 metros”.
“Aunque vivas en Buenos Aires podés alcanzar un rendimiento similar al de los atletas que nacieron en zonas de montaña”, asegura Marcelo Perotti, entrenador del grupo Correr Ayuda. “Cuando yo empecé a correr, hace más de 20 años, no había ni Gatorade: sólo tomábamos agua. Ahora, con la ayuda de la tecnología, y de los alimentos en gel, que te dan energía, se pueden mejorar las marcas. Para eso, claro, es muy importante prepararse con fondos largos”.
-Para alguien que vive en Buenos Aires y trabaja de lunes a viernes en una oficina, ¿cuántas carreras de montaña debería correr como máximo en un año?
-Depende del nivel de cada uno. Hay atletas que se entrenan hasta seis veces por semana, dos horas en cada jornada, y están en muy buen estado. Pero, en general, si no son profesionales, no deberían correr más de dos maratones por año. Una carrera te lleva tres meses de entrenamiento (para afinar detalles) y uno y medio de recuperación.
-Y si en la carrera tenés que cruzar un arroyo, ¿cómo se preparan para eso en el centro porteño?
-Y... En cualquier momento vamos a empezar a meternos en las fuentes (se ríe). No, en serio: para eso, fuera de la ciudad, hay carreras intermedias, que también sirven como entrenamiento. Lo que siempre les digo a mis alumnos es que lo más importante es disfrutar de cada proceso. Y que no se frustren si no terminan las carreras. El running es, antes que nada, una disciplina social.
Para ir a correr la Indomit a Mendoza, por ejemplo, de mi grupo viajaron unas 30 personas. Y compartieron todo: el entrenamiento, el viaje, el hotel, las rondas de mate, la carrera...
“Non stop”, que es lo mismo que decir “sin paradas”, las carreras de montaña pueden durar más de 24 horas. ¿Cómo hacen para mantenerse despiertos? “Hay tantos desafíos que es imposible que te duermas”, plantea Delia. “Empezás a correr a las tres de la mañana, corrés en subida, corrés en bajada, seguís por el llano, te metés en el barro, ves cómo amanece, ves cómo nieva, te maravillás con los paisajes...”, profundiza.
“Tenés que estar preparado para todo: para correr de noche, para correr con frío...
En la montaña la temperatura puede llegar a los 15 grados bajo cero... En la montaña no sabés lo que te espera... Para ver por dónde estás pisando te iluminás con una lucecita que llevás en la frente y se te pueden cruzar caballos, vacas, pumas, víboras, lobos”, agrega Perotti.
En Buenos Aires eso no pasa: a lo sumo te podés cruzar con un motoquero.w