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El amor y el desamor sin edad y en clave de tango

A los 96, el tanguero une fuerzas con la cantante en un espectácul­o en el que se le anima al baile.

- Pedro Irigoyen pirigoyen@clarin.com

Con gambeta y chamuyo cualquier varón era invencible en los años dorados del tango. Osvaldo Peredo contaba con ambos atributos. Arrancó como jugador de San Lorenzo, luego pasó a jugar en Colombia y con el furor arrabalero de la época en la tierra que vio morir al Zorzal Criollo, decidió cambiar los botines por el canto. Volvió sin chances jugador y encontró refugio en la milonga. En el medio, hizo de todo; desde manejar un taxi hasta ser portero de edificios. Su rescate emotivo llegó en los ‘90, como cantor residente de El Boliche de Roberto, ese refugio del tango de Almagro por el que pasaron Gardel, Alfonsina Storni y Osvaldo Pugliese.

Hoy, con 96 pirulos, estrena Berretín, un nuevo espectácul­o a dúo con Gabriela Novaro. Ambos llegan a la entrevista en una tarde de lluvia. Don Osvaldo, con boina y bufanda, cautiva con un par de ojos celestes llenos de picardía y ese vozarrón adoquinado que lo caracteriz­a, dispuesto a narrar con su labia de barrio sus mil vi- das. Gabriela, que trabaja como fonoaudiól­oga en una escuela especial y viene de cantar en un homenaje a Anibal Troilo, explica la naturaleza del show que traen entre manos y hoy se despide en el Camarín de las Musas. Se trata de un truco y retruco sentimenta­l, donde los personajes dialogan en clave arrabalera.

“Lo armamos como una historia de amor, él empieza cantando Cosas olvidadas”, arranca a explicar Gabriela y salta Osvaldo. “Ahí yo digo: ‘Qué ironía, Cosas Olvidadas... Si fue muy lindo lo nuestro, si yo siempre te recuerdo”. Y como el canto le fluye por las venas, arranca a cantar la primera estrofa de Tú, el tango de José María Contursi que inmortaliz­ó el Polaco Goyeneche y es la canción que sigue en el repertorio: “Llegaste como un rayo deslumbran­te de luz, yo andaba por el mundo sin amor ni quietud”, entona inspirado.

“Son los temas románticos del principio, después viene Pequeña,y bailamos un poquito”, vuelve ella. Hasta que el romance se complica y llegan tangos del desamor.

“Ahí canto Cuando me entrés a fallar, la historia de un hombre que se enamora de una piba mucho más joven. Por suerte, eso a mí nunca me pasó. Lo aprendí porque me lo contaron”, dice Osvaldo y le roba una carcajada a su compañera. Entonces ella le responde con el vals Quisera amarte menos, y él arremete con Mala suerte y le dice: “Si yo nunca la engrupí. Dije que soy 50, y soy 50. Las mujeres son así, vos le decís que sos una motoneta y después te quieren hacer un Torino”. Ahí vienen las milongas de la bronca, donde Osvaldo la va de fiolo. La tristeza de Torrente, Los Mareados, En esta tarde gris. Pero al final llega el momento del reencuentr­o. “Esta noche tengo ganas de buscarlo, de borrar lo que ha pasado y perdonarlo”, entona Gabriela Rondando tu esquina, de Cadícamo. Y el romance se consolida con Berretín, de Juan Carlos Mesa.

Osvaldo es una leyenda viviente y no alcanzan esta página para hacerle honor a su historia. El se define con humildad. “Yo no inventé nada, mamé todo de tipos como Floreal Ruiz, Rivero; de todos te queda siempre algo. Y de Gardel, que para mí no era terrestre. Todavía no lo termino de entender. Hay veces que lo mataría: hace todo bien. Dice como un actor. Hubo muchos buenos, pero si te ponés a deshojar a Gardel, cada día se vuelve más grande. Eso aprendí: si el tango no lo digo bien, no va, porque ya tengo un montón de años”, dice Osvaldo. Dice con mayúsculas, con el cuero curtido y la garganta, con la gambeta de ayer y la sonrisa de hoy.w

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MARIO QUINTEROS Historias sin tiempo. Las que andan y desandan Peredo y Novaro.

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