Las puertitas de una madre de familia
Shakira, dice en la entrevista, ya no dispone de tiempo para hacer discos. Su doble maternidad, su pareja, sus giras, le hacen sentir que ya no está para esos trotes. Pero, a lo que tampoco renuncia, es a seguir publicándolos y mantener alto el listón que le permita seguir siendo la primera estrella global colombiana, por encima del mítico e inexacto Juan Valdés y del nefasto Pablo Escobar.
Por su despliegue y disposición, El Dorado es una versión discográfica del TEG. Cada tema funciona como un ejercicio de género, un mercado a conquistar, un single en potencia. Su primer disco “en castellano” desde
Sale el sol (2010) y el primero desde Shakira (2014) es el festival del featuring. ¿Bachata? Ahí se pone a la par de Prince Royce para el romántico Deja Vu. ¿Vallenato? No deja afuera La bicicleta, su alianza con su compatriota Carlos Vives que ya supuso un hit veraniego. ¿Reggaetón? Anotémosle la presencia de Nicky Jam en Perro fiel y la de Maluma (en un viraje hacia lo urbano) en el hit vigente Chantaje, al que vuelve a asociarse en Trap, un mueve pistas de connotaciones carnales cuyo título alude al subgénero del hip hop que pretende ejercitar. ¿Pop contemporáneo? En francés (junto a Black M) y en inglés (con los canadienses Magic!) utiliza la misma canción (Comme moi y What We
Said son sus distintos títulos), para poner sus pies descalzos a disposición de diferentes públicos.
El disco, sugerente y variado, comienza y cierra aludiendo a su vida privada. La primera es Me enamoré, su viralizado diario íntimo de la relación con Gerard Piqué, actualizado (“Yo contigo tendría diez hijos/ empecemos por un par”) y la segunda es una balada de tono dramático, Nada (“No sirve de nada/ si no estás conmigo”). La última, cerrando el álbum, es otro lento, Toneladas, donde agradece el amor masivo de su compañero. Toda la juerga que suponen las diez canciones restantes, se infiere, son el deber ser o el inconsciente expuesto (ustedes elijan) de la diva pop latina del milenio.