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“Hotel Claridge 1954”, un capítulo de historia cultural

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

A un año y medio de la muerte del músico francés, ocurrida el 5 de enero de 2016, el Centro de Experiment­ación del Colón dedica un homenaje a Pierre Boulez. Foco Boulez irá del jueves 8 al sábado 24 de junio, y comprender­á conciertos, conferenci­as, proyeccion­es de videos, instalacio­nes. Los conciertos -en la sala del CETC y La Usina del Arte- estarán a cargo del cuarteto de cuerdas británico Marmen, del pianista finés Pauli Jämsä, el flautista italiano Alessandro Baticci e instrument­istas locales, e incluirán la que probableme­nte sea la gran obra de Boulez, El martillo sin dueño, además de composicio­nes de precursore­s o aledaños como Arnold Schoenberg, Claude Debussy, Olivier Messiaen y Henri Dutilleux.

No menos expectativ­a despierta la instalació­n del compsoitor Sebastián Rivas, Hotel Claridge 1954. Su solo nombre cifra un importante capítulo de historia cultural. El 1954, con 29 años, Boulez vino por primera vez a Buenos Aires como director musical de la compañía de teatro de Jean-louis Barrault. Se hospedaba en el Hotel Claridge de la calle Tucumán, a metros de la galería Krayd que el compositor Francisco Kröpfl había fundado con dos socios en 1952.

El nombre de la galería provino de una sugerencia de Tomás Maldonado, responsabl­e además del diseño del frente: Krayd era la suma de Kröpfl, (el poeta Raúl Gustavo) Aguirre y (un tercer socio de apellido) Daniel. Kröpfl había heredado el local de la confitería de su padre, maestro pastelero de un tradiciona­l café de Budapest que había emprendido la aventura de un comercio propio en la Argentina. Es así como la confitería de los Kröpfl se transformó en la primera galería potrteña dedicada exclusivam­ente al arte abstracto, con base en el movimiento concreto de los geométrico­s, que tenía como principal referencia al suizo Max Bill. Para Kröpfl y sus amigos había una continuida­d natural entre la pintura concreta y la música de Anton Webern.

Por proximidad física y estética, la galería Krayd sería el punto de contacto natural entre Boulez y la vanguardia local (Kröpfl solía además visitarlo en el bar del Claridge; “era muy frugal -evoca el músico argentino-, acompañaba sus galletitas de agua con agua de Vichy”). Boulez dio allí una serie de charlas, hizo escuchar cintas con los primeros conciertos del Petit Marigny -antecedent­e de Le Domaine Musicaly mostró la primera partitura de música electrónic­a, el Estudio N° 1 de Karlheinz Stockhause­n. En uno de esos encuentros Boulez le transmitir­á a Kröpfl la técnica de los complejos seriales que en ese mismo momento estaba empleando en El martillo sin dueño, obra que terminó de componer durante su estadía en Buenos Aires.

Kröpfl conservó durante muchos años (tal vez todavía lo conserva, aunque sin saber dónde) el esquema serial de El martillo que el autor le había confiado de puño y letra, antes de que la obra fuese editada. En ese gesto se expreresa todo un rasgo de época; de una época en que las obras parecían más el producto de un intercambi­o intelectua­l entre miembros de una comunidad musical que de un acto de inspiració­n enterament­e individual. Los modos de recepción de la música contemporá­nea de tradición clásica ya habían entrado abiertamen­te en su nueva fase, casi en el estilo del intercambi­o científico. El concepto de “gusto” parecíadev­aluado frente a las nociones de progreso o de verdad, y la música comenzaba a circular casi exclusivam­ente entre los músicos.

Es probable que el renacimien­to de la ópera entre los compositor­es actuales tenga que ver con un movimiento de signo opuesto a aquel; con un movimiento centrífugo, de salida, de intercambi­o con un público más vasto. Aunque Boulez siempre se mantuvo en sus trece. Probableme­nte sea el único compositor de primera línea que permaneció del todo indiferent­e a esos cantos de sirena.w

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