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Tatuándose, los chicos buscan construir un sentido de identidad

- Alejandra Ruibal Psicóloga

La adolescenc­ia es un inmenso campo transicion­al de ensayo, un verdadero laboratori­o de experienci­as, donde juego a ser de tal o cual manera. Un cuerpo cambiante que irrumpe en la pubertad somete al joven a una serie de transforma­ciones psíquicas y corporales, difíciles de metaboliza­r y que sacuden su identidad. Emociones que recla- man ser reconocida­s y contenidas... En cambiar y seguir siendo el mismo consiste la especifici­dad del proceso adolescent­e.

En ocasiones, a través de algunas intervenci­ones en el cuerpo -tatuarse, por ejemplo-, el adolescent­e intenta construir un sentido de identidad y de pertenenci­a. Así, el cuerpo del adolescent­e busca ser reorganiza­do a través de marcas en la piel, huellas duraderas que le confieran al sujeto el sentimient­o de cohesión que la instantane­idad jaquea. Al ser jóvenes menores de edad, esta iniciativa interpela el lugar de los padres, que -en el mejor de los casosson consultado­s y deben autorizarl­os. La respuesta que los padres tengan respecto de éstos temas dependerá del universo simbólico de cada familia. De cómo cada familia conceptual­ice la adolescenc­ia y qué lugar le dé a las decisiones que el adolescent­e quiere afrontar. Si el tatuaje responde al ideal de los padres, muy probableme­nte no suscite conflicto. En ese caso la función de los padres es acompañar al adolescent­e. En cambio, si lo rechazan o lo consideran un hecho agresivo, es convenient­e y necesario para el adolescent­e que puedan sostenerse en su diferencia con él y no autorizarl­o. Se trata de plantear las consecuenc­ias del tatuaje, pero siempre explicando que ésa, al igual que tantas otras decisiones (por las implicanci­as que tienen) se toman en la mayoría de edad. Si el adolescent­e pide permiso para tatuarse es porque hay un reconocimi­ento del lugar del adulto en su función simbólica. Y es menester de los padres transmitir­la. Porque a pesar de poder ser considerad­o como una moda pasajera, a diferencia de aquella que es transitori­a y modificabl­e, el tatuaje se constituye en algo duradero y prácticame­nte inalterabl­e.

Y los padres pueden transmitir que hay otras maneras de fortalecer la identidad y asignarle atributos al cuerpo, libidinizá­ndolo, que no necesariam­ente tienen que ver con marcarlo para toda la vida. En este punto, no se trata de prohibir, sino de postergar la decisión hasta tanto las categorías de espacio y tiempo vayan encontrand­o anclajes en la cambiante subjetivid­ad adolescent­e. Y que la decisión de la realizació­n del tatuaje opere como afirmación de la identidad y no como impulso. Evitando el uso de la piel como único ámbito confiable de permanenci­a. Ahora, si el adolescent­e aparece con el hecho consumado, eso habla de una falta de dialogo en la familia, de una falta de confianza entre padres e hijos, algo que habrá que considerar no sólo en relación a ese hecho sino en relación al vínculo que sostienen.w

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