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Susana Giménez “Me siento una nena”

A 30 años de su debut como conductora de TV, hoy regresa por la pantalla de Telefe, en la que tendrá a Lanata de invitado. En su casa, entre empanadas y vino, repasa su camino, abre intimidade­s de su infancia, habla de Moyano, de Mirtha y del paso del tie

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

En una nota con Susana Giménez, el cómo y el dónde alteran el producto. Ella no es la misma en un móvil en la vereda o en un camarín, que en el living de su casa. Ahí, amén del esplendor de su figura, se cuela la anfitriona, la mujer que se echa en el sillón y afloja sus formas. Y, más, si va vestida con la ropa deportiva que usa para hacer cinta en el piso de arriba. Y si descorcha uno de los vinos que más le gusta -Montchenot Gran reserva 15 años- y sirve empanas que preparó la cocinera. En ese marco cálido, aunque afuera apriete una de las noches más frías del otoño, ella se puede soltar y compartir que “a pesar de los años que tengo, me siento una nena”. En ese plan de abrir el alma, sigue. Festival de confesione­s.

Si bien el disparador de la entrevista era su regreso de esta noche, a las 22 por Telefe, con Susana Giménez -ciclo con el que celebra sus 30 años como conductora, desde su inicial Hola Susana-, la charla revisitó seguido su infancia. Ella andaba con ganas de echar la vista atrás. Y entonces, a cuento de su buena pronunciac­ión, dijo que “yo hablo muy bien inglés porque estuve pupila. Entré en segundo grado al Quilmes High School y me quedé tres años... Era muy chiquita. Me acuerdo de que había un teléfono en el cuarto de alguien y yo llamaba a mi abuela y le decía ‘Abuelita contale a mamá que me duele la barriga y que me venga a buscar’. Era mentira, pero extrañaba mucho y no sabía qué hacer. Y mamá iba, me daba unos besos y luego se iba”.

-¿Y por qué te pusieron pupila?

-Por decisión de papá. El había estado pupilo y quería que aprendiera inglés.

-Pero se puede aprender idioma sin estar pupilo.

-En esa época no, ahora sí. Yo terminé sabiendo mucho más que las profesoras. En esos años aprendí lo que es la responsabi­lidad, a arreglárme­las sola. Cuando entré no sabía ni una palabra de inglés y nadie te contestaba si hablabas en español. Me estaba haciendo pis, por ejemplo, pedía y nadie me daba bola. Hasta que una compañera me enseñó a decir “Can I go to the bathroom?”. Repetí la frase hasta que pude decirla.

-Y en el medio te hiciste pis encima...

-Y, sí, pero el rigor es así. La cuestión es que salí hablando con un nivel brutal.

-¿Afectivame­nte cómo resististe?

-Eso a lo mejor me hizo un poco fría, como era papá.

-¿Sos fría?

-Un poco, pero me aguanto todo. Soy de aguantar los sufrimient­os, desde chica te diría.

-Si vas con la memoria a tu infancia, ¿te reconocés?

-Sí, tuve una infancia feliz, me diver- tía, era creativa. En el colegio no dormía la siesta, porque me embolaba, y entonces hacía títeres o ropa para mi muñeca, o tejía, porque la abuela me había enseñado.

-Ella aparece seguido en tus relatos. ¿Fue un personaje clave?

-Sí, una reinita, la amé. Se llamaba Cecilia, la quise con locura. Me mimaba, una abuela hermosa, como de cuento. Tenía 50 y usaba rodete, pelo blanco y siempre estaba de negro. Nada que ver con las minas de 50 de ahora.

-Ahora que Mirtha Legrand blanqueó que tiene 90...

-Yo supe siempre los años que tenía la Chiqui. Mi amor, dice que está arrepentid­a de haberlo dicho. Tiene una cabeza y una energía tremendas.

-¿Vos seguís sin querer decir tu edad?

-Por supuesto. Ni loca la digo, jamás.

-¿Por pudor?

-No, porque me suena mal. Digo el número y pregunto“¿quién es esta señora?”. No, por favor, dejame de joder. Y además sé que no aparento la edad que tengo. Insisto, me siento una nena. Y no es negación, eh. Es que cambió todo y ahora se vive hasta los ciento y pico. Obvio que depende de la genética y de tus cuidados.

-¿Y vos te ocupás mucho de lo físico?

-Claro, estoy encima mío. Hago cinta todos los días de mi vida, aunque me muera. Bueno, el domingo no. Tengo mucha disciplina con eso y con la comida. Lo que no puedo abandonar es mi copita de vino. Ahora dejé los lácteos y las harinas, no en su totalidad,

Si aparece alguien que me gusta puedo tener una aventurill­a, alguna cosa y pasarla bárbaro. A eso no le voy a cerrar la puerta”.

como verás -lo dice con una empanada en la mano-, pero en los restaurant­es ya no pico grisines ni pancito. Y a la mañana como galletitas de arroz, ya no más tostadas. Pero cuando no puedo evitar la tentación me clavo un chocolate. Lo dulce me mata.

En la imponencia de su casa de Barrio Parque, Susana se mueve sin solemnidad, se quita las zapatillas, juega con su gato, Pascual Enrique, que transita sin patente por debajo de los sillones. Es la de la tele y, al mismo tiempo, otra. Sin producción ni gafas oscuras. “¿Sabés cuál es mi lema? La alegría. El humor es clave para mí, no podría estar nunca con alguien serio todo el tiempo. Tengo amigos muy graciosos. Tengo uno, por ejemplo, que cae en verano a La Mary -una de sus casas de Punta del Este- en traje de baño y dice ‘A partir de ahora nos miramos solamente a los ojos, nada de mirar los cuerpos’. El humor es buenísimo. Y yo trato de rodearme de gente que tire buena onda”, reconoce.

-En ese marco tan suelto que tenés para las relaciones, ¿por qué cerraste la puerta para formar una pareja?

-Es que ya no tengo muchas ganas de convivir. Pero si aparece alguien que me gusta puedo tener una aventurill­a, alguna cosa y pasarla bárbaro. A eso no le voy a cerrar la puerta nunca. Pero la verdad es que ahora no hay nadie que me conmueva.

-¿Lo de Facundo Moyano es mentira?

-Somos amigos. Es un ser estupendo. Tiene una retórica de la san puta, va a llegar muy lejos. Hablamos mucho por chat y de vez en cuando vamos a comer juntos. La pasamos genial.

-Con el actor español Miguel Angel Silvestre (el protagonis­ta de “Velvet” que hizo una nota cachonda con ella), ¿tampoco pasó nada?

-No, no. Miguelito me dio mucha ternura. Es un tipo muy cariñoso, muy del “guapa, bonita”. Cuando grabamos la nota para mi revista (Susana), él me dio un beso en la boca que no me esperaba, me quedé como helada.

-Hay como un lugar común del galán que tiene que besarte, ¿no?

-Me pasa siempre, es rarísimo, porque yo no provoco nada. Eso lo empezó Julio Iglesias, lo siguió Viggo Mortensen, es como un ritual de algunas visitas. Y después la gente comenta.

-¿Te cansa que siempre te busquen novio?

-No, estoy acostumbra­da. Pero esto le pasaba también a Tita Merello. La pregunta repetida era “Tita, ¿cuándo te vas a casar?”. Hasta cuando tenía 80 años. “Para vieja chota estoy yo”, decía ella con un humor sublime. Era una genia, llegó casi hasta los 100 (murió a los 98).

-¿A vos te gustaría llegar a los 100?

-Ay, no, por favor. A ver, a la que edad que sea, pero bien. Con la cabeza en funcionami­ento... Eso es lo único que hay que pedirle a Dios. Y sin depender de nadie. Si son 100 en ese estado, vengan. Pero lo que no entrego es la lucidez.

La infancia, los años, la independen­cia y la chance de ser dueña de sus propios tiempos son tópicos que se repiten en las casi dos horas de charla. “Desde hace poco me organicé de esta manera: tomo seis meses de vacaciones y hago seis meses de programa. Esta vez, te digo la verdad, estaba con ganas de volver. Hace bien laburar y, de alguna manera, te cambia la rutina. Porque hay un momento en el que te empezás a aburrir. Te hacés las manos, los pies, el pelo, salís todas las noches con amigos... ¿y qué más? Trabajar me ordena un poco el día, me da energía. Y además tengo intriga con Viacom que compró el canal este año y anunció que ampliará un montón de plazas, y va a llegar a los Estados Unidos”, se entusiasma con la expansión de pantallas.

-¿Y que no haya más un Yankelevic­h en el canal te hace sentir más sola?

-Lloré cuando Tomás (el director de programaci­ón anterior) me llamó para despedirse. Lo que pasa es que para mí los Yankelevic­h son como mi familia. Yo a Gustavo lo tengo siempre de gurú, le consulto todo. Está en mi vida (producen juntos la obra Sugar), es un ser divino.

-Volver a esta televisión con la vara del rating tan baja, ¿te inquieta?

-Hay que acostumbra­rse a las nuevas audiencias, ahora con Netflix y HBO todo baja. Ojo que yo soy usuaria de eso también.

-¿Te enganchast­e con alguna serie?

-Ahora estoy con White Collar, que empieza y termina en el día. Las españolas que hay en Netflix me las bajé todas. Me devoré Velvet, Gran Hotel,

Bajo sospecha y Las chicas del cable, de la que ya espero como loca la segunda temporada.

Del streaming y el sistema On Demand se pasa a la televisión abierta, con el foco puesto en su regreso de hoy. Y en la perla de la noche: la visita de Jorge Lanata, figura de El Trece (ver “Entre Jorge...”). Y entonces dice: “Me encanta Lanata. El, Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña, Mariana Zuvic y Lilita Carrió son los que nos salvaron de los K. Nos informaron sobre qué estaba pasando. Lo que hizo Lanata con sus investigac­iones periodísti­cas resultó necesario. Yo lo admiro profundame­nte, él lo sabe. Por eso pedí tenerlo en el primer programa. Va a ser un golazo”.

-A 30 años de tu comienzo como conductora (1987), en los mediodías de ATC, ¿vas al debut y qué ves?

-Veo a una mujer con miedo, estaba cagada en las patas. En esa época yo no era un bicho de televisión. Era más de teatro y de cine. Y recuerdo que hubo como un imán, aparecí con Hola Susana -que luego devino en Hola Susana, te estamos llamando y en Susana Giménez- y saltaron los teléfonos, se alborotaro­n las líneas de todo el país. Hubo una reacción masiva del pueblo hacia los juegos y la chance de ganar. La propuesta era alegrar los mediodías.

-¿En qué sentís que evoluciona­ste en relación a ese primer programa?

-Estoy más canchera, pero nunca dejo de ser yo, ni con mis cosas malas ni con las buenas... Bueno, no son malas tampoco: hablo de cosas como preguntar si los dinosaurio­s estaban vivos. A mí no me importa equivocarm­e. Sí maduré con el manejo del vivo, de los tiempos, me siento mejor cuando tengo muchos invitados juntos, porque al principio me costaba un poco eso. Digamos que la experienci­a me sienta bien. Estoy bastante parecida a aquella que fui. Pensá que cuando arranqué no tenía mucho para perder.

-¿No imaginabas llegar a los 30 años en el aire?

-Ni loca. Y se me pasaron rapidísimo. ¿Te das cuenta? No mido el paso del tiempo. Por eso, nena para siempre.

En su casa, y sin cámaras, Susana no es una diva total. Es una mujer.

(Los 30 años) se me pasaron rapidísimo. ¿Te das cuenta? No mido el paso del tiempo. Por eso, nena para siempre”.

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