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Sobre el humor en la música

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Por lo general se supone que la música puede transmitir tristeza, alegría, agitación, serenidad, pero difícilmen­te humor. Alfred Brendel lo desmiente con argumentos sólidos. En su libro Sobre la música, que editó Acantilado en 2016 y reúne todos sus escritos y conferenci­as, el eminente pianista austríaco dedica un ensayo al tema. El ensayo lleva por título Lo sublime al revés, de acuerdo con la definición del humor que dio el escritor romántico Jean Paul.

Brendel no va a buscar los ejemplos donde en principio parecería más fácil encontrarl­os, por ejemplo en la ópera, que cuenta con la ayuda de la acción y la palabra. Le interesa detectar el humor en la música pura y su punto de partida es Joseph Haydn, lo que segurament­e sería compartido por varios historiado­res y biógrafos. Cuenta el mismo Brendel que cuando el biógrafo Albert Christoph Dies le preguntó a músico austríaco sobre esa “pincelada de burla en sus productos musicales”, el maestro simplement­e dijo estar apresado “por un cierto humor que no se puede domar”. Segurament­e para Haydn componer fuera un hecho tan poco excepciona­l o tan corriente como conversar, y es inevitable que todos los rasgos de su personalid­ad se transfirie­sen a la música.

Brendel comienza con un ejemplo del último movimiento de la Sonata en Do mayor Hob. XVI: 50, cuya comicidad estaría dada, en principio, por un desvío: un acorde casi “errado”, que aparece de modo imprevisto en el décimo compás y que en la reexposici­ón se despide burlonamen­te de nosotros. El ejemplo no me resulta del todo convincent­e; en todo caso la broma sería demasiado intenciona­l, y por eso mismo no tiene un verdadero efecto cómico. Nadie se ríe con la pieza de Mozart Una broma musical.

Más interesant­e es el ejemplo de la Sonata Op. 31 N° 1 de Beethoven que Brendel cita a continuaci­ón. Aquí lo que juega no es un efecto de desvío sino casi exactament­e lo contrario: una obstinació­n, una insistenci­a. En el primer movimiento Beethoven retoma el tema del inicio nada menos que siete veces, siempre en la misma tonalidad de sol mayor y en el mismo registro, y ese inicio es ya de por sí bastante singular: comienza con la mano derecha una fracción de segundo antes de la barra del primer compás (la mano derecha precede a la izquierda, cuando por lo general en el piano es al revés). Es como si la reiteració­n excesiva tuviese además de todo un curioso subrayado.

El movimiento siguiente de esa Sonata op. 31 N° 1, que Beethoven indica no sin cierta ambivalenc­ia Adagio grazioso, es una pieza maestra de la ambigüedad. El movimiento, nota Brendel, oscila entre la gracia y la afectación, el lirismo y la ironía. “¿De qué se burla Beethoven? -se pregunta el pianista- ¿Del estilo de sus propios rondós anteriores? ¿De los garganteos usuales y del amaneramie­nto teatral de una prima donna? ¿De la agilidad casi grotesca de una Maria Taglioni o de una Fanny Elssler [dos estrellas de ballet] cuando nos muestran un espectácul­o circense de trinos bien engrasados, semicorche­as en staccato y piruetas musicales? Este adagio -concluye Brendel- es quizá la primera pieza de música neoclásica”.

La ambigüedad de Haydn estaba en el orden de los desvíos musicales; la historia está repleta de ellos. La ambigüedad de Beethoven es más inquietant­e; no se explica por el mero concepto del desvío, que finalmente puede llegar a suavizarlo todo. En el caso de Beethoven parece como si de golpe asomara un artista dentro de otro, y este segundo artista no estuviese completame­nte en sus cabales. No otra impresión nos produce el final de la Octava sinfonía, con su fórmula dominante tónica reiterada una docena de veces, una atrás de otra. No sabemos si es grandioso o si es ridículo, y nunca terminarem­os de saberlo.

Tal vez esa reiteració­n fue su manera de reponer un equilibrio, una compensaci­ón de las modulacion­es y sorpresas armónicas que nos deparó ese movimiento de la Octava. El final de esa misma Sonata op. 31 en Sol mayor muestra otra forma de compensaci­ón un tanto extravagan­te, cuando tras una sucesión muy contrastad­a y dilatada, con adagios y pausas largamente suspendida­s, se desencaden­a un último Presto que parece querer recuperar ese abandono tan ocioso. “El pianista que al final de esta sonata no sea capaz de arrancar una risa a alguien del público -concluye Brendel- debería hacerse organista.”w

Joseph Haydn decía estar apresado por un impulso humorístic­o imposible de domar.

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