Último testamento
El que se ausenta se lleva algo. Poco me va quedando de lo que creí tener al principio También mis herederos cambian, menguan por desamor, distancia, olvido. Así, cada día vuelvo a escribir mi testamento, cada día más breve. Poco me va quedando.
Cuando se lo hayan llevado todo como un papelito me doblaré en cuatro, olvidada me dejaré entre las páginas que leía cuando aún me quedaba algo. Alguien apagará la luz.
Sanlúcar, 1989
“Yo no sé si el delirio de la movilidad tiene que ver con la pasión por los viajes. El viajero ha sido sustituido por el turista, esa partícula de un montón que no se deja viajar por las cosas, que arrastra consigo la necesidad de seguir comiendo chucrut en el país de la paella, de encontrar panderetas cuando el mismo rock se oye en Hamburgo, en Moscú o en Sevilla. El gusto por lo diferente requiere una imaginación. Y el viaje es eso: imaginación en el punto de partida, memoria en el punto de llegada como arranque de otra imaginación: la imaginación del recuerdo. El viaje mismo, como en la historia de Zenón y la tortuga, es una imposible sucesión
de inmovilidades porque el paso de una inmovilidad a otra es infinitamente divisible. Y tener pedestremente un billete de avión en el bolsillo no demuestra nada. El viaje (como el movimiento) no se demuestra andando”.
Marilyn
E. encuentra “vulgar” a Marilyn y bellísima a Ava Gardner. Yo, sin negar la belleza de Ava, le digo que la de Marilyn me conmueve más. Ahora sé por qué: Ava tiene siempre el pelo con laca. Marilyn se ha comprado el estuche de maquillaje en el Prisunic y se ha pintarrajeado. Y todos sabemos, desde el primer momento, que será Milonguita, que dará el mal paso, que está perdida.