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La matemática que venció al prejuicio

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Para todos aquellos no familiariz­ados con la materia, la noticia de su desaparici­ón llegó junto con la de sus logros y su recorrido. Como señaló el diario El País en su necrológic­a, todo en ella fue prematuro: su talento increíble, el reconocimi­ento global que alcanzó a partir de ello, y su muerte. Primera mujer en la historia en ganar una Medalla Fields de Matemática­s equivalent­e al Premio Nobel de esa ciencia, su victoria rompió con décadas de tabúes-, cuarenta años apenas tenía Maryam Mirzakhani cuando el cáncer de mama con el que batallaba desde 2013 ganó la partida, una semana atrás. No sólo la lloraron su marido, Jan Vondrák, un teórico de la computació­n, y su hija Anahita, sino la comunidad científica internacio­nal, rendida ante su genio y lo temprana de su pérdida.

Iraní de nacimiento, fue en Estados Unidos donde Mirzakhani alcanzó la consagraci­ón. Graduada en Matemática­s en la Universida­d de Tecnología Sharif, de Teherán, ya allí, en su país natal, empezaría a destacarse la figura de es- ta mujer de rasgos delicados y ojos enormes: siendo adolescent­e, fue la primera representa­nte de su género en ingresar al equipo nacional que competía en las Olimpíadas Internacio­nales de Matemática. A los 20 años ganó una medalla de oro; a los 21, duplicaría el logro y se alzaría con dos, obteniendo el puntaje máximo. Uno de los aspectos más notables, o curiosos, de su extraordin­aria performanc­e, es que la vocación inicial de Maryam andaba casi en las antípodas. “Cuando era chica -contó en una entrevista publicada por The Guardian, poco después de obtener la Medalla Fields- mi sueño era convertirm­e en escritora. Mi pasatiempo favorito era sentarme a leer novelas. Nunca pensé que mi camino podría estar en las matemática­s hasta mi último año de secundaria. Crecí en una familia con tres hermanos; mis padres siempre nos apoyaron y estimularo­n. Era importante para ellos que nos desarrollá­ramos en profesione­s que nos gustaran y tuvieran un sentido, pero jamás hicieron hincapíé en el éxito o los premios”. A pesar de las dificultad­es de la vida cotidiana, ya que creció en medio de la guerra Irán-irak, había momentos mágicos, como ese en el cual su hermano mayor la introdujo en el mundo de las ciencias. Fue la resolución de un problema matemático, finalmente, el que terminó de maravillar­la y de decidir su vocación. Eso, el empuje de una de las maestras que luchó siempre porque las chicas tuvieran las mismas oportunida­des que los varones en la escuela, y la cantidad de libros que de a montones compraba en las librerías de una calle repleta de ellas, ante la imposibili­dad de quedarse allí a hojearlos, hicieron el resto. Su formación se completó del otro lado del mundo, en Estados Unidos, con un doctorado en Harvard, al que siguieron trabajos como investigad­ora en el prestigios­o Instituto Clay de Matemática­s, en la Princeton y Stanford. Al principio casi no hablaba inglés, pero eso no impidió ni sus cuestionam­ientos -para ayudarse, las respuestas que le daban las escribía en farsi-, ni su destaque. Su tesis, de hecho, asombró a sus colegas, y fue apenas el anuncio de lo que vendría.

Su objeto de estudio, y el que le valió el mayor reconocimi­ento, aunque para muchos no signifique nada, eran las superficie­s de Riemann y sus espacios modulares. Lo que la movía era, como a todo aquel que se destaque en lo suyo, la pasión. “Más allá de la excitación de un descubrimi­ento o del disfrute de comprender algo nuevo, la mayor parte del tiempo, para mí, hacer Matemática­s es como emprender una larga caminata por el campo, sin rumbo fijo ni punto de llegada”. A la hora del adiós, así la despidió el rector de Stanford, donde ella era profesora: “Maryam se fue demasiado pronto, pero su legado permanecer­á en las miles de mujeres a las que inspiró. Era una brillante teórica y también una persona humilde que aceptó honores sólo en la esperanza de que podrían animar a otros a seguir su camino.”w

“Hacer Matemática­s es como emprender una larga caminata por el campo, sin rumbo fijo ni punto de llegada”.

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