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La primera vez de Antonio Grimau

- Juan José Santillán jsantillán@clarin.com

Con más de cuatro décadas de trabajo como actor, Antonio Grimau encara por primera vez un texto del repertorio clásico. Desde esta semana interpreta a Harpagón, protagonis­ta de El avaro, comedia clave en la producción de Molière, que se presenta en el Regio. “Tenía necesidad de hacer un clásico, fue siempre una ausencia en mi carrera –explica-. Nunca apareció una propuesta de este tipo, entiendo que no se dio porque es difícil generar un proyecto tan grande, con tantos actores. Aparenteme­nte sólo puede contenerlo un teatro oficial.” -¿Por qué este tipo de obras son un lugar por dónde habría que sí o sí pasar como actor?

-En mi caso porque genera un crecimient­o enorme más allá de los resultados. Durante los dos meses de ensayos, en varios momentos me pensé en un taller de teatro. Estaba atento y en función del espectácul­o, y del armado de mi personaje, pero sentí como si hubiese estado en un curso de actuación. Realmente me dio una apertura y una potencia que hace tiempo no tenía.

-¿No lo encaraste antes por insegurida­d o porque realmente no se dio?

-Te da cierta aprensión y cuidado porque el compromiso es mayúsculo con un proyecto así. Siempre una obra o cualquier propuesta verdaderam­ente artística es un salto al vacío. Si es un clásico, más. Mi personaje en esta obra es muy codiciado, hay que estar con buena salud y entero para hacerlo, porque te demanda mucho.

-¿Cuál es tu mirada sobre Harpagón, protagonis­ta de “El avaro”?

-Desde mi personaje la obra habla de la avaricia humana y de la estupidez. También de la necesidad de acumular sin sentido. En lo personal recordé mucho al almacenero de mi barrio que laburaba de ocho a diez de la noche pensando que algún día iba a de- jar ese trabajo y a disfrutar de todo lo que juntó. Pero el hombre se murió a los 50años y la acumulació­n la disfrutó otro. -¿Te considerás más cerca de un derrochado­r o de alguien cauto? -Soy alguien cauto que tiene que estar atento a su dinero porque no nado en la abundancia. -¿Ser actor obliga más a ese cuidado? -Sí, porque uno sabe que en algún momento puede haber un bajón de trabajo y necesitás contar con una reserva. Por ahí tenés seis meses, un año sin una convocator­ia. Si no hay un llamado de laburo no te salva nada. -¿En qué momento estás hoy? -Muy pleno y feliz. Con ganas de seguir creciendo como actor, tanto que me siento con la energía y las ganas que tenía a los treinta años.

-¿Por este trabajo? -No, en general. El avaro se junta con

Sandro de América, la miniserie que dirige Adrián Caetano, donde interpreto al Sandro más maduro. Pero además, es un momento pleno en mi vida personal y artística. Y cuando las dos cosas marchan bien, es hermoso. A Sandro, por otra parte, cada vez lo admiro y quiero más, tenía una visión superficia­l de él.

-¿Prejuicios?

-Sí, porque nunca le presté atención ni lo analicé en profundida­d. Esta miniserie me obligó a leer y encontré a un tipo con una visión de la vida que desconocía; con una sensibilid­ad y una mirada sobre el ser humano interesant­e.

-¿Cómo conviven bien estos dos lugares en los que estás, tan distintos: Sandro y Harpagón, de “El avaro”?

-No tienen nada que ver, pero conviven, en tiempos, gracias a la producción de Sandro. Ellos fueron muy considerad­os de mi laburo en teatro. Ahora, después del estreno, trabajaré bastante en las escenas de mi personaje.

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Como Harpagón. También será un Sandro maduro para la TV.

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