La primera vez de Antonio Grimau
Con más de cuatro décadas de trabajo como actor, Antonio Grimau encara por primera vez un texto del repertorio clásico. Desde esta semana interpreta a Harpagón, protagonista de El avaro, comedia clave en la producción de Molière, que se presenta en el Regio. “Tenía necesidad de hacer un clásico, fue siempre una ausencia en mi carrera –explica-. Nunca apareció una propuesta de este tipo, entiendo que no se dio porque es difícil generar un proyecto tan grande, con tantos actores. Aparentemente sólo puede contenerlo un teatro oficial.” -¿Por qué este tipo de obras son un lugar por dónde habría que sí o sí pasar como actor?
-En mi caso porque genera un crecimiento enorme más allá de los resultados. Durante los dos meses de ensayos, en varios momentos me pensé en un taller de teatro. Estaba atento y en función del espectáculo, y del armado de mi personaje, pero sentí como si hubiese estado en un curso de actuación. Realmente me dio una apertura y una potencia que hace tiempo no tenía.
-¿No lo encaraste antes por inseguridad o porque realmente no se dio?
-Te da cierta aprensión y cuidado porque el compromiso es mayúsculo con un proyecto así. Siempre una obra o cualquier propuesta verdaderamente artística es un salto al vacío. Si es un clásico, más. Mi personaje en esta obra es muy codiciado, hay que estar con buena salud y entero para hacerlo, porque te demanda mucho.
-¿Cuál es tu mirada sobre Harpagón, protagonista de “El avaro”?
-Desde mi personaje la obra habla de la avaricia humana y de la estupidez. También de la necesidad de acumular sin sentido. En lo personal recordé mucho al almacenero de mi barrio que laburaba de ocho a diez de la noche pensando que algún día iba a de- jar ese trabajo y a disfrutar de todo lo que juntó. Pero el hombre se murió a los 50años y la acumulación la disfrutó otro. -¿Te considerás más cerca de un derrochador o de alguien cauto? -Soy alguien cauto que tiene que estar atento a su dinero porque no nado en la abundancia. -¿Ser actor obliga más a ese cuidado? -Sí, porque uno sabe que en algún momento puede haber un bajón de trabajo y necesitás contar con una reserva. Por ahí tenés seis meses, un año sin una convocatoria. Si no hay un llamado de laburo no te salva nada. -¿En qué momento estás hoy? -Muy pleno y feliz. Con ganas de seguir creciendo como actor, tanto que me siento con la energía y las ganas que tenía a los treinta años.
-¿Por este trabajo? -No, en general. El avaro se junta con
Sandro de América, la miniserie que dirige Adrián Caetano, donde interpreto al Sandro más maduro. Pero además, es un momento pleno en mi vida personal y artística. Y cuando las dos cosas marchan bien, es hermoso. A Sandro, por otra parte, cada vez lo admiro y quiero más, tenía una visión superficial de él.
-¿Prejuicios?
-Sí, porque nunca le presté atención ni lo analicé en profundidad. Esta miniserie me obligó a leer y encontré a un tipo con una visión de la vida que desconocía; con una sensibilidad y una mirada sobre el ser humano interesante.
-¿Cómo conviven bien estos dos lugares en los que estás, tan distintos: Sandro y Harpagón, de “El avaro”?
-No tienen nada que ver, pero conviven, en tiempos, gracias a la producción de Sandro. Ellos fueron muy considerados de mi laburo en teatro. Ahora, después del estreno, trabajaré bastante en las escenas de mi personaje.