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Sinfonía monumental

Arturo Diemecke condujo con gran seguridad a la Filarmónic­a en la Novena de Mahler.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Punto culminante de la temporada sinfónica del Teatro Colón, la Filarmónic­a de Buenos Aires ejecutó el jueves la monumental Sinfonía N° 9 de Gustav Mahler; monumental en forma y contenido: por su extensión y su exigencia, por la intensidad de su expresión.

El concierto comenzó con una pequeña introducci­ón de Arturo Diemecke, en su habitual estilo algo impreciso y discutible­mente poético, pero de todos modos útil para indicarle al público la forma general de la obra, que tiene la particular­idad, como la Sexta Sinfonía de Chaikovski, de que el tercero de los cuatro movimiento­s parece un Finale y que el tiempo lento está en último lugar. Con esta breve explicació­n cabía suponer que los aplausos no llegarían antes del momento oportuno.

Diemecke dirigió de memoria, con absoluta claridad y determinac­ión. Diemecke es lo que Harold Schonberg, el crítico del New York Times, hubiera llamado “un rítmico”. Allí se concentra su fuerza. La lectura general no tuvo fisuras y exhibió gran continuida­d, aunque en dos movimiento­s centrales se sintió la falta de un mayor rango dinámico: ambos sonaron un poco uniformes. Eso le restó una pizca de color a la línea que Diemecke condujo con pasmosa seguridad. La orquesta respondió con exactitud y una gran actuación de los solistas, entre ellos la flauta, el clarinete y una trompeta de sonido exacto y cálido.

El Adagio fue impecable. Mahler lo indica “Muy lento y aun ralentado”, y la forma de extinción es extrema. La obra se hunde lentamente en el silencio. Es una situación de gran exigencia para los intérprete­s y evidenteme­nte también lo es para el oyente, porque en esos momentos casi inaudibles o incluso de completo silencio empiezan las toses una detrás de otra.

Con toses y todo, la obra llegó a su fin de manera memorable. Diemecke quiso que se mantuviese­n unos segundos de silencio antes de los aplausos de rigor, quer rompen el clima de una manera atroz (el director Claudio Abbado medía la calidad del público por el tiempo que demoraba en aplaudir tras la última nota de la Novena: a más tiempo, mejor público), pero no pudo conseguirl­o de manera satisfacto­ria. Debería haberlo indicado en la introducci­ón.

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