Sinfonía monumental
Arturo Diemecke condujo con gran seguridad a la Filarmónica en la Novena de Mahler.
Punto culminante de la temporada sinfónica del Teatro Colón, la Filarmónica de Buenos Aires ejecutó el jueves la monumental Sinfonía N° 9 de Gustav Mahler; monumental en forma y contenido: por su extensión y su exigencia, por la intensidad de su expresión.
El concierto comenzó con una pequeña introducción de Arturo Diemecke, en su habitual estilo algo impreciso y discutiblemente poético, pero de todos modos útil para indicarle al público la forma general de la obra, que tiene la particularidad, como la Sexta Sinfonía de Chaikovski, de que el tercero de los cuatro movimientos parece un Finale y que el tiempo lento está en último lugar. Con esta breve explicación cabía suponer que los aplausos no llegarían antes del momento oportuno.
Diemecke dirigió de memoria, con absoluta claridad y determinación. Diemecke es lo que Harold Schonberg, el crítico del New York Times, hubiera llamado “un rítmico”. Allí se concentra su fuerza. La lectura general no tuvo fisuras y exhibió gran continuidad, aunque en dos movimientos centrales se sintió la falta de un mayor rango dinámico: ambos sonaron un poco uniformes. Eso le restó una pizca de color a la línea que Diemecke condujo con pasmosa seguridad. La orquesta respondió con exactitud y una gran actuación de los solistas, entre ellos la flauta, el clarinete y una trompeta de sonido exacto y cálido.
El Adagio fue impecable. Mahler lo indica “Muy lento y aun ralentado”, y la forma de extinción es extrema. La obra se hunde lentamente en el silencio. Es una situación de gran exigencia para los intérpretes y evidentemente también lo es para el oyente, porque en esos momentos casi inaudibles o incluso de completo silencio empiezan las toses una detrás de otra.
Con toses y todo, la obra llegó a su fin de manera memorable. Diemecke quiso que se mantuviesen unos segundos de silencio antes de los aplausos de rigor, quer rompen el clima de una manera atroz (el director Claudio Abbado medía la calidad del público por el tiempo que demoraba en aplaudir tras la última nota de la Novena: a más tiempo, mejor público), pero no pudo conseguirlo de manera satisfactoria. Debería haberlo indicado en la introducción.