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Para el debutante, toda pendiente es un precipicio

La cronista se calzó las tablas, escuchó al instructor y se lanzó a ver de qué se trata eso de volar sobre nieve.

- Paula Galinsky pgalinsky@clarin.com

Con las botas puestas, camino en la nieve como si estuviera enyesada. Llega mi turno, me paro frente a la aerosilla, me siento a las apuradas y bajo la baranda. Mis pies se alejan del piso, el viento helado me pega en la cara. Comienza el ascenso y veo a las personas que están en la base achicarse, hasta convertirs­e en playmobils. Mire para donde mire, parece una postal: las montañas con sus picos blancos, el bosque fueguino lleno de lengas, y el valle de Tierra Mayor decorado con turba. Naturaleza en estado puro. Un poco más arriba, en la cima del Cerro Castor, esperan las tablas y Micky, el instructor de mi primera clase de esquí.

Primero explicá cómo hay que lle- var el equipo. Repite que siempre tenemos que limpiar las botas antes de ponernos las tablas. Nos enseña a caminar de costado y a doblar, y nos indica que formando un triángulo (una cuña), uniendo las puntas de ambos pies adelante, podemos frenar. Hasta ahí, todo bien.

“¿Y para caer? ¿Hay una forma segura o más recomendab­le para caer?”, intervengo a la espera de un consejo del tipo “poné primero las manos”. La respuesta de Micky no me cierra demasiado: “No te vas a caer”.

Pasamos a la práctica. El instructor del fin del mundo nos muestra có- mo colocarnos los esquíes. Primero la parte de adelante de la bota, después la de atrás y “clack”. Mi pie queda enganchado a la tabla. Dice que empecemos con uno, apoyo todo el peso del cuerpo sobre esa pierna y me deslizo un poco. Puedo hacerlo. Prueba superada. Después, el otro.

Los periodista­s que participan conmigo de la clase en el centro de esquí más austral del planeta se ponen en fila siguiendo a Micky y empiezan a avanzar hacia una cinta mecánica ascendente que desemboca en más nieve con forma de mini tobogán.

Quedo al final de la hilera, así que aprovecho para sacarme uno de los guantes, agarrar el celular del bolsillo de la campera y filmar un poco. En eso Micky, me llama la atención al ver que estoy primera para subir a la cinta y que generé un pequeño embotellam­iento. Noto que una de mis compañeras, la que va justo adelante mío, se resbala sobre la pasarela en movimiento pero no llega a caer. “¿Cómo hago para que no me pase lo mismo? ¿Habrá indicacion­es para este tramo que me salteé por grabar el video?”, me pregunto.

Ver trastabill­ar a mi colega me hace pensar que debería abandonar.

“Dale, Paula. Animate”, grita desde lejos Micky. Le pido que me espere del otro lado. Contesta “sí, sí”. Me doy vuelta, ya son más de seis atrás mío, el primero se me ríe en la cara. No me queda otra opción, tengo que seguir.

Avanzo. Me miro las piernas y me despido de ellas: estoy efectivame­nte atrapada a las botas y éstas a las tablas. No hay escapatori­a. La mano de Micky no me espera. Solo ubico a un costado al fotógrafo que nos acompaña y parece querer retratar mi caída. Pienso que estoy por fallar LA misión encomendad­a por mi editora: “Si llegás a esquiar, no te rompas ningún hueso”.

Se termina la pasarela y decido caer con estilo (para la foto). Suelto un “Ahhh” agudo y paso el tobogán. Salgo ilesa. Un milagro.

Micky no me da tiempo para aflojar hombros y dientes y celebrar mi humilde triunfo. Y comparte con el grupo el próximo desafío:

ahora pretende que bajemos “esquiando” por una pendiente.

No pronunciad­a pero pendiente al fin.

Más abajo y al fondo, hay una cerca de plástico naranja contra la que hace un rato vimos a un nene que no pudo frenar. Micky dice que si hacemos cuña no vamos a terminar como el chico. Esta vez confío, me suelto y sale bien. Ya sin miedo, la clase se torna más lúdica y vuelvo a subir a la pasarela mecánica. A la altura del mini tobogán, grito de nuevo. El “Ahhh” sale solo pero lo disfruto. Vuelvo a no caerme y en la pendiente logro frenar a tiempo, otra vez. Micky me ve feliz y distendida y me

sugiere que no cancheree. “Ojo que acá se confían, después se quieren tirar por la parte más alta y ahí sí se caen”, me dice. Nos junta a todos, nos avisa que la clase terminó y nos invita a regresar a la zona de la aerosilla. Yo me quiero quedar, volver a la cinta mecánica, tirarme por la pendiente baja, después probar la alta y seguir jugando para siempre en la nieve.w

 ??  ?? Prudente. Los primeros pasos siempre cuestan. Y los golpes duelen: es preferible ir despacito y con cuidado hasta tomarle la mano.
Prudente. Los primeros pasos siempre cuestan. Y los golpes duelen: es preferible ir despacito y con cuidado hasta tomarle la mano.
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Estos saben. Un trío de esquiadore­s aprovechan­do a full las pistas de Cerro Castor.

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