Las ventajas del aburrimiento
Por más ejercicios y esfuerzos que haga no logro dar, en mi memoria, con el recuerdo de algún momento en mi infancia o adolescencia, en que me haya aburrido. O, mejor dicho, alguna situación en que estar aburrida se haya presentado, en todo caso, como un problema. Libros, juegos ya existentes o inventados allí con lo que hubiera a mano, a puro ejercicio de imaginación, solos o con amigos, eran pasaporte directo a la diversión . No creo, con toda sinceridad, que palabras como tedio o aburrimiento figuraran en mi vocabulario o en el de mis compañeros ; menos aún en el de los mayores. Hoy, sin embargo, con una catarata de estímulos inimaginable pocos años atrás, el aburrimiento, entendido como urgencia a resolver, crece y se multiplica como plaga. A tal punto que, en idéntica proporción, lo hacen los estudios y las opiniones al respecto. Cierto es que, en principio, no hablamos del tedio entendido como categoría filosófica. Ese que, por ejemplo, ocupó parte tan importante en la obra de Alber- to Moravia, y no sólo en su extraordinaria novela El aburrimiento. “Contra la ‘noia’ -diría él en una entrevista- sólo hay tres remedios: la melancolía, la desesperación y la indiferencia” y, agregaría, “una única vacuna: el amor”.
Este tedio, tan presente en su trabajo, aparecía más vinculado a una crisis vital, de valores, rozando una dimensión más profunda y existencial. El que hoy nos ocupa tiene que ver, para los estudiosos del tema, con una suerte de saturación de estímulos de todo tipo, que termina haciéndonos sentir mal, aburridos, en el infrecuente segundo en que no tenemos nada para hacer. Lapidario, ya en su momento el británico Bertrand Russell, filósofo, matemático y escritor, había sentenciado que una generación incapaz de soportar el aburrimiento sería una generación de muy escaso valor.
Esta sensación que, como quedó dicho, se advierte también en el mundo adulto, es particularmente notoria entre los chicos, y genera verdadera desazón a padres, abuelos, tíos, y otros mayores circundantes. Es que, muy lejos del concepto de ocio que cultivaban los antiguos griegos, por ejemplo, hoy la palabra no goza de buena prensa y lo que se busca y anhela, por el contrario, es una agenda de ocupación plena, a
como dé lugar, cuestión de no andar “perdiendo el tiempo”. Claro que esta manía, que no respeta edades, tiene consecuencias. Investigadora de Educación y Aprendizaje Permanente de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido, Teresa Belton explicó ante la BBC que la exigencia cultural de que los chicos deban estar siempre activos puede interferir en el desarrollo de su imaginación: “Cuando no tienen nada que hacer, ahora encienden el televisor, la PC, el teléfono o algún tipo de pantalla. El aburrimiento puede ser una sensación incómoda y por esto la sociedad ha desarrollado la expectativa de estar constantemente ocupado y estimulado; sin embargo es una emoción humana legítima, central en el aprendizaje y la creatividad. Ser creativo implica ser capaz de desarrollar un estímulo interno”. Con su opinión coinciden muchos otros cientíificos, convencidos de que, detrás del aburrimiento, está agazapada la curiosidad, un buen motor para poner en marcha descubrimientos, planes o proyectos. El prestigioso psicopedagogo italiano Francesco Tonucci ha dicho que “uno que se aburre tiene que aprender a salir del tedio, por eso considero que el aburrimiento es un regalo: obliga a imaginar. Inventar ha sido mi vida”.
Los especialistas proveen sugerencias como para que el tedio infantil llegue a buen puerto, como permitirles no tener actividades planificadas y no recurrir a ninguna pantalla o similar ante el primer temido “me aburro”. La propuesta es dejar a su alcance elementos, materiales, juegos para armar o cualquier objeto con el que puedan inventar, crear y pergeñar todo lo que su imaginación indique. Hay un mundo de posibilidades al alcance de la mano.w
El aburrimiento puede ser una sensación incómoda, pero es una emoción humana legítima.