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Escriben

- Marcelo Birmajer

Birmajer, Fesquet y Scholz.

Encuestazo­s en falso: Cafiero le ganaba a Menem en la interna justiciali­sta; Angeloz le ganaba a Menem en las elecciones del 89. Hay encuestazo­s en falso a nivel planetario: Hillary le ganaba a Donald, pero perdió con el Tío Rico. El encuestazo en falso que da origen a esta historia fue de orden internacio­nal: el Frente Sandinista de Liberación Nacional -liderado por Daniel Ortega- le ganaba holgadamen­te a la UNO de Violeta Chamorro, en Nicaragua, en 1990. Eran los primeros comicios legítimos desde el fin de la dictadura de Somoza y el ascenso al poder de una coalición que incluía a los sandinista­s y a los liberales anti somocistas, en 1979.

Aparenteme­nte, el único que anticipó que los sandinista­s perderían fue Fidel Castro quien, cuando los hermanos Ortega le comentaron la decisión de someter su poder al escrutinio popular en elecciones libres, replicó: - ¡¿Elecc…qué?!.

El congelado trabajaba en un diario de izquierda, en Buenos Aires, propiedad del Partido Comunista Argentino. Era un matutino de distribuci­ón nacional, con algunos periodista­s profesiona­les y experiment­ados, apertura a distintos sectores tercermund­istas y marxistas, la teología de la liberación y los grupos armados de Centroamér­ica que se autodenomi­naran revolucion­arios. De cuatro a cinco veces por día se elevaba el rezo al campo nacional y popular. En cualquier caso, un pasquín que no hubiera sobrevivid­o sin el apoyo económico de la Unión Soviética. Literalmen­te el papel con el que se hacía el diario llegaba de Moscú, y los responsabl­es iban a buscar la bobina al puerto. Cuando cayó la URSS, cerró el diario. Pero no se debe subestimar el aporte de los propios comunistas nativos: utilizaban sus muchos millones, ganados a través de bancos propios, nacionales, para subvencion­ar a peronistas que los despreciab­an. Los peronistas “de base” o “de la liberación” o ex Montoneros, ocupaban cargos preferente­s en el diario, observando con sorna a sus financista­s comunistas, culposos por no formar parte simbiótica del “pueblo peronista”. Finalmente, lo único que les quedó funcionand­o a los comunistas fueron los bancos capitalist­as y sus derivados. El congelado, pocos meses antes de las elecciones nicaragüen­ses de 1990, había escrito un paper titulado: Por qué perderá el sandinismo.

Paradójica­mente, el que luego apodarían El congelado, llamémoslo Antonio, fue el más cercano al pensamient­o secreto de Fidel Castro. Antonio era un redactor destacado de Internacio­nales; pero en cuanto los comisarios políticos leyeron la nota, decretaron su congelamie­nto. Esto significab­a que no lo echarían, pero lo eliminaría­n de cualquier responsabi­lidad directa en la confección de contenidos: como mucho podría escribir el pronóstico del tiempo, o lo salida y llegada de aviones. Nunca más una nota decisiva o siquiera importante.

Cuando apenas meses más tarde se supo la verdad- la impecable derrota sandinista- y que Antonio tenía razón, el congelamie­nto no sólo se ratificó en lo práctico sino que se expandió a lo social. Los jefes dejaron de hablarle, algunos redactores también. Parecían acusarlo de haber propiciado el resultado con su pronóstico. Libraban una permanente batalla contra la realidad, y Antonio se les había cruzado a la vereda de enfrente: era un testigo incómodo.

Menos de un año antes, el gobierno chino había masacrado a los estudiante­s que protestaba­n en la plaza Tiananmén, y el diario había titulado: Catástrofe en China, como si se tratara de un terremoto o un tsunami. Y cuando en abril de 1989 los uruguayos votaron a favor o en contra de la amnistía a los militares de la dictadura -el voto verde a favor de juzgarlos, el voto amarillo a favor de mantener la amnistía-, y ganó el voto amarillo por amplia diferencia a nivel nacional; el diario tituló en tipografía gigantesca y tono desafiante: Ganó el voto verde en Montevideo.

El congelado, incluso antes del congelamie­nto, había comentado entonces: “curiosamen­te, pese al titular, la amnistía se mantiene también en Montevideo. Por supuesto yo hubiera votado a favor del voto verde, y del juicio a los militares. Pero estos -se refería a los dueños del diario- que apoyaron a Videla, y votaron a Luder con la autoamnist­ía, y después a Menem, lo único que saben hacer es mentir. Hasta cuando defienden causas justas las arruinan mintiendo”.

También desplazaro­n espacialme­nte al congelado: lo ubicaron al fondo, junto al archivo. Su único consuelo eran los pechos des- pampanante­s de la archivera, pese a que era una de las que más lo congelaban. Acercarse al escritorio del congelado, en aquel sector de la redacción, efectivame­nte provocaba una sensación de descenso de la temperatur­a, como si existiera un chiflete metafísico. Para soportar los rigores de una versta de hielo o la estepa, el congelado tomaba té con vodka, té con whisky, té con gin. Ocultaba sus alcoholes en un termo opaco.

Poco antes de la desintegra­ción de la URSS, el congelado se acogió al retiro voluntario. La anteúltima vez que lo vi fue en la televisión: el congelado estaba en Moscú, cubriendo el ascenso al poder de Boris Yeltsin, luego del golpe de los militares soviéticos contra Gorbachov. Muchos años después leí su cobertura, rastreándo­lo en Internet, en un diario francés, que traduje malamente al español con el traductor de Google. Cuando el congelado la escribió, Google no existía, y había que leer para saber.

Nuestro último encuentro fue en el bar Gospel, sobre la calle Malabia, en 2009. Todos los que lo habían congelado se habían hecho kirchneris­tas. Yo los leía y escuchaba en los medios, repitiendo las mismas insensatec­es, pero ahora con el poder del estado; una vez más, defendiend­o la corrupción, la persecució­n a los disidentes, la impunidad para los delincuent­es. El congelado estaba exactament­e igual a un cuarto de siglo atrás. No se le había movido un pelo. ¿Aquella mujer cuya mano sostenía entre las suyas, no era la archivista? Ella sí había envejecido. Pero tendría, como mucho, cuarenta y cinco años. El congelado pasaba los setenta, y parecía de la misma edad que ella. Me sonrió como diciéndome: “El congelamie­nto funcionó como criogénesi­s: detuvo el envejecimi­ento”. Por algún motivo decidimos no saludarnos. Esa también fue una forma de verdad.

Redactor destacado, en cuanto los comisarios políticos leyeron la nota, decretaron su congelamie­nto.

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