Elige tu propia aventura
La obra se desarrolla en tres pisos diferentes y el espectador puede optar a quién seguir. Pero no todo es tan fácil.
La propuesta es interesante y aporta una cuota de aire renovador a la cartelera teatral porteña. Aunque no se trate estrictamente de una obra, sino más bien de una performance, de una instancia con elementos teatrales y de danza de la que los espectadores son parte activa. Lapsus es la experiencia, escrita y dirigida por Verónica Fucci y Sebastián Irigo, que se puede ver en La Casona (Av. Corrientes 1975).
Pero, se sabe, con las buenas intenciones, no alcanza. Lo que se define como un “un espectáculo paranormal que utiliza las herramientas del teatro, la danza y los efectos especiales”, no termina de cuajar. Y los espectadores, obligados a usar un mameluco y un barbijo blancos para evitar confundirse con algunos de los actores en las penumbras del espectáculo, terminan estando más pendientes de acomodar su indumentaria que en lo que sucede alrededor. Además, las profusión de escaleras en los tres pisos que tiene la casona y que el público suba y baje constantemente, casi en la oscuridad, no colaboran para centrar la atención en lo que sucede artísticamente.
Se supone que cada persona del público puede elegir a qué personaje seguir o a cuál historia prestarle más atención. Y así, cada espectador es libre de armar su propio relato, de vivir su propia aventura. Pero justamente las que no están demasiado definidas son las historias que se relatan en los diferentes rincones. Más bien se trata de escenas, de situaciones más o menos teatralizadas (algunas más danzadas) que no logran tener demasiada cohesión entre ellas. Y entonces uno se encuentra algo desorientado con respecto de a quién seguir o con qué material se va a encontrar en el cuarto de al lado o en el piso de arriba. Y termina siendo más trabajoso el esquivar a otros espectadores, por momentos, amontonados en alguno de los pasillos, que en continuar con la atención en la ficción.
Lo mejor de la propuesta es la ambientación. El espacio de la casa, lleno de rincones y escondrijos, está muy bien aprovechado para enmarcar escenas en las que el tiempo parece haberse detenido.
En esas circunstancias, los actores despliegan como pueden sus historias. Lo que resulta más llamativo de este tipo de performances (bastante habituales en otras ciudades del mundo, como Nueva York), es la fu- sión entre público y artistas, la vivencia de ser parte de una experiencia diferente. La intención es válida en ese sentido. Pero Lapsus necesitaría de unos cuantos ajustes para ser disfrutada a pleno.
Los espectadores están obligados a usar un mameluco y un barbijo blanco.