Los fantasmas de Ingmar Bergman, a diez años de su partida
El amor y la muerte, el pecado, el castigo y el perdón fueron sus preocupaciones existenciales.
Un día como hoy, hace diez años, moría en Roma Michelangelo Antonioni. E Ingmar Bergman moría también ese 30 de julio de 2007, rodeado de sus libros y su filmoteca -se cree que guardaba cerca de 400 copias de películas en 35 mm-, de mujeres y en los brazos de Liv Ullmann, en su residencia de Fårö, la isla donde había vivido sus últimos años.
Lo acompañaban cuatro enfermeras y Ullmann, que vivía lejos físicamente, dijo sentir como un llamado del destino. Un día antes de su fallecimiento tomó un avión y lo acompañó, dijo, “en su último respiro”.
El artista se enamoró de la actriz durante el rodaje de Persona (1966). Si bien se había casado cinco veces, no lo hizo con Ullmann, nacida en Tokio, pero de nacionalidad noruega, con quien convivió cinco años y tuvo una hija de sus ocho descendientes. Su amor se mantuvo en el tiempo.
Es que el amor y la muerte, las preocupaciones existencialistas obsesionaban al creador de El séptimo
sello. La influencia del expresionismo y las posibilidades estéticas del blanco y negro marcaron sus comienzos como cineasta. A Bergman lo obnubilaban también sus pesadillas, los demonios nocturnos. “Los demonios son innumerables había dicho-, llegan en los momentos más inapropiados y crean pánico y terror… Pero he aprendido que si puedo dominar las fuerzas negativas, entonces pueden trabajar a mi ventaja… Las azucenas frecuentemente crecen de los cadáveres.”
Se entiende. Hijo de un rígido pastor protestante, Bergman pareció debatirse siempre entre la fe y la desesperación. En sus memorias, escribió: “Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios”.
Pero no todo fue drama en sus 46 largometrajes, más de 130 puestas teatrales, y sus libretos para el teatro, la radio y la TV. En su cine, lo sexual es lírico, y una herencia de sus inicios teatrales es la densidad, entendida como solidez, de los diálogos.
Bergman había nacido en Upsala, el 14 de julio de 1918, cursado estudios en la Universidad de Estocolmo y era licenciado en literatura e historia del arte. Su tesis, no en vano, fue sobre August Strindberg. Dirigió teatro universitario y fue asistente de dirección en el Gran Teatro Dramático de Estocolmo, hasta que en 1943 la productora Svensk Filmindustri le ofreció un contrato en la oficina de guiones.
Su primer guión lo escribió en 1944, a partir de un cuento suyo, Tortura, que dirigiría Alf Sjöberg. Tortura fue premiada en el Festival de Cannes. La película fue producida por Victor Sjöström, a quien consideró siempre su padre artístico, y quien lo apoyaría en sus primeros pasos en el cine.
Resulta imposible resumir en pocas líneas la importancia del cineasta, su influencia en otros realizadores, con Woody Allen, tal vez, a la cabeza. “No quiero producir una obra de arte en la que el público pueda sentarse y succionar estéticamente… Quiero darles un golpe en la espina dorsal,
quemar su indiferencia, sobresaltarlos hasta acabar con su autocomplacencia.”
Desde Crisis (1946), su opera prima, siguiendo y salteando títulos, pasando por Juventud, divino tesoro (1951), Un verano con Mónica y Noche de circo, ambas de (1953), Sonrisas de una
noche de verano (1955), El séptimo sello (1956), que constituye una lúgubre alegoría que indaga en la relación del hombre con Dios y la muerte. O la estructura de narraciones superpuestas que utiliza en Cuando huye el día (1957), que compitió y ganó como mejor filme en el Festival de Mar del Plata.
“Yo tomo todas mis decisiones por intuición. Arrojo una lanza a la oscuridad. Eso es la intuición. Luego debo mandar un ejército a la oscuridad para encontrar la lanza. Eso es el intelecto”. Los años ’60 marcaron la consolidación de su prestigio, con La fuente de la doncella (1960) y la trilogía de Detrás de un vidrio oscuro, Luz de invierno y El silencio, donde se preguntaba por la naturaleza del amor. Y la incapacidad del ser humano para recibir
amor era eje en Persona (1966). Luego llegarían Gritos y susurros (1972), Escenas de la vida conyugal (1973) y Cara a cara (1976), ya en su etapa alemana, cuando emigró de Suecia por problemas fiscales.
“Siento la necesidad de apuntar la cámara sobre los actores, lo más cerca posible, acurrucarlos contra la pared, extraerles hasta la última expresión”. Seguirían en Alemania El huevo de
la serpiente (1977) y Sonata otoñal (1978), para arribar a Fanny y Alexander (1982) -el niño Alexander es Bergman de pequeño-. Fue su despedida del cine, ya que Saraband (2003), su última realización como director, la hizo para la televisión. En esta pieza de cámara retomó al matrimonio de
Escenas de la vida conyugal –Erland Josephson y Liv Ullmann, pero sin concesiones.
“Cuando era joven, tenía mucho miedo de morir, pero ahora pienso que es un arreglo muy muy sabio. Es como una luz que se apaga. No hay mucha razón para hacer escándalo.” Está enterrado según su deseo, mirando al mar.