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Tesoros de la fotografía en un viejo bar

Con 2.500 cámaras, incluyendo aparatos del siglo XIX, exhibe la mayor colección de América Latina.

- Natalia López Especial para Clarín

A simple vista parece un bar más del barrio de Chacarita. De estructura de madera por fuera, con luces cálidas y algunas mesas esperando a que alguien se le anime al invierno. Pero adentro la historia es otra. Es el museo de cámaras fotográfic­as más grande de América Latina con más de 2.500 aparatos fotográfic­os de todas las épocas.

Alejandro Simik, su dueño, traba- jó muchos años como bombero. Esa vocación lo apasionó hasta que empezó a acompañar a fotógrafos a realizar pericias de incendios. Les marcaba las fotos que necesitaba, los lugares y de esta manera aprendió de lentes, de revelado y de equipos.

Durante la crisis del año 2001, ya reconverti­do en fotógrafo y dueño de un bar, encontró en las cámaras de fotos un camino para sacar adelante un negocio que no se movía. “Como no había laburo empecé a salir para no angustiarm­e. Iba a caminar al Mercado de las Pulgas y con un pequeño ahorro en dólares que tenía empecé a comprar las primeras cámaras”, confiesa.

Hoy, el Museo Fotográfic­o Simik tiene una asombrosa colección y no sólo de cámaras. También hay más de 30 mil fotografía­s: de estancias, de autos de época, estenopeic­as, registros de la historia de Buenos Aires. Y un verdadero lujo: daguerroti­pos de 1839. Están en libros sobre metal o chapa. También hay de madera de 1860. Parte de ellos se recuperaro­n de un granero en Entre Ríos, donde habían quedado olvidados.

Simik cuenta que una pequeña parte de la colección se formó con objetos que encontraro­n los cartoneros. Durante los primeros años empezó a darles su teléfono y a comprarles lo que encontraba­n. “La gente desecha cosas sin saber que pueden tener valor”, revela.

El museo comenzó con apenas 40 cámaras y creció sin parar. Están por todas partes. En muebles, colgadas del techo, en los fondos de las mesas, en las paredes. Por donde uno mire hay cámaras. Algunas del siglo XIX, otras de los ‘60 y están también las de los últimos años.

Hay ejemplares de todo el país y de distintos lugares del mundo. De madera, de hierro, de plástico, de colores, grandes como una silla y chicas como el dedo de una mano. Las más antiguas son las linternas mágicas de 1750 que le dieron origen al cine y son previas a la fotografía. También se exhiben placas húmedas con odeón de 1860 que se preparaban con emul-

siones frescas sobre vidrio. Todas las épocas conviven. “La colección se fue nutriendo por diferentes situacione­s. Además de las compras que hacía se comenzó a correr el rumor. La gente se enteraba y me ofrecía sus reliquias. Ayudó mucho el que no haya valores establecid­os como hoy con la venta por internet. Algunos pedían una fortuna y otros me las regalaban o donaban”, dice Simik.

Cada una tiene su historia. No sólo por las fotos que pudieron sacar o a quién pertenecie­ron, sino muchas veces por las aventuras por las que tuvo que atravesar para conseguirl­as: “Encontré cosas en altillos o en sótanos. Un día me llamaron de Colegiales. Resulta que habían comprado una casa y el dueño encontró un hueco de 40 centímetro­s en el piso con cosas de fotografía adentro. Me metí cuerpo a tierra y fue como encontrar un tesoro, cosas con mucho valor histórico”.

El museo atrae desde turistas extranjero­s hasta gente del barrio. También maestros y alumnos de las escuelas de la zona, así como aquellos que revaloriza­n lo analógico como moda. En el subsuelo el bar cuenta con un laboratori­o para revelado libre y gratuito. Sólo hay que pedir turno para usarlo. “No hay lugares así, abiertos, que no te cobren entrada”, dice Jorge Lorenzon, docente de la casa. De sus brazos cuelgan tachos que contienen los líquidos para enseñar a revelar en blanco y negro, además de unas latas que se transforma­rán en cámaras estenopeic­as.

Los cursos también le dan vida al bar y casi todos los días se ofrece alguna alternativ­a. El lugar cede sus instalacio­nes a los docentes con la única condición de que los precios sean accesibles. Mauricio Russo, de 24 años, se enamoró del museo. Está tomando cursos de fotografía en blanco y negro y estenopeic­a. “Hace unos años me empezó a interesar la foto analógica. También uso el celular. Me gusta lo viejo y lo nuevo”, comenta.

En épocas de fotos digitales e Instagram, cuesta pensar que se usaron aparatos que parecían locomotora­s, grandes, de madera, con fuelle. Simik lo compara con la pesca y destaca que esto no es para ansiosos. Fraga y Federico Lacroze, esta ochava porteña tiene cámaras, historia y disfrute. Acá no hay miedo al paso del tiempo.

 ?? ANDRES D’ELIA ?? Otro foco. Con su pasión, Alejandro Simik transformó el bar en museo.
ANDRES D’ELIA Otro foco. Con su pasión, Alejandro Simik transformó el bar en museo.
 ?? ANDRES D’ELIA ?? Patrimonio. Se pueden apreciar cámaras de todas las épocas y consultar un archivo de 30 mil imágenes.
ANDRES D’ELIA Patrimonio. Se pueden apreciar cámaras de todas las épocas y consultar un archivo de 30 mil imágenes.

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