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Cuando la estética vale tanto como lo que está en el vaso

Para distinguir­se hoy no alcanza con buenos tragos: la arquitectu­ra cumple un papel fundamenta­l.

- Inés Pizzo Especial para Clarín

Ya no buscan sorprender solo por la sofisticac­ión de sus carta, también sobresalen por sus singulares ambientes. Con la coctelería en pleno auge, los bares buscan una estética marcada que los diferencie del resto y los haga únicos.

Una de las últimas aperturas fue la de Uptown. Se trata de un bar subterráne­o de 650 metros cuadrados, cuya ambientaci­ón gira en torno al metro neoyorquin­o. De hecho, se accede a través de una réplica de boca de subte ubicada en la calle Amenábar y recubierta con los azulejos y carteles típicos de las estaciones de la Gran Manzana. Luego de atravesar los molinetes, los clientes se encuentran con un vagón de subte, que es la puerta del bar. “Nosotros no hacemos escenograf­ías. Montamos todo en tamaños y materiales reales”, cuenta Andrés Rolando, uno de los dueños. El lugar era un segundo subsuelo abandonado, con piso de tierra, sin luz, filtracion­es y charcos de agua por todos lados. “Desde el primer minuto supimos que si queríamos replicar un subterráne­o, este era el lugar”. La arquitecta Paula Peirano, junto al estudio que lleva su apellido, fueron los responsabl­es de la obra. “Cuando escuchamos la idea quedamos boquiabier­tos. Fue un proyecto muy tentador e imposible de rechazar, a pesar de encontrarn­os en un oscuro y húmedo subsuelo”, reconoce. La construcci­ón duró 14 meses. Debido a la ubicación, hubo que hacer un gran trabajo anti incendio. Peirano también se ocupó de todo el interior del bar. “Todo el equipamien­to fue diseñado o adquirido exclusivam­ente para Uptown. Muebles antiguos reacondici­onados según los requerimie­ntos del diseño, antiguos sillones tapizado en cuero legítimo y una barra de más de 6 metros realizada en un mármol recuperado”.

“Los clientes hoy buscan experienci­as más complejas, no basta sola- mente con un cocktail o una buena comida. Nuestra idea es generar esa experienci­a diferente”, explica Martín Brenna, uno de los dueños de J.W. Bradley, que además trabajó en la ambientaci­ón. La propuesta estética de este speakeasy (desde la puerta no se ve el interior) es un claro homenaje al Expreso de Oriente, el lujoso tren que unía París y Constantin­opla. Antes de ingresar al salón, los clientes pasan por un vagón real. A la hora de planear la ambientaci­ón del local -de 400 metros cuadrados- buscaron objetos que sumen realismo y encanto. “Mezclamos elementos antiguos propios del 1900 y materiales modernos para generar una atmósfera distinta a cualquier otro lugar. La mayoría son reales. Los conseguimo­s en remates y anticuario­s, algunos en el exterior”.

“Siempre tiene que haber una idea, un concepto como punto de partida. No se trata de llenar el lugar de cosas ‘lindas’ y variadas. Nadie quiere entrar a un bar que se parece a un mercado de pulgas o el lobby de un hotel cinco estrellas”, explica el arquitecto Franco Antolini, quien trabajó en la obra de Suspiria Resplendor­is. Los dueños - Federico Cuco y Germán Lacanna, propietari­os también de Ver-

ne- se inspiraron en películas de culto como El Resplandor de Stanley Kubrick y Suspiria de Dario Argento, a las que sumaron la estética de las de

David Lynch. “Mi trabajo fue extraer de esos films sus principale­s caracterís­ticas, especialme­nte las que ayudan a crear una atmósfera interesant­e. La simetría, los motivos geométrico­s laberíntic­os y el uso de la luz de

El Resplandor; el color y las ambientaci­ones barrocas de Suspiria, y los espacios sensuales y surreales de

Twin Peaks”, detalla Antolini. Así, hay cortinados rojos, lámparas art decó, sillones de terciopelo verde, mesas de mármol negro, todo combinado con una carta de tragos innovadore­s, creada por Cuco.

En el caso de El Boticario, no hubo

una inspiració­n, sino la construcci­ón de una historia, la de Salvador Cortez. “Quería tener algo que contar. En este caso es la historia de un boticario, y la estética del lugar responde a esa idea, la de una antigua farmacia

transforma­da en bar”, cuenta Juan José Ortiz, dueño del local. Así es como en el bar de macerados hay rastros la antigua botica, como el mostrador de despacho, un taller-laboratori­o, mapas antiguos, libros, fotos, recipiente­s y suministro­s farmacéuti­cos de antaño. “La idea era darle una identidad fuerte y poner el foco en los detalles que nunca dejen de sorprender”, cuenta Emilia Molina, la directora de arte que estuvo a cargo del proyecto. “Buscamos muebles vintage, pero también hicimos otros a medida, siempre respetando el concepto de la antigua droguería”, explica Molina. El concepto también se refleja en la carta, que fue diseñada por Sebastián García, uno de los mejores bartenders del país. “Las bebidas llevan una impronta botánica, con tragos

herbales y florales. El fuerte de la casa son los macerados como el de vodka con granos de café, vermouth con especias y gin con flores de hibiscus”, detalla Ortiz.w

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 ??  ?? 1 y 2. En El Boticario se buscó replicar la estética de una farmacia antigua. 3 y 4. Uptown es una de las variantes más llamativas: imita al subte de Nueva York. 5. Suspiria resplandor­is: ecos de Kubrick, Darío Argento y Twin Peaks.
6. J.W. Bradley,...
1 y 2. En El Boticario se buscó replicar la estética de una farmacia antigua. 3 y 4. Uptown es una de las variantes más llamativas: imita al subte de Nueva York. 5. Suspiria resplandor­is: ecos de Kubrick, Darío Argento y Twin Peaks. 6. J.W. Bradley,...
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