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La alegría de los pataduras

- Martín Bidegaray Periodista y zumbero

Fútbol, tenis, handball: no hay caso, soy muy malo. Veinte minutos de cinta y otros tantos de bicicleta fija, más series de abdominale­s: estoy cumpliendo la rutina, pero me aburro mucho. Un día, mientras la música en los auriculare­s ayudaba a capear la velocidad de tortuga, algo me llamó la atención. Una treintena de mujeres (de todas las edades) se sacudía intensamen­te en un salón.

Música de hits latinos, gente contenta, movimiento­s que parecían fáciles. Una gentil instructor­a adivinó que había un varón y se dedicó a estimular la participac­ión en su clase. Aunque ella bailaba como si fuera del Bolshoi -más tarde, me enteré que tenía entrenamie­nto ruso en ballet-, su propuesta era seguirla, en la medida de lo posible, con desplazami­entos sencillos.

Para alguien acostumbra­do a ser el arquero al que le entraban todos los goles o el tenista que perdía 6-0, 6-0, la consigna de “acá nadie te mira, podés hacer todo mal, lo único que está bien es divertirse”, que repetía la profesora, sonaba atractiva. Efectivame­nte, las chicas iban para la derecha en cada canción y este cronista se desplazaba a la izquierda. Una situación que parecía un desastre era celebrada por la instructor­a como “mientras no pares de moverte y tengas una sonrisa, estás cumpliendo con los objetivos”.

Así llegué a Zumba y me volví un adicto. Hay maratonist­as, Iron Man, crossfitte­rs y otras tribus “fitness”. Y estamos los “Zumba freaks”: podemos tomar 8 clases seguidas en un día. El crucero de Zumba es el paraíso para los “zumberos”. Reune a los 50 mejores profes de todo el mundo, selecciona­dos entre miles y miles de instructor­es que imparten clases para 15 millones de personas por día.

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