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En tren, del Nacional de San Isidro a la Sala Lugones

Reabre la Lugones. Y desde el martes volverán los programas en papel. ¿Volverán los programas en papel?

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Había un boleto que ninguno quería agarrar. No recuerdo, pero creo que decía Carupá - Retiro. Era de cartón, mitad blanca, la otra naranja. Eran tiempos de la dictadura militar y en el Colegio Nacional de San Isidro la clase de Instrucció­n Cívica consistía en pasar al frente, tomar uno de los muchos boletos de tren que el profesor Monteagudo había dejado en varias pilitas, bien ordenadas, parejitas, sobre el escritorio arriba de la tarima, pegado al pizarrón. Del otro lado de Martínez – Belgrano ida y vuelta, u Olivos - Tigre ida estaba escrito, en lapícera, letra de imprenta, “Artículo número tal”. El número de un artículo de la Constituci­ón nacional.

Había que ser memorioso para acordarse qué decía cada artículo. Y había que ser valiente, como el profesor Monteagudo, para, a fines del Proceso, hacernos aprender lo que decía la Constituci­ón en desuso por el régimen militar.

Le perdí el rastro al profesor Monteagudo, hasta que muchos años después, no tantos, me crucé en la redacción de La Razón matutina, fundada por Jacobo Timerman, fundida por los hermanos Pirillo, a Luciano Monteagudo. Luciano era hijo del profesor Monteagudo, pero no lo había conocido por entonces, digamos que por una pequeña diferencia en edad.

Todo esto viene a cuento de que Luciano es el programado­r de la Sala Lugones del Teatro San Martín. Por entonces, en los tiempos de La Razón, ya trabajaba en el Teatro General San Martín -con el General incluido como lo conocíamos-. Y ahora que, al fin, reabre la Lugones el martes que viene, recordé los ciclos con los que aprendí a ver cine allí –y en la SHA-, me acordé de Luciano y me vino a la cabeza el Profesor Monteagudo.

Para comprender la importanci­a que siempre tuvo la Sala Lugones, bastaría un ejemplo. Fue reflejo de lo que fue la Cinémathèq­ue française en París, donde coincidier­on Claude Chabrol, Jean-luc Godard, Alain Resnais, Jacques Rivette y François Truffaut. Y el cine que hicieron dentro de lo que fue la Nouvelle Vague, y después, se dio en la Lugones.

En momentos de censura, los clásicos que se veían en la sala del décimo piso no pasaban por el Ente de Calificaci­ón, porque ya habían sido rotulados Prohibidos para menores de 14 años o Prohibido para menores de 18 años. Y si la copia en 35 mm (o en 16 mm) tenía saltos y cortes, no eran de censura sino porque de tantas pasadas El cuchillo bajo el agua, de Polanski, por ejemplo, cada ciclo duraba menos.

Eran, mayoritari­amente ciclos “de revisión” en su acepción de revisar y de volver a ver. Así que allí, disimulado­s pero no ocultos, los jóvenes podíamos ver lo que tenían para decir Buñuel, Tarkovsky o Bergman, el Milos Forman en su etapa checa anterior a Atrapado sin salida, Lindsay Anderson, Wajda y Zanussi, o la nueva ola australian­a, que son los que me vienen a la mente, a la par de los franceses.

Es cierto que hacía tanto frío en verano que había que llevar un pullover en pleno febrero. Y que al no tener declive, uno rogaba (y ruega, porque sigue igual) que en la butaca de adelante no se sentara un cabezón, tipo Alberto Favero -anécdota basada en una historia real-, porque olvídate de leer el subtitulad­o.

No hay –no hubo en estos años que se mantuvo cerrada, amén de ciclos tipo parche en el Centro Cultural San Martín- nada que parangone a la Lugones. Un, hablando mal y pronto, Netflix, una plataforma de streaming que ofrezca de todo. Hay mejores sitios para ver cine bien y mal llamado clásico, algo hay en Qubittv, pero la Lugones fue formador de cinéfilos.

Y volverán los programas en papel. ¿Volverán los programas en papel?

No tenía, en tiempos de la secundaria, amigos cinéfilos como ahora, así que la cosa era salir corriendo del Nacional.

Mi viaje en tren era San Isidro - Retiro, y después combinació­n de subtes para ir a la Lugones. Pero, ta madre, nunca encontré ese boleto en la pilita de Monteagudo.

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