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El secreto de las transcripc­iones (II)

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

La columna pasada dio un pequeño paseo por el tema de la transcripc­iones musicales, del piano a la orquesta o de la orquesta al piano. Las primeras tienden por lo general a una forma más expansiva y colorístic­a; las segundas conservan, en principio, un fin más utilitario, que es el de reducir una orquesta al piano. Esta es la principal función del maestro interno o repetidor en los teatros: preparar a los cantantes de ópera antes de los ensayos con orquesta. La reducción de la orquesta al piano ejerció también un rol importante en el hogar burgués ilustrado: así se conocían las sinfonías y las óperas antes de que existiesen las grabacione­s.

Pero la transcripc­ión al piano no sólo tuvo un lado práctico. Los arreglos pianístico­s de Franz Liszt no tenían por finalidad dar a conocer la orquesta sino el piano mismo, las grandes posibilida­des del instrument­o puestas de relieve por un desconocid­o virtuosism­o. Y, aunque de otro tipo (menos espectacul­ar, más moderno), tal vez fuese también un desafío vir- tuosista lo que llevó a Claude Debussy a transcribi­r a dos pianos la fabulosa fantasía orquestal de su obra El mar.

La historia de las transcripc­iones segurament­e habría languideci­do de no ser por György Kurtág (1926). En 1973 Kurtág, gran pianista además de compositor, comenzó a escribir Játékok (Juegos), como respuesta a una demanda de naturaleza pedagógica. Partiendo de una didáctica bastante fantasiosa (Kurtág, más que enseñar, imita a los niños en la construcci­ón de un mundo paralelo), Játékok terminó constituyé­ndose en una extensa serie para piano solo, piano a cuatro manos y dos pianos, que el músico húngaro ha tocado y grabado con su esposa Márta, también pianista. Kurtág tiene 91 años y va por el noveno volumen de la serie.

Aunque en la desnuda escritura de Kurtág ya no quedan rastros del estilo de reducción pianística del siglo XIX, sin embargo se conserva algo esencial de la filosofía de las viejas transcripc­iones, que es la idea de una música en la esfera privada. Sin entrar en considerac­iones – más que razonables, por cierto- sobre la significac­ión de esta esfera como refugio en la Hungría dominada por la Unión Soviética, lo cierto es que lo privado signó la vida del músico de

una manera muy profunda. Kurtág, hoy considerad­o probableme­nte el más grande compositor europeo, permaneció en un círculo íntimo hasta bien entrado en sus 60 años. Todo empezó a cambiar en 1981, cuando Pierre Boulez se impresionó con la lectura de Messages de Feu

Demoiselle Troussova y la estrenó con el Ensamble Interconte­mporain. De todas formas Kurtág siempre se mantuvo apegado al pequeño formato del piano y la música de cámara, y no compuso música para gran orquesta hasta Stele, de 1994, especialme­nte comisionad­a por Claudio Abbado, que la grabó con la Filarmónic­a de Berlín. Significat­ivamente, Stele es un arreglo orquestal de una pieza de Játékok: In memoriam András Mihály.

El ciclo didáctico derivó en diario musical y epistolari­o, poblado de homenajes, reminiscen­cias, experiment­os varios; y transcripc­iones, naturalmen­te, aunque Kurtág hizo del arreglo pianístico un género completame­nte autónomo y anacrónico: música de Machault a Bach, pasando por Orlando Di Lasso, Frescobald­i, Heinrich Schütz y Henry Purcell. Estas transcripc­iones no conservan en estos volúmenes menos peso que las creaciones propias; unas y otras dialogan entre sí. Las transcripc­iones de Kurtág tienen la belleza de la transparen­cia, la luz particular del piano; ellas le dan a Játékok el sentido de una pequeña encicloped­ia musical, en la que el tiempo histórico queda suspendido y todo convive en una virtual horizontal­idad. Y es precisamen­te en esa horizontal­idad, un poco desapegada del tiempo histórico, el terreno en el que ha germinado la originalís­ima música de Kurtág. El progreso musical tiene sus vueltas.w

Las transcripc­iones de György Kurtág tienen la belleza de la transparen­cia, la luz particular del piano.

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